
Sánchez no se irá por las buenas. Y por las malas, si puede, tampoco. Lo que estamos viendo con toda crudeza es la preparación de una situación insostenible de violencia callejera, crisis institucional y colapso informativo que haga imposible la celebración de elecciones generales en un clima de normalidad. Todo lo contrario: se trata de que las elecciones se planteen al revés de cómo están diseñadas: para cambiar pacíficamente de Gobierno.
Esa "gimnasia revolucionaria" que explica en El eco de los pasos el anarquista García Oliver, excitaba mucho a Pablo Iglesias cuando se veía a sí mismo como el Niño Guevara nacido en el FRAP. Ahora, dedicado a la extracción de recursos naturales y disfrazado de Subcomandante Tacos, le ha sacado a Vinagre Sheinbaum 100.000 dólares para propaganda en esos canalillos suyos, que nadie ve. Pero, de paso, Zapatero mediante, también va a difundir vídeos de propaganda del régimen genocida de Pekín. Eso es optimizar recursos, diría un alumno del Begoña Center. "Jotía, es que criar a tres por la privada es carísimo", dirá Irene. Y Ione Lobarra, lo certificará.
El modelo es el que desemboca en el 11M
En la cima de su popularidad, Iglesias también se atribuía el cerco a las sedes del PP el 13M de 2004, supuesto día de reflexión que se convirtió en jornada de agitación, endosando la masacre del 11M al gobierno del PP. Aunque los chiquilicuatres de la Complu, meros polizones, se atribuyeron la autoría de la acampada del 15M en la Puerta del Sol, obra de Rubalcaba, en ese momento no eran más que una pieza más de la extrema izquierda que el PSOE activó cuando empezó a temer que, tras la mayoría absoluta de Aznar en 2000, la izquierda y los separatistas podían quedarse en el paro muchos años. Y entonces, adiós a la ETA, adiós a Perpiñán, adiós a los Països Catalans, adiós a Seattle, adiós al dinero público… adiós al Poder.
Lo que hicieron entonces fue convertir casos de gran repercusión mediática en argumentos de movilización política. El más llamativo, por su originalidad y por los extremos de manipulación mediática que alcanzó fue el del chapapote, cuando un vertido de petróleo cerca de las costas gallegas se transformó en una especie de Juicio Final previo paso por el Apocalipsis. Es importante señalar, porque la fórmula no cambiará, que en cada caso aparecía una plataforma independiente, con dirigentes desconocidos, pero que daban bien en pantalla y transmitía una genuina emoción indignada, porque la palabra de moda en Europa, marca del 15M, era "Indignados", mediocre panfleto francés de extrema izquierda de un señor mayor, pero que abrió el paso a todas las Gretas Thumberg que vinieron después.
Nada nuevo en la Izquierda mundial, desde Lenin. En Memoria del comunismo cuento la historia de Willi Munzënberg, el gran genio de la propaganda de la Komintern, y su creación de los "clubes de inocentes", siempre al servicio de Moscú, pero disfrazados, según las urgencias del momento, de pacifismo, ecologismo, feminismo y lo que hiciera falta. Lo asombroso es que, un siglo después, la derecha no haya aprendido nada sobre la técnica más eficaz con que cuentan los enemigos de la libertad.
Si la izquierda pudo manipular la masacre del 11M fue porque estaba muy entrenada en las movilizaciones callejeras. Desde la Guerra de Irak al Chapapote, pasando por el Yak 42, puede decirse que los partidos políticos limitaron su presencia parlamentaria a servir de altavoz de las causas o las excusas que atronaban las calles, pero, eso sí, siempre cerca de las cámaras de televisión. Recuérdese la Plataforma Antideshaucios, de Ada Colau, o la agresión de Isa Serra a la policía en Madrid para impedirlos. Y si no, La Celsa, y si no, el perro Excalibur, y si no, el aborto, y si no, las listas de espera, y, si no, las oposiciones, y si no, el salario mínimo, y si no, lo último que, en materia de vagancia, se les ocurra los comunistas, causa que será inmediatamente asumida por el Gobierno del PSOE, de ZP a Sánchez.
El modelo de agitación es siempre el mismo
Nada ha cambiado desde que en 2001 toda la izquierda en España, siempre aliada al separatismo, se asustó ante la posibilidad de una larga época de tranquilas reformas y paz social, pastoreada por el PP, que era su fin. Cuando en 2004 surgió la ocasión del 11M, aquella alianza callejera que iba de la ETA al PSOE, con una presencia mediática esencial, estaba ya preparada para dar el mayor vuelco político de la historia reciente de Europa. Volquetazo, del que no hemos salido, y del que parece difícil salir.
Si se observan las últimas movilizaciones de la izquierda en defensa de Sánchez, es decir, contra cualquier alternativa democrática de Gobierno, se verá que el modelo es el clásico: movimientos aparentemente civiles, no de partido, juveniles, espontáneos, que se oponen por razones hondamente morales a algo muy malo, no discutible, sino el Mal, con mayúsculas, y cuyos motivos de indignación van desde el Planeta hasta la franja de Gaza.
Por supuesto, desde el asalto a la Vuelta Ciclista a España hasta la flotilla de Hamás, hemos visto a etarras condenados que participaban en la sombra como coordinadores de los actos violentos, y, junto a terroristas de Hamás, organizando la logística de la Flotilla. En estas movilizaciones de extrema izquierda, con décadas de experiencia, no hay nada improvisado y todo se organiza en función de la repercusión mediática del hecho político.
Lo aparentemente grotesco de mantener una huelga la semana pasada contra el llamado "genocidio" en Gaza cuando ya se había firmado un plan de paz, no lo es tanto si se advierte el tipo de gente que, en Bilbao o en Barcelona, salió a la calle y se enfrentó a las policías autonómicas. No hace falta que sean muchos. De hecho, en la Vuelta Ciclista, la más anunciada, el seguimiento nunca fue masivo, pero con experiencia en violencia callejera. Aunque hace diez años que Podemos vio la luz y ahora repta en su ocaso, la cosecha de violentos de aquellas primeras añadas sigue siendo enorme.
Factores sociológicos que favorecen la violencia
Otro factor sociológico y psicológico es que los que salen a quemar las calles no trabajan. Mucha gente, varios millones dice el Gobierno, vive de la paguita, no se esfuerza en aprobar ni en trabajar, es el tipo de parado subvencionado que legitima su vagancia pegándose a ratos con la policía. Y de esos okupas y alternativos están llenas las grandes ciudades. Mano de obra abundante encantada de impedir que la derecha llegue al Poder. O sea, que haya democracia. País Vasco, Navarra y Cataluña están en permanente movilización totalitaria. Eso no cambiará antes de las elecciones. Al revés. En regiones y grandes ciudades hay mucho cerdito con nostalgia de jabalí.
Para no irse, camino de la cárcel, Sánchez intentará su 11M, un acto violento que cambie abruptamente la tendencia de la sociedad española. Y hay que estar atentos a lo que hace, porque quizás no puede hacer otra cosa. Lo primero, insistimos, es mantener un estado de violencia en la calle, por dos razones: a corto plazo, deslegitima un sistema parlamentario que, de todas formas, no le permite gobernar; a largo plazo, es peor, va instilando en la sociedad española una rendición preventiva ante Sánchez: si con la izquierda en el Poder hay este clima, con la derecha sería muchísimo peor. En última instancia, ese es el éxito que persigue el terrorismo político: la parálisis del cuerpo social que podría impedir su acceso al Poder y que se rinda a cambio de dejar de matar y robar, no de asustar. El País Vasco, hoy.
Y con la calle en llamas, el país polarizado y las encuestas tezanosas legitimando el pucherazo, en vísperas de las elecciones, zas, un crimen, un atentado de gran valor simbólico, un asesinato inexplicable, una masacre. Y la excepcionalidad hasta ahora llamada Sánchez, convertida en normalidad.
