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Carta a mi padre y a las víctimas del 17-A

Pocas cosas más tristes y más indignas he visto en mi vida que la comparecencia en el Congreso de Mohamed Houli Chemlal.

Pocas cosas más tristes y más indignas he visto en mi vida que la comparecencia en el Congreso de Mohamed Houli Chemlal.
El condenado por los ataques terroristas del 17A, Mohamed Houli Chemlal. | Europa Press

Pocas cosas más tristes y más indignas he visto en mi vida que la comparecencia en el Congreso de Mohamed Houli Chemlal, superviviente de la explosión de la casa de Alcanar donde guardaban sus explosivos los autores de los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils, en el marco de una comisión parlamentaria de investigación que no se tenía que haber creado nunca. Porque su objetivo nunca fue esclarecer ninguna verdad. Sólo echar más paladas de irresponsabilidad y hasta de infamia al dolor.

Pensaba escribir un artículo sobre el tema, pero me ha parecido mejor otra cosa. En 2022 —cinco años después de los fatídicos atentados— yo publiqué un libro para mí muy especial: Carta a mi padre independentista (Almuzara). Por cierto, con un prólogo de Santiago Navajas que mucho agradezco.

Originariamente encargado por el editor como una "carta a España" —ya saben: catalana en apuros que escribe al resto de España contando sus problemas y proponiendo/rogando soluciones…—, la trágica coincidencia del nacimiento del libro con la muerte de mi padre, Eudald Martí Grau Surroca, lo cambió todo. Lascartas a España se entreveraron con epístolas a mi padre, pues sí señor, más o menos independentista al final de su vida. O eso creía él, después de transitar del apoliticismo de su juventud —tenía casi 40 años cuando Franco murió…— a un ingenuo pujolismo, y de ahí a lo otro. No era fácil para él ser otra cosa en sus circunstancias y en las de Cataluña en aquel tiempo.

Con todos estos mimbres armé mi libro, donde le hablaba a España y a él un poco de todo. También de lo que yo pensaba de lo sucedido antes, durante y después de los atentados en las Ramblas. Reproduzco a continuación algunos extractos de lo que escribí…insisto, hace cinco años. Que el lector juzgue:

…Te decía, papá, que estos son los atentados peor gestionados de nuestra historia. Que tuvieran lugar precisamente el 17 de agosto de 2017 no ayudó nada. Era como si hasta la yihad islámica se apuntara a la destrucción de Cataluña programada por los independentistas para otoño de ese mismo año. Debo decirte, papá, que yo tuve la intuición fulminante de que la matanza del 17-A actuaba como un catalizador diabólico de las peores bajas pasiones en juego. No es que, sin aquello, las cosas hubiesen ido bien. Pero de algún modo aquello acabó de sacar lo peor de muchas personas, de varios partidos políticos y de instituciones enteras.

Empecemos por el principio, que emocionalmente no coincide con el principio cronológico. Serían alrededor de las cuatro y media de la tarde del 17 de agosto de 2017 cuando saltó la noticia de que una furgoneta blanca estaba circulando erráticamente y a toda leche por las Ramblas de Barcelona, llevándose por delante a cuanta más gente, mejor.

A mí me pilló en Madrid saliendo de una tertulia de TV para entrar en otra. Como suele suceder en estos casos, las primeras informaciones llegan en tropel, con datos contradictorios y enredados. De todos modos hubo un primer dato que lógicamente en Madrid a nadie le llamó la atención, pero a mí sí, y además me puso los pelos de punta: aseguraban que la policía estaba buscando al conductor de la furgoneta que acababa de dejar un reguero de muertos en las Ramblas de Barcelona…¡en Ripoll! Ay papá, justo en Ripoll, de donde parte de tu familia era, donde todavía vivían varios primos tuyos…

A mí casi me estalla la cabeza. Vamos a ver. De Barcelona a Ripoll hay una distancia de 107 km que, conduciendo a una velocidad normal, se recorre en 1 hora y 20 minutos. Pongamos que el conductor le dé al pedal con verdadera furia y lo haga en la mitad, en cuarenta minutos…Aun así, qué proeza después de protagonizar un atentado terrorista que es de suponer que tiene que provocar cortes automáticos de carreteras y autopistas, controles policiales por doquier… ¿Y aun así habían conseguido dar el salto a Ripoll? ¿Pasando por dónde, por el hiperespacio?

Recuerdo que muy preocupada te llamé, papá, para prevenirte de que, si eso era de verdad así, los terroristas podían estar en cualquier lado, y que por favor, no saliérais de casa.

Poco después las cosas se pusieron un poco (escasamente) en su sitio. Se supo que había gente detenida en Ripoll, pero ninguno de ellos era el conductor de la furgoneta. Se supo que el atropello masivo de las Ramblas era el improvisado plan B de un yihadista fanático, frustrado por la explosión del día antes, 16 de agosto, de una casa de Alcanar donde la célula terrorista había acumulado muchísimo material explosivo, con el que planeaban atentar contra objetivos como el Camp Nou, la Sagrada Familia o incluso, siendo optimistas, la Torre Eiffel en París. Eso ya no era factible por la explosión accidental de cientos de bombonas de butano que, no me preguntes por qué, papá, no hicieron arrugar la nariz ni a los bomberos ni a los Mossos, que a lo sumo dieron por hecho que aquello podía haber sido un laboratorio de drogas sintéticas. Cuando una jueza manifestó su extrañeza por tanto butano junto, parece que hasta la chulearon: "No exagere, señoría".

Es cierto que el yihadismo nos ha acostumbrado a un tipo de acción asesina muy difícil de prevenir y de repeler, porque no está vertebrado como el terrorismo tradicional, nadie conoce a nadie, y nadie da la cara hasta que ya es demasiado tarde. Cuando la gente está dispuesta a morir matando, es poco lo que a veces se puede hacer. Pero en este caso, habría bastado con sumar dos y dos a partir de la explosión de Alcanar. Quizá no para impedirlo todo. Pero sí algo. Bueno, pues no.

Tampoco fue posible interrogar a ninguno de los autores de los atentados de Barcelona o de Cambrils por la sencilla razón de que no quedó ninguno vivo. Los Mossos los abatieron a tiros a todos. ¿Sabes aquello que se ve en las películas, de tirar a la pierna a alguno para poder sacarle luego información? Bueno, pues aquí eso tampoco se le ocurrió a nadie.

Yo veía todo esto por la tele y me comía la impotencia. Me comía incluso un dilema ético: ¿lo digo o no lo digo, que los Mossos se están comiendo este atentado con patatas, lo están gestionando como una policía de tercera regional? Era lo que yo con toda sinceridad pensaba, y a la sinceridad hay que añadirle en mi caso haber escrito un libro entero sobre los servicios secretos, en fin, tener alguna familiaridad con la materia. Mucho se hablaría después de si hubo o no hubo aviso de la CIA de que Barcelona era objetivo preferente de la yihad. Lo que sí te puedo decir yo, papá, es que se sabía que lo era desde hacía unos cuantos años. Concretamente desde el 11-S, la inteligencia norteamericana presta especial atención a Cataluña como "hub" del islamismo no sólo radical…pero también radical. El hecho de que la Generalitat priorizara la inmigración musulmana sobre la latinoamericana (mejor inmigrantes que no hablen español: es más fácil convencerles de aprender catalán…) era un factor. Que una vez favorecida esta inmigración no se le prestara ninguna ayuda ni especial atención para que se integrara (les pasa hasta a los refugiados afganos, que se les recibe entre vítores en el Parlament y luego se les deja abandonados a su suerte…) acaba de redondear los peligros.

Sumémosle al tema que los Mossos d’Esquadra no tienen ni han tenido nunca una tradición de colaboración lo que se dice estrecha con cuerpos y fuerzas de seguridad mucho más familiarizados con el terrorismo, como son la Policía Nacional y, sobre todo, la Guardia Civil. Aunque es verdad que en este caso la responsabilidad era y es (pues el problema ha amenguado desde entonces, pero todavía existe) recíproca. Desconfiar los unos de los otros, no compartir ni cruzar información, empeoró todavía más el ya de por sí muy negro panorama.

Mi dilema ético era si decir todo esto por la tele o no decirlo (…), para que me temblara la mano antes de cuestionar a la policía en un momento así. Por muy pobre que me pareciera su actuación. Se supone que en momentos así hay que ir todos a una, cerrar filas con quien se juega la vida para protegernos a todos.

Pero hete aquí que, cuánto más te muerdes la lengua tú, menos se la muerden otros. De repente (…) el conseller catalán de Interior y futuro condenado por el 1-O, Joaquim Forn, salía por la tele derrochando arrogancia y malas maneras, jactándose de una brillante gestión exclusivamente catalana de aquella crisis, y hasta discriminando entre víctimas de un origen o de otro.

Tanto y tan irresponsablemente llegaron a caldear el ambiente, que cuando el entonces presidente del gobierno, Mariano Rajoy, y hasta el rey Felipe VI, participaron en una primera manifestación en Barcelona de condena de los atentados y de homenaje a las víctimas, fueron salvajemente y vergonzosamente abucheados. No hubo reparos, no ya en intentar "echar" al Estado de la lucha antiterrorista en territorio catalán -con los desastrosos resultados ya descritos-, sino en tratar de echarle la culpa encima. Se aprovechó la posible condición de antiguo confidente del CNI del imán de Ripoll, presunto responsable de la radicalización de los jóvenes terroristas, para sugerir algo tan infame como que la central de inteligencia española podía tener algún interés en causar muertos en Cataluña (…).

Podríamos seguir enumerando miserias hasta el infinito. Siendo no menor la de que, precisamente a raíz de que no quedara ningún superviviente entre los autores de la matanza en Barcelona y Cambrils, tales matanzas no se han juzgado en realidad nunca. Los tribunales sólo se han ocupado de la explosión de Alcanar el día antes. Resultado: a las víctimas inocentes, que les den. No han obtenido ni ayudas, ni siquiera el reconocimiento formal de víctimas, más allá de los patéticos homenajes que desde hace cinco años se le vienen tributando entre tormenta política y política.

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