
Una sentencia del Tribunal Supremo británico ha resuelto que el término "mujer" se refiere al sexo biológico y que es el sexo biológico el que determina que una persona sea considerada legalmente una mujer. La sentencia pone fin a un caso que enfrentó al Gobierno de Escocia con asociaciones de mujeres que rechazaban que los derechos y salvaguardas establecidos por razones de género se extendieran a personas trans, como estaba ocurriendo. El Supremo interpreta que la Ley de Igualdad de 2010 se refiere a la mujer que nace como mujer y no a quienes nacieron hombres y después hicieron un cambio de género o sexo. La cuestión tiene enorme resonancia en un país donde el activismo trans ha logrado influir decisivamente en la política, dando lugar a situaciones como las que se produjeron con el gobierno escocés del nacionalista SNP, que abrió la puerta a que hombres condenados por violación, al cambiar de género, entraran en cárceles de mujeres.
El partido Laborista es, junto con el SNP y los liberaldemócratas, uno de los propulsores de lo que aquí hemos llamado autodeterminación de género, cuya consecuencia no es "reconocer los derechos de los trans", como tanto se repite —como si no tuvieran los derechos que tiene todo ciudadano—, sino establecer que los transexuales son mujeres a efectos legales y tienen acceso a todo aquello que hasta entonces estuviera reservado a la mujer. Las declaraciones de políticos laboristas durante estos años no dejan lugar a dudas sobre cuál es su posición, consistente en negar la realidad biológica como base para definir quién es una mujer. El propio Starmer, el primer ministro, ha sido uno de los abanderados de la negación, y será por eso que mantuvo un cauto —o cobarde— silencio justo después de la sentencia.
Starmer sólo se animó a hablar al cabo de una semana, que viene a ser hace un par de días, y dijo estas palabras: "Nos ha dado una claridad muy necesaria. Una mujer es una hembra adulta, el tribunal lo ha dejado absolutamente claro". Hay que alegrarse por el pobre Starmer. Al fin tiene claro qué es una mujer. Imaginemos los duros años que ha pasado ayuno de ese conocimiento. Ahora dispone de la seguridad jurídica. Ahora sabe que estaba equivocado cuando decía que "la ley establece que las mujeres trans son mujeres". Y cuando decía que era incorrecto afirmar que "sólo las mujeres tienen útero". O cuando indicaba que el uno por ciento de las mujeres tienen pene. Vaya revolución para el revolucionado Starmer.
La cuestión interesante, por tremenda, es que haya hecho falta una sentencia del Supremo para que Starmer, su partido y tantos otros sepan de qué hablamos cuando hablamos de una mujer. En una brillante intervención, la líder conservadora, Kemi Badenoch, dijo que ella sabe y ha sabido siempre qué es una mujer, que no hacía falta que el Supremo se lo dijera, y que eso sólo lo necesitaba el Gobierno de Starmer, tan desesperado por subirse al tren ideológico que "abandonó el sentido común". ¡Si sólo fueran los laboristas británicos! La sentencia da la razón a muchas mujeres británicas que se han enfrentado a la corriente trans, y que han sufrido por ello amenazas, despidos y represalias. Pero, aunque a efectos legales pueda llegar a ser necesario, en el fondo es un desastre que haya de ser un tribunal el que decida qué es una mujer. La humanidad ha sabido siempre qué era una mujer y qué era un hombre. Hay que repensar dónde estamos, cuando ha tenido que llegar al estadio más avanzado de la civilización para dejar de saberlo.