
Seguro que Pedro Sánchez ha estallado en una risotada cuando le han contado que Puigdemont dice de él que a partir de ahora podrá ocupar la poltrona pero que no podrá gobernar. La carcajada se ha debido de notar hasta en el centro de Madrid. Este Puigdemont... Otro humorista catalán.
El expresidente de la Generalidad ha recordado en su discurso de ruptura con Sánchez que este lunes se cumplieron ocho años de uno de los momentos más desternillantes de la política catalana de las últimas décadas. Fue la declaración de independencia en el parlamento catalán previa a la desbandada general de la tropa golpista. La "república" se aprobó en votación secreta porque muchas de sus señorías, muy indepes de boquilla, tenían las ganas justas de dar la cara. Por si acaso.
También ha hablado Puigdemont de cuando el futuro de Sánchez estaba en sus manos. Ahora, los siete diputados de Junts en el Congreso tienen un peso relativo. Fueron indispensables para investir al líder socialista, pero mientras se nieguen a contemplar el escenario de una moción de censura no valen nada.
Resulta llamativo que Puigdemont no se haya referido en ningún momento a la corrupción que rodea al líder socialista y que no haya empleado esa corrupción como otro elemento a favor de la ruptura. Será porque en la lógica cazurra del separatismo, el resto de España es el extranjero y que el fiscal general esté imputado o que la señora del presidente esté pentaimputada les suena a política luxemburguesa.
Mención aparte merece el hecho de que el nacionalismo catalán no está para dar lecciones de honradez. Este próximo mes de noviembre, si no pasa nada, arrancará en la Audiencia Nacional el juicio a los Pujol, la organización que amasó una inmensa fortuna en nombre de la Cataluña de Puigdemont, Sílvia Orriols y Junqueras.
El caso es que Puigdemont ha roto con Sánchez y en vez de un "no eres tú, soy yo" ha sido al revés. Cuántos reproches y cuánto rencor. Un no parar de agravios, incumplimientos, engaños y desconfianza, mucha desconfianza.
La preocupación en las filas socialistas es perfectamente descriptible. El arrebato a lo dúo Pimpinela de Puigdemont les ha hecho gracia. Y es que lo ven como un monologuista, no como un político serio. Para Sánchez, todo esto del vecino de Waterloo es un tema menor en comparación con lo de su esposa, su familia política, su hermano, sus secretarios de organización, los asesores, el fiscal y la recua de incompetentes que lo rodea. Le ha hecho llegar a Puigdemont, eso sí, que ha entendido el mensaje y que se pone a ello. Y que sobre todo, diálogo. Mucho diálogo.
