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Agapito Maestre

Contra aventureros, un rey

Aquí no se salva nada más que el Jefe del Estado, quien otra vez, y cada día que pasa más solo que la una, se atrevió a pronunciar que España es una nación.

Aquí no se salva nada más que el Jefe del Estado, quien otra vez, y cada día que pasa más solo que la una, se atrevió a pronunciar que España es una nación.
Don Felipe, durante su alocución de Nochebuena | EFE

¿Qué puede esperarse de una sociedad que acepta como normal la inexistencia de la nación? Necio sería el que no se alarme por la pregunta, pero tonto ilustrado, doblemente imbécil, será el que hallara algún valor en una sociedad sin nación. Poco, nada, diría yo, puede esperarse de un conglomerado de seres humanos que niega la nación. Vivimos, pues, instalados en una comunidad tribal sin otro objetivo que llenar la andorga, que acepta de buen grado, o peor, con estulticia resignada ser dirigida por unos aventureros sin otro oficio que vivir de la dividinal palabra democracia. La administración de esta palabra, hasta convertirla en el principal tótem de la tribu, es el principal trabajo de los brujos que ofician los rituales falsamente políticos. Son rituales tribales. Eso es hoy España como nación. En manos de aventureros el país no es nada. Todo es tribal.

Pero aún queda, no sabemos por cuánto tiempo, la cáscara de la nación, la envoltura, también casi podrida, de ese conglomerado de autonomías que llaman Estado. Salvo una, no crean que exagero, todas las instituciones clave de esa pieza emancipatoria de la humanidad, el Estado de Derecho, están tocadas, dañadas y enfermas de gravedad en España. Sí, sí, la institución tan social como imaginaria, y quizá la más radicalmente libre y democrática, de las sociedades abiertas y plurales, de la separación de poderes desapareció de España hace casi tres décadas. Muerta esa institución, fácil es describir el devenir de la cosa judicial, legislativa y ejecutiva.

Sí, ya nadie habla de separación de poderes, sino de cómo el Poder Judicial puede servir mejor al jefe en funciones de la tribu. Lo decisivo es cómo los chamanes del derecho, de lo supuestamente jurídico, de la ley, pueden facilitar la tarea del Chamán-Aventurero. ¿Qué decir del Poder Legislativo? Lo sabido. El Parlamento no tiene otra función que legitimar al jefe de la tribu. La señora que preside la cosa del Parlamento está a la entera disposición de lo que mande su patrón, el señor de la Moncloa, y por eso ha habilitado los días de vacaciones para llevar a cabo la tarea de la investidura presidencial. Quizá se aplace esta movida institucional, pero lo importante es demostrar a los súbditos quién manda… Aunque sospecho, como sospechan otros millones de españoles, que mandar, lo que se dice mandar, el señor de la Moncloa manda menos de lo él mismo cree. Mucho más que él, el gran Aventurero del socialismo español, mandan los comunistas bolivarianos y los separatistas encarcelados.

En fin. Aquí no se salva nada más que el Jefe del Estado, quien otra vez, y cada día que pasa más solo que la una, se atrevió a pronunciar que España es una nación. Ojalá su esperanza, ese resto de libertad rescatado de la fatalidad, sirva para mantener erguida la palabra España. Sí, el Jefe del Estado, más aislado que nunca, tuvo el valor de decir que él seguirá hasta el final defendiendo España como nación. ¿Para cuándo una manifestación popular diciéndole a este hombre que no está solo? ¿Bastaría que unos cuantos millones de españoles, de personas que creen antes en la nación que en la tribu, saliéramos a la calle para decirle a este hombre, al Jefe del Estado, que estamos con él para detener a este atajo de aventureros? No lo sé. Pero he ahí una razón más para apoyar a Resistencia Democrática Española.

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