
Me he resistido hasta hoy, de entrar en el terrible acontecimiento, para personas y para bienes, del tristemente familiar "apagón". Esperaba algún dictamen de profesionales, con acreditada solvencia y probada independencia, para confiarles mi opinión, al margen de los consabidos comentarios que, en estos casos, suelen ser abundantes.
Hoy, enmiendo mi decisión del pasado 28 de abril, porque he comprobado, con tristeza y frustración, que el esperado gozo de acrecentar mi conocimiento ha quedado en un pozo.
Si repasamos los tiempos previos a aquel día, los antecedentes al hecho que hoy contemplamos con tristeza y cierta desazón, descubriremos que, sobre energía, la literatura generada ha sido muy abundante.
Parece lógico, si consideramos que ésta, es un factor productivo presente, directa o indirectamente, en la práctica totalidad de los procesos de producción de bienes, intermedios o finales, además de su presencia para el uso y confort de las vidas de los ciudadanos en su vivir habitual.
Y, una vez más, cuando el interés cala en los humanos, despierta en ellos opiniones y actitudes, que se traducen a ámbitos y foros de opinión, alumbrando la conciencia social en controversias, disputas y textos literarios y científicos, que esparcen el saber, enriqueciendo a la comunidad en su conjunto.
Como no podía ser de otro modo, así fue también en este caso, y lustros han transcurrido de tales controversias, con ocasión de las nuevas fuentes de energía, en ocasiones por su coste y su diferenciada eficiencia, en otras por sus efectos sobre la conservación del medio ambiente y, en otras, en razón a su peligrosidad, pocas veces evidente, si omitimos el caso de Chernóbil (1986) que, desde su proyecto, presentaba dudas sobre seguridad.
Pros y contras los hubo para todos los gustos, refugiándose el radicalismo antinuclear en las izquierdas políticas, en oposición a las opciones más conservadoras. Sin ir más lejos, nuestro presidente de gobierno no ha tenido el mínimo recato en mostrar su lucha contra la energía de origen nuclear, promoviendo su cierre completo en España, como programa de Gobierno.
Éstos, los antinucleares, coincidían en cuantía muy apreciable, con los defensores de las llamadas energías renovables que, para confundir, se han dado en llamar energías sostenibles. Y mantengo "para confundir", porque el término sostenible, siempre ha identificado lo que se puede sostener, cuando buena parte de estas instalaciones precisan de subvenciones públicas para mantenerse en el mercado, pese a no poder garantizar la continuidad de su producción.
Y llegó el apagón, y hubo quien, como el presidente Sánchez, responsabilizó a los operadores privados, otros a la suspensión de las renovables, y otros a la carencia de las nucleares, quedando todos a la espera de un Informe riguroso e independiente, que nos aclararía las causas de lo sucedido.
Y ahora, desde aquel pozo del inicio, sentimos profunda frustración al saber que el esperado Informe se encargará a la entidad que no fue capaz de evitar, menos de solventar con rapidez, el triste apagón. ¿Puede tolerarse semejante despropósito? ¿Quién podría aceptarlo?
"La mujer del César, además de honrada debe parecerlo"; así viene siendo desde el siglo I a.d.C.