
Alberto Núñez Feijóo ha hecho un congreso a su medida, con algo de romería de partido, enorme empanada ideológica y, al entrar a matar, un metisaca, apenas un pinchazo hondo, insuficiente para la exigente plaza de Madrid. Se anunció como congreso de ideas para el rearme ideológico del PP, un contrato con los españoles dirigido a los votantes de las próximas elecciones generales. Anuncio pronto desmentido por los encargados de la ponencia política, ninguno de los cuales se ha jugado nunca nada por una idea, ni ha escrito un libro, ni siquiera de los que a uno le escriben. Alguien lo resumió así: Juanma Moreno ponía las ideas y Ayuso las sillas, pero todo quedó a expensas del dedazo del presidente, que es infalible por definición. Si hasta Sánchez es infalible en el PSOE, ¿cómo no serlo Feijoo en el PP?
Un vertiginoso ataque de continuidad
Hace ya meses corrió la especie de la sustitución de Cuca Gamarra por Miguel Tellado en la secretaría general del partido, gesto que no halló resistencia apreciable, así como el ascenso de Ester Muñoz en el siempre apetecido escaparate parlamentario. Pero esto fue antes del informe de la UCO sobre Santos Cerdán, ahora en la cárcel, y la cascada de revelaciones sobre la frenética actividad delictiva de los más próximos a Sánchez. Como se veía venir una legislatura bronca, con el déspota aferrado a la poltrona, no parecía mal elegida la pareja, aunque la mejor oradora fuera Cayetana. Pero como Tellado es muy cayetanista, se suponía que iba a repartir juego. La incógnita era la de la renovación del PP, anunciada a bombo y platillo, y se despejó al empezar el congreso, aunque no en los términos que se creía.
La continuidad era vertiginosa. Seguía el portavoz del partido, Borja Semper, también Bendodo, también Alicia García en el Senado, y por tanto Arenas, y Noelia Núñez bajaba la media de edad y mantenía el reto digital, sea eso lo que sea. La eterna Carmen Fúnez cambiaba de silla, no de poder, y para vigilar a Juan Bravo, como en 1996 Aznar colocó a Montoro para vigilar a Rato, Feijóo rescataba a uno de los Nadal, un sorayista de garrafón al que nadie acusará de liberal sin faltar gravemente a la verdad. O sea, un secante de Juan Bravo. ¿Y qué había de nuevo? Alma Ezcurra, que hace los textos centristas de la Fundación XXI, la de confianza de Feijóo. Su tarea no era fácil: frenar el liberalismo y mantener el sueño del pacto con Junts y el PNV, para llegar al poder cuanto antes, sin tener que pasar por las urnas.
O sea, que el congreso de la renovación sólo reverdecía el fracasado consuelo tras las elecciones generales del 2023: confiar en que Puigdemont rompiera con Sánchez. González Pons, gran plusmarca del error, dijo que Junts, el del golpe de Estado de 2017, era "impecablemente democrático". Pero, vista la resistencia a la enmienda de Alejandro Fernández, lo que se dilucidaba era mantener o no la ensoñación del pacto con el separatismo. Al final, no se condenó el pacto, pero tampoco se proclamó deseable. Triunfo del catenaccio, tan detestable en el fútbol como en la política, traducido en la proclamación centrista de la derecha, que nadie sabe lo que significa, salvo los maricomplejines de la Derecha, y que, como dogma acolchado y blandito, Feijóo, antes del congreso, proclamó sacratísimo e inapelable.
El protagonismo de Rajoy, un regalo para Vox
Sin embargo, fue llamativo en congreso tan controlado el enorme protagonismo de Aznar, y, sobre todo, el de Rajoy, un regalo para Vox. Al cabo, Abascal era del partido de Aznar, pero Rajoy era la viva imagen de la cobardía ideológica, la torpeza política y la tolerancia con la corrupción. La tentación del voto útil contra Sánchez, que es la gran baza del PP, se aventó como un mal sueño viendo a Rajoy lamiéndose las heridas de la moción de Ábalos y Sánchez que lo echó del Gobierno. Ni pidió perdón por el golpe de Cataluña, ni por el bolso de Soraya que ocupó su escaño ni por haber roto el partido echando a los liberales y a los conservadores. La debilidad de Feijóo por Rajoy sólo se explica por una idea caciquil del partido y de la política, que es lo que ha apartado del PP a una parte del voto de derechas.
Como remate, se invitó a Casado, para apuñalar a alguien como en su día a Ayuso, y la presidenta de Madrid, que estaba en los USA cuando se le invitó, lo sintió como lo que era, una puñalada y si llega a aparecer por Ifema el ahora comisionista de armas, el PP de Madrid no hubiera acudido y el partido se habría roto por el eje. Fue una prueba de irresponsabilidad mayúscula de la nueva dirección, preferir la unidad de la empresa al valor de la renovación. El daño es estructural: Feijóo aparecía como el PP de los complejos y las traiciones, al que tres millones de españoles no vuelven a votar, porque no se deja. En realidad, el PP ni lo ha intentado. Habló de recuperar los diez millones de votos, pero está más cómodo en el centro, como si fuera equiparable la distancia que le separa de Abascal con la que le aleja radicalmente de Sánchez, Pumpido, Sumar, Bildu, Junts y demás.
Al final, las primarias, el voto por militante o por delegado, desaparecieron del Congreso, como los pactos con el nacionalismo, gracias a una redacción algodonosa e imprecisa. Nadie quería reñir y quedar ante el partido como el malo de la familia, así que todos fingieron aceptarlo todo, para que pudiera votarse por aclamación, Se matizó la sensación de oxidada continuidad al cooptar Feijóo a Cayetana, que, después de Ayuso, fue la más aplaudida. No iba a serlo Cuca, o Bendodo, o Semper, o Fúnez, o los del Verano Azul Pactada o impuesta la continuidad, sin concesión alguna al debate interno, el congreso se tornó eucarístico, con Feijóo oficiando como sumo sacerdote del culto verdadero, aunque inconfesable, de la política, que es el del Poder. En la votación, sacó el 99, 45% de los votos. Más les vale a esos decimales que no se entere Tellado de quiénes rechazaron la comunión con el líder.
La aportación decisiva de Sánchez al Congreso del PP
El Congreso habría quedado como otra oportunidad perdida por el PP para renovarse, una victoria aplastante de los chanquetes de Génova 13, de la burocracia sobre las ideas y valores que son la razón de ser del PP. Un fervorín de puertas para adentro, donde todos caben si se portan bien, hasta Mazón, que no ha podido portarse peor y al que Feijóo abraza en público, para humillarse a sí mismo y a sus votantes. Mazón es la omertá de partido.
Pero la gran justificación de la existencia del PP es Sánchez, y el déspota no falló. Mientras el sábado los congresistas se hacían selfis, el Comité Federal del PSOE les obsequiaba con la dimisión por denuncias de abusos sexuales del cuarto mosquepedro, Salazar, puesto por Sánchez para vigilar a la sucesora de Santos Cerdán, una ignota consejera de Ximo Puig, que, para variar, también tiene cuentas pendientes con la Justicia, por su participación en las andanzas financieras de la Trama del recluso Cerdán.
La víspera, para reparar el daño que se supone causan en las mujeres las costumbres prostibularias del PSOE, Sánchez se dejó besuquear y aplaudir por unas cuantas militantes. Imagen paupérrima, a juego con el propósito moral que animaba el encuentro. Y que sin duda merecía lo que pasó apenas publicado el nombre del agraciado con la pedrea del partido: un medio cercano a Podemos aireó la existencia de denuncias de empleadas del partido contra los abusos y acosos de su jefe, el tal Salazar. A puerta cerrada, se discutió acremente si el amigo del Amo debía dimitir o no valía la pena buscar a otro que, quién sabe, podría ser igual. O de otra, que podía ser como Armengol u Oltra, responsables de abusos a menores tuteladas. Al final, se le hizo dimitir, pese a no haber sentencia condenatoria, aceptando de hecho que el sexo de pago o por fuerza es normal en el PSOE sanchista. Total, que si el fervorín partidista, la unanimidad aguachirlada y la eterna renovación de la continuidad no arrojaban un saldo del congreso favorable, aparte el alarde de disciplina que se supone premia el votante, ahí estaba el recuerdo de la necesidad de echar a Sánchez como sea. Y Sánchez no falló. Qué sería de la oposición sin este Gobierno. Pero es la nuestra, la que hay. La yunta es mala de solemnidad, pero con estos bueyes hay que arar.