
La pregunta de por qué no dimite el fiscal general es una pregunta retórica que conduce al meollo de este y otros asuntos que rodean al Gobierno como una nube de mosquitos. Estos bichos son molestos y chupan la sangre del Ejecutivo, que no tiene ya otra agenda que la de tratar de quitárselos de encima. La cuestión, entonces, es por qué no reduce las molestias deshaciéndose del Fiscal general ahora que el Supremo dicta que hay causa para sentarlo en el banquillo. Un Gobierno medio normal consideraría la reducción de follones como factor suficiente para pedirle el paso atrás. Ya que no por higiene democrática, por tener menos frentes abiertos. Y por evitar, de paso, una escena como la del máximo responsable del Ministerio Fiscal en el lugar reservado a presuntos delincuentes.
La respuesta más común a la pregunta retórica aquella es el escepticismo genérico de que aquí no dimite nadie. Para ser más justos, lo que establece la norma tácita actual es que no dimita nadie del Gobierno que esté tocado por algún escándalo. Ni siquiera Ábalos, que fue "dimitido" preventivamente, sin explicaciones, antes de que estallara el suyo. Hay que remontarse al primer Ejecutivo de Sánchez para encontrar dimisiones de ministros - uno duró seis días en el cargo - motivadas por la salida a la luz de algún episodio dudoso en sus currículos. En los ocho años transcurridos desde entonces, Sánchez ha pasado de la intolerancia a cualquier mácula a un umbral de tolerancia que rebasa casi todo lo conocido. Para que se vea lo móvil y fluctuante que es su grado de exigencia. Al llegar al Gobierno quiso mostrarse riguroso porque todavía quedaban restos de una oleada que trajo demandas de limpieza y regeneración en la política. Una vez barridos y metidos bajo la alfombra aquellos restos, no hay que fingir virtud, sino victimismo.
García Ortiz no es imprescindible. Seguro que hay otros que harían lo que hace él y que se pondrían, como él, al servicio de una operación política y mediática del Gobierno contra el principal partido de la oposición. El problema no será encontrarle sustituto. El problema es que si dimite o lo cesan se rompe un eslabón fundamental de la narrativa del Gobierno. La caída del Fiscal general haría caer toda esa historia del acoso de la derecha política, mediática y judicial. El cuento dice que no hay nada de cierto en las denuncias e investigaciones, y retirar una pieza como el Fiscal significa reconocer que sí hay algo cierto y que sí hay caso. Como esto es un sistema de cuentos encadenados, con que falle uno, se viene abajo todo como un castillo de naipes. García Ortiz no sigue en su puesto porque el Gobierno crea que es un "servidor público ejemplar". Sigue ahí porque el Gobierno cree que echarlo debilita el blindaje victimista con el que se protege de la maraña de abusos y corruptelas que lo rodea. Para seguir ganando el relato, no se puede permitir ni un fingimiento de decencia.
o el relato