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Amando de Miguel

La corrupción política no es tal

El asunto no es la conducta de unos pocos desaprensivos o mangantes, sino de la sociedad en su conjunto, de todos nosotros.

El asunto no es la conducta de unos pocos desaprensivos o mangantes, sino de la sociedad en su conjunto, de todos nosotros.
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Olvídense de la letanía "los corruptos son solo unos pocos; los demás son muy honrados". Hay otra complementaria: "Los corruptos de los otros partidos son más que los míos". La corrupción política no es una excrecencia de unos cuantos desalmados; antes bien, es la consecuencia natural del poder, tal como hoy lo entendemos. El poder político se traduce primordialmente en repartir favores, cargos y prebendas al círculo íntimo del que manda. Es una idea ostentatoria del poder: tiene que verse y generar envidia. De ahí la necesidad de los signos externos: coches oficiales, escoltas, tarjetas más o menos negras, aforamientos, gastos pagos.

La corrupción solo se puede combatir con el valor de la honradez. Pero nadie apela a esa virtud. Da vergüenza practicarla. A ver quién es el majo que insiste en que las ventas que se ofrecen "sin IVA" se realicen con la factura debida. Sería tratado como un "pringao".

De momento, la corrupción política solo se persigue por venganza o por el esfuerzo en desvelarla que hacen los periodistas. Pero esas no son soluciones. La razón es que impera una mentalidad general, que corta a todos los partidos, por la que se condena solo la conducta de los demás. Tal actitud es todavía más permisiva cuando el aprovechamiento es a costa del dinero público, que "no es de nadie", como dijo una famosa ministra. En definitiva, no se cultiva ni se favorece la honradez. Los acusados de corrupción no son nunca por iniciativa de los respectivos partidos.

El asunto no es la conducta de unos pocos desaprensivos o mangantes, sino de la sociedad en su conjunto, de todos nosotros. Lo que ocurre es que son los políticos quienes tienen más oportunidades de lucrarse con el dinero público, haciendo favores y obteniendo comisiones fraudulentas. De ahí que todos los partidos aboguen por incrementar el gasto público. Para disimular lo llaman "gasto social". Es una tacha que proviene del franquismo. Los viejos franquistas se nos han hecho hoy "socialdemócratas". A cualquier cosa llaman chocolate las patronas.

Comprendo también que el contribuyente común se tenga que defender pagando el menor número posible de ivas, multas, licencias y demás gravámenes que nos acechan por todos los lados. Pero esa misma actitud defensiva es parte de la desmoralización general que nos lleva a ser compasivos con la alta corrupción política. En el fondo, el contribuyente común envidia secretamente a esos listos que se lo llevan crudo. "Yo haría lo mismo, pero no me cogerían; fijo", comenta el español medio, acodado displicentemente en la barra del bar.

¿Por qué el valor de la honradez se encuentra tan en baja? Porque se ha impuesto la norma de "tanto vales cuanto tienes", es decir, la vieja codicia, hoy elevada al rango de primer motivo para esmerarse. Puede que sea una consecuencia necesaria de la erosión religiosa de la sociedad. Se revela por todas partes. La izquierda domina el mundo cultural y el político. Dado que se ha saturado el tradicional ímpetu revolucionario (lucha de clases y todo eso), la izquierda vuelve al pasado y se empeña en desalojar la religión de la vida social. Lo malo es que tal actitud reaccionaria le proporciona réditos electorales, al encontrar el terreno abonado en la mentalidad general de la población. Yo no alcanzaré a verlo del todo, pero mis coterráneos comprobarán que las grandes iglesias y catedrales se remodelarán como centros de ocio.

Si tan grave es el asunto, nos podríamos preguntar por qué el pueblo no se rebela. Porque ya no es pueblo, sino lo que llaman "ciudadanía" anestesiada por el fútbol. El fútbol se ha convertido en el auténtico sucedáneo de la religión. Es mucho más que un deporte. Lo malo es que en el fútbol también hay corrupción.

Repito: no vale argumentar que los corruptos son unos pocos y extravagantes sujetos. Por eso digo que la corrupción política no es tal; es mucho peor.

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