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Juegos de guerra

En las altas esferas tenemos a gente que parece desconocer que para conseguir una capitulación tiene que haber un derrotado y un vencedor.

En las altas esferas tenemos a gente que parece desconocer que para conseguir una capitulación tiene que haber un derrotado y un vencedor.
Úrsula Von der Leyen. | EFE/EPA/JOHN THYS / POOL

El desconcierto y la indignación de algunos dirigentes europeos con la posición de Trump sobre la guerra de Ucrania procede en última instancia de algo que no reconocerán, y es que no se indignaron con lo que hizo Biden desde la invasión rusa hasta sus últimos días en la Casa Blanca. Si lo que dicen en público guarda algún parecido con lo que piensan, deberían haberse indignado entonces, aunque solo fuera para no tener que indignarse más tarde. Porque la estrategia de la anterior administración norteamericana no tuvo por objetivo que Ucrania ganara la guerra. El compromiso de Biden siempre se formuló de un modo que pareciera rotundo y dejara en una nebulosa lo importante. Aquello de apoyar a Ucrania durante "el tiempo que haga falta" sonaba a apoyar hasta el final, sí, pero sólo sonaba. En ningún momento se definió cuál era la estación término. Se prometía un viaje largo a un destino indeterminado. Ya rellenarían las zonas en sombra la imaginación y el wishful thinking.

La política de Biden no perseguía que Ucrania recuperara los territorios ocupados por Rusia o los anexionados, como Crimea —eso es lo que sería ganar la guerra—, porque se consideró que no le iba a ser posible lograrlo ni con toda la ayuda occidental. No era posible, al menos, sin comprometer otro de los objetivos, evitar un choque directo entre la OTAN y Rusia. Esto, que lo ha dicho en la revista Time, Eric Green, miembro del Consejo de Seguridad Nacional con Biden, ya fue visible para los que estaban atentos. Entre los atentos quizá no se encontraban dirigentes europeos como von der Leyen y Borrell, su encargado de Política Exterior hasta hace poco. Pero sí los afectados. El propio Zelenski manifestó en público, con alguna cautela, que la administración Biden no había hecho lo suficiente ni en el terreno de las sanciones ni en el suministro de armas ni en las garantías de seguridad. Ni lo hacía ni quería hacerlo. Lo importante para los de Biden era que Ucrania siguiera siendo un Estado soberano, aun privado de parte de su territorio, debilitar a Rusia y reforzar la OTAN con la entrada de nuevos socios. Los tres objetivos se consiguieron, pero hay que ver a qué precio, dice Green.

Los acompañantes europeos creyeron que iban a por todas o eso hicieron creer, como si ignoraran los límites de la estrategia de Biden. Puede que en verdad los ignorasen; cuando no se piensa estratégicamente, pasan estas cosas. Ahora, además, algunos de ellos se manifiestan como si ignorasen que hay que ganar las guerras para poder imponer de cabo a rabo las condiciones al final. En las altas esferas tenemos a gente que parece desconocer que para conseguir una capitulación tiene que haber un derrotado y un vencedor. Alemania capituló en mayo de 1945 porque había sido derrotada. Los aliados pudieron imponer sus condiciones porque habían ganado. Las guerras no son un juego de sobremesa. No son un match de declaraciones ni un debate electoral. Ganarlas tiene un coste altísimo, perderlas lo tiene mayor y es imposible obtener el resultado de una victoria sin haberla conseguido. O ya esto no se sabe o los hay que están cultivando fantasías para salvar la cara.

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