
Muere el Papa y, una vez más, una legión de gentes, católicas o no, cree que la asignatura pendiente de la Iglesia es "adaptarse a los tiempos". Hay quien dice los "nuevos tiempos", para más antigüedad. Es una demanda típica de la modernidad, en la que "adaptarse a los tiempos" significa adoptar las actitudes, creencias y tópicos que en este instante temporal lleven el sello de estar aprobados por la mayoría. Es como decir: no seas rarito, haz lo que hacen los demás, piensa lo que piensan los demás y di lo que dicen todos. Una institución milenaria con tradiciones y reglas que vienen de siglos atrás siempre resulta incómoda para la modernidad actual, que persigue como loca la homogeneización y es tan hostil al "inadaptado" como cualquier época anterior, aunque los métodos sean distintos y el discurso vaya de que eres muy libre.
La cantinela tiene años y hasta décadas de recorrido, y es una pesadez ya sólo por tener que oírla. Cabe también que no se tenga nada que decir, y se recurra al tópico manido. Es muy posible que sea así, porque el mundo de la modernidad no sabe nada de la Iglesia católica y poco de la religión, a pesar de que procede de ellas. Ha olvidado que durante mucho tiempo fueron los tiempos los que se adaptaron a la Iglesia. Que era la Iglesia la que marcaba los tiempos y no al revés. Que fue la Iglesia la que imprimió su huella sobre las épocas. La historia de Europa no se entiende sin la historia de la Iglesia, y sin la historia de su ruptura, del cisma de la Iglesia. Típico del ignorante mundo infeliz de la modernidad es que lo que hoy llamamos Europa, como sinónimo de UE, haya preferido eliminar las referencias al cristianismo. Fue la última batalla que ganó la Ilustración laicista después de muerta.
La adaptación a los tiempos que se demanda de la Iglesia pasa ahora por feminizarla y poner a mujeres obispas como las que le gustan a González Pons, por acabar con el celibato, bendecir el matrimonio homosexual, acoger en su seno a los trans y por qué no, ordenarlos sacerdotes o sacerdotisas y aceptar de una vez el derecho al aborto. La modernización que le piden pasa, en definitiva, por eliminar todo aquello que singulariza y hace peculiar a la Iglesia católica. Sería hacer, más o menos, lo que vienen haciendo desde hace mucho los protestantes, pioneros de la adaptación a los tiempos y pioneros en dejar de ser una religión reconocible como religión.
De todas las adaptaciones que se le piden a la Iglesia en circunstancias como la de la muerte de un Papa y la elección de otro, la más socorrida es la que tiene que ver con la "cercanía", la "empatía" y figuras por el estilo, que son demandas relacionadas con la comunicación. El Papa Francisco se adaptó totalmente en ese sentido. Los medios, en general, lo adoraban. Giovanni Maria Vian, que fue director de L’Osservatore Romano, dice que Francisco dominaba los medios y triunfó gracias a "opciones mediáticas irresistibles", desde el nombre que se puso a su opción de vivir en el hospicio vaticano y no en el Palacio Apostólico. Si por los medios fuera, el mejor Papa sería un showman. Un showman profesional. Un Papa que todos los días diera espectáculo. Y elegido, no por un cónclave de cardenales en habitaciones llenas de humo, sino en primarias abiertas con debates electorales. Pero eso será el día en que la Iglesia dimita de su condición y deje que sea este mundo, y no el suyo, que es el otro, el que marque su agenda.