
Un simple vistazo a los titulares de esta semana nos sirve para tomar conciencia de que los Estados Unidos se jodieron, tal como le pasó al Perú y le pasa a nuestro país y a otros muchos que han secuestrado a la democracia, aunque lo niegan amparándose en la peor de las dictaduras, la de la mayoría de los que votan.
Trump señala que, para Alemania, el desembarco de Normandía, fue un mal día, obviando que su objetivo era liberarla del nazismo, una razón un tanto incomprensible para Trump. Acusa al presidente de Sudáfrica de racismo, contra los blancos, que es el único posible en la mentalidad de Trump.
Pretende destruir Harvard como símbolo de la excelencia educativa e investigadora de los Estados Unidos, porque solo en la mediocridad encuentra su caldo de cultivo. Incita a los ilegales para acudir a los centros de inmigración para regularizarse, para caer en la trampa, ser detenidos y deportados a Carcelandia, donde otro tonto útil le ríe las gracias. Saca el Ejército a la calle para combatir protestas que en España resolverían un par de agentes de Prosegur solo para joderle la vida al gobernador de California, que si hubiera elecciones en cuatro años podría sucederle y señala que le "encantaría detenerle" como a toda la oposición.¡ Cuántos demócratas no dirían que les encantaría que detuvieran a los miembros de la oposición!.
La lista sigue. La Casa Blanca convertida en un bazar persa donde se pactan, no los acuerdos para el beneficio del pueblo, sino el expolio, única razón por la que discuten dentro del mundo "trumpiano", por su reparto. Pretende conquistar Canadá y Groenlandia porque no cree en la soberanía de los demás, simpatiza con Putin y Xi Jinping y siente repulsión por la democracia occidental. Y todo esto ocurre en la primera potencia mundial. En definitiva, disfrutábamos de una democracia occidental, social y liberal avanzada, y ahora en la Casa Blanca nos pretende imponer su estilo un nuevo Darth Vader con una legión de tontos aplaudiendo cualquier gracia o salida de tono como si se tratara de una obra de Ionesco.
Esa misma sociedad norteamericana es la líder tecnológica del mundo, en la que su productividad ha crecido en los últimos veinticinco años el doble que Europa, su renta per cápita también subido vertiginosamente y millones de americanos han salido de la pobreza y ahora son clase media. Sus posiciones políticas eran respetadas en el mundo y desde Washington se irradiaba esperanza y luz al mundo que todavía estaba en tinieblas.
La última vez que la Casa Blanca sacó el Ejército contra el criterio del gobernador fue para que una chica de color pudiera ir a clase con los blancos, ahora salen para que no tengan que volver a mezclarse con estos puros arios americanos. Todo iba bien en Estados Unidos, con los problemas habituales de una sociedad avanzada, pero que ya los quisiéramos el resto del mundo. Hace dieciséis años esa misma sociedad votó por Obama, y antes por Bush, Clinton o Reagan. Entonces repito la pregunta ¿cuándo se jodieron?.
¿Ha cambiado la sociedad americana para que Trump fuera presidente? ¿para qué apoye un programa que conduce, como la república de Julio César, hacia la "Trumpcracia" ante el estupor de los silenciados y el alborozo de los que esperan las migajas del nuevo régimen?.
La democracia más perfecta del mundo, como la definió Tocqueville, parece haberse evanescido sustituida por una legión de lerdos como los que asaltaron el Congreso y fueron indultados por el presidente.
He tenido la suerte de conocer casi cuarenta estados de los Estados Unidos. Cada uno con sus peculiaridades, unos con utodosna clara vocación teocrática, otros en la izquierda liberal, pero en alguna forma se sentían orgullosos de su nación y de sus instituciones. Era algo indiscutible, daba igual la parte del espectro político en el que estuviera cada uno.
Pero había algo que fallaba, se trataba de un equilibrio inestable, solo necesitaba de un detonador para acabar con él. Solo en las grandes ciudades hay una auténtica convivencia social entre diferentes. Cuando uno acude en Wisconsin o Florida a adquirir una casa, la agente inmobiliaria suele preguntar a qué partido votas y a qué iglesia acudes para elegir tu barrio o tu manzana. Y aquí empezó el problema, en la segregación social.
Ricos con ricos, negros con negros, latinos con latinos, baptistas con baptistas, católicos con católicos, judíos con judíos. Solo les unía el sueño americano, la bandera y las instituciones federales, pero a partir de ahí todos eran diferencias. Todas las oleadas de inmigrantes de su historia fueron posicionándose en este rompecabezas, donde los alemanes al norte, los irlandeses a la coste este, los mexicanos a los campos del sur, los italianos a la coste este.
A base de reforzar la idea de los padres fundadores, nunca fueron una auténtica nación al sentido tradicional. No sienten a los diferentes como parte de su ambición nacional. En esta distopia de compartimentar a la población, se produce un hecho muy significativo. Al no existir empatía por el que no forma parte de cada grupo, la solidaridad con los que menos tienen solo existe en su propio grupo, para el resto de los americanos no la padecen. La clase media alta blanca solo tiene empatía por la clase blanca trabajadora que se ha visto desplazada por las nuevas tendencias. Solo hacía falta unir a estos segregacionistas sociales, movilizarlos y empoderarlos para que el destino de la nación se jodiera.
Los de castas inferiores, solo tienen dos vías de ascenso social muy reconocidas, las Fuerzas Armadas o la suerte en los negocios si la mafia de tu origen que controla a sus propios emigrantes te lo permite. Si se elimina el derecho a la salud a los pobres, el resto del mundo puede vivir en armonía. Si cerramos Harvard, que es la élite de la élite, el resto del mundo, mediocre, lo celebra, como festejábamos en el colegio que catearan al empollón. El único propósito de la comunicación del gobierno es que los problemas los producen otros y que ya es hora de que los nuestros ganen esta batalla ficticia.
En este equilibrio inestable, solo hacía falta alguien capaz de crear una realidad que nadie pudiera contrastar con el resto de la población porque se les había capado la comunicación interracial o intersocial. Alguien capaz de empoderar a unos colectivos que se sentían discriminados a fuerza de decirles que el sistema los discriminaba, sin tener en cuenta los deseos mayoritarios. Solo hacía falta ganar unas elecciones, y Biden se lo puso en bandeja.
Las élites demócratas, en su desconocimiento, en su burbuja, no fueron capaces de predecir lo que a todas luces era evidente. Le pusieron alfombra roja y todavía hoy siguen desnortados. El resto ya es historia, los aranceles protegen a los buenos americanos. La Guardia Nacional luchando contra la insurrección de los aliens, justifica el racismo y el cierre de fronteras. Un presupuesto comunista inabordable para su economía garantiza un reparto ajustado a sus necesidades de la riqueza. Una sintonía con China y Rusia de cuyos regímenes sus votantes medios apenas saben y que admiran por el empoderamiento de sus principios sobre los de la izquierda anticristiana, refuerza la vieja aspiración de "por el imperio hacia Dios". Los grandes solo hablan con los grandes, pero si alguno de estos no nos gusta, como Europa, entonces los hacemos pequeños y luego los despreciamos.
Ya es tarde, no hay nada qué hacer. Los Estados Unidos se jodieron y el resto del mundo también. No hay capacidad de articular una respuesta de consenso como sí la hubo en los sesenta contra las políticas racistas y liberales, porque solo una causa común tan noble unió a una mayoría, pero poco más.
Las armas no nos son muy ajenas. La mentira, la corrupción que solo afecta al contrario mientras que la propia se justifica en los ambiciosos fines morales, el control de la justicia que solo cumple su función cuando valida a la acción del gobierno, cuando los medios de comunicación propios son sobre-financiados mientras se persigue a los disidentes negándoles la legitimidad y el pan.
Crear división en la sociedad para avanzar apoyándose en lo que nos enfrenta más que en lo que nos une. Repartir la riqueza común para llevarla desde aquellas regiones o grupos sociales adversos a los afines, comprando votos. En el fondo no se mata la democracia, sino que se compra y se pone al servicio de una parte de la sociedad que solo ambiciona el poder para enriquecerse, pavonearse y sobre todo para destruir a los demás, adocenarlos con encuestas falsas y noticias fakes para que la sociedad en lugar de ser abierta esté dormida.
Cuando se narcotiza a la sociedad, a la oposición, a los empresarios, a los sindicatos, a los medios, todo se da de forma natural. Esa es la desgracia a la que nos enfrentamos y contra la que no vamos a poder hacer nada. Trump, como otros muchos que no están tan lejos, han hecho una OPA a la democracia y se la han quedado para su uso y disfrute.