El 21-D, hace una semana, España fue derrotada. El fracaso del Gobierno de Rajoy ha sido total. El presidente del Gobierno debería haber aceptado su derrota. Convocó unas elecciones para no asumir su responsabilidad de castigar a los golpistas del 1 de Octubre y perdió. No tiene alternativa. La dimisión es su salida. Es un cadáver político, porque supeditó la Nación a una consulta popular. O sea condujo a la parte más delicada y frágil de España, la Nación, a una arriesgada operación. Cuando un político juega con lo más sensible del pueblo español, la Nación, y lo somete a control por la parte más tribal del país, corre el riesgo de ser arrasado. Podía haberle salido bien la cosa, pero ha resultado una tragedia. No hablemos más, pues, del futuro de Rajoy porque no tiene. Lo ha perdido todo. O se marcha o elecciones anticipadas ya. Cualquier otra cosa que haga, será sufrimiento para todos los españoles, o sea, para España. Levantaremos acta de esas calamidades.
A partir de ahora se impone una dinámica política radicalmente diferente. Los de abajo, sin duda alguna, volverán a la situación terrible de hace más de 40 años. Crecerá la persecución de los españoles en Cataluña. El empobrecimiento económico de las clases populares les hará retrotraerse hasta los niveles de las grandes migraciones de los años cincuenta y sesenta y, por supuesto, tendrán que aprender catalán hasta para trabajar de peón de albañil. A los de arriba, sí, a los separatistas la crisis económica apenas les afectará, sencillamente, porque seguirán viviendo de robar a España. Solo hay, repito, una enseñanza de esta tragedia: la recomposición de la nación española, después del golpe de Estado del 1-O, nunca debió supeditarse a una consulta popular. La Nación jamás debió ser objeto de juego político o constitucional. España estaba por encima de todo, pero Rajoy la echó al barro de sus enjuagues políticos. Su fracaso es histórico. España ha salido derrotada.
Y, ahora, ¿qué dice el partido constitucionalista ganador de esas elecciones? Poco o nada que no forme parte de los tópicos de un ganador moral consciente de que no reúne la mayoría suficiente de la asamblea catalana para gobernar. Ciudadanos solo espera que se pongan de acuerdo los separatistas para repartirse las consejerías y conformen un protervo Gobierno que insista en la principal maldad de su peculiar historia: España no es nada. Cuando eso ocurra, sospecho que ellos gritarán: España es todo. ¿Cómo demostrará Inés Arrimadas la verdad de su aserto?, ¿qué propuestas hará más allá de las consignas electorales para embridar a los separatistas en el parlamento regional?, y, sobre todo, ¿cuáles son los planes del partido de Rivera para levantar a España de su caída en Cataluña? Pronto tendrán que contestar los líderes de Ciudadanosa estos interrogantes si no quieren que su victoria languidezca hasta marchitarse en una derrota honrosa.
Es obvio que la primera decisión de Arrimadas es realista, pero a la par refleja el primer síntoma de la derrota de España en Cataluña. Esperar a que los separatistas formen Gobierno para hacer propuestas, ay, es tirar por la borda la gran victoria de un partido constitucionalista. Quien se muestre expectante ante la decisión de los separatistas, corre el peligro de caer en sus redes. Ciudadanostiene que ser implacable con ese personal: muestre sus credenciales políticas, es decir, es el partido más votado en Cataluña y, en segundo lugar, ponga las condiciones políticas para negociar con los separatistas: España no se negocia, entre otros motivos, porque los separatistas no tienen mayoría social. Dejarle la iniciativa a los secesionistas es, sin lugar a dudas, un signo de debilidad. Un terrible símbolo de la derrota de España.