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Amando de Miguel

Perplejidades ante la dichosa pandemia

Es un error suponer que tales alteraciones se deben a las decisiones de las autoridades para contener la plaga.

Cumplido el primer aniversario de la dichosa pandemia, que asola al mundo, no estorbarán algunas observaciones desapasionadas sobre tan raro suceso. Funciona como el equivalente de una tercera guerra mundial.

Desde el principio, yo la etiqueté como la “pandemia del virus chino”, por su indudable origen. Las denominaciones oficiales de “coronavirus” o “covid-19” son bastante sinsorgas. Puede que, al final, quede el marbete de “corona”, sin más. Es una voz sonora, que suena exótica en muchos idiomas. Hay, ya, una película con ese título.

La ambivalencia respecto a la etiqueta no es mucha, si la comparamos con la ignorancia que existe respecto a las causas y consecuencias de la enfermedad. Lo notable no es tal grado de nesciencia, sino que alcanza a los políticos y los expertos que han de tomar decisiones para vencer o erradicar la pandemia. Más aún, lo asombroso, en verdad, es que no confiesen su ignorancia ante un asunto de tanta trascendencia.

Como suele ocurrir con otras muchas catástrofes (por ejemplo, las guerras mundiales o la guerra civil española de 1936), al principio, se anticipó que la hecatombe duraría muy poco. Yo me rebelé contra esa ingenuidad, y me atreví a sugerir que la cosa podía durar tres años. Ya llevamos uno. Aunque se vislumbre el final del azote, quedarán las secuelas. Es más, también conjeturé, al principio de la plaga, que el virus mutaría con nuevas especies. Así ha sido.

También me atreví a anticipar que, al final, se impondría una vacuna china, por ser la más barata. Ahí me equivoqué, aunque hay, efectivamente, una vacuna china circulan por el mundo y también una rusa.

Más fácil era sumarme a la predicción general, hecha en diciembre pasado, de que las fiestas navideñas supondrían un aumento sustancial de los decesos a causa de la “corona”. Así, ha sucedido, al menos en Europa, y, desde luego, en España. Todavía hay personas calificadas, que se manifiestan poco dispuestas a ver ese efecto. La cuestión es que, al menos en España, se mide mal el resultado de los fallecimientos, directos o indirectos, a causa de la pandemia. Alguna vez se podrá aplicar, semana por semana, el método demográfico. Es la diferencia entre el número esperado de muertes, según la tendencia, y la cifra real, a través de las actas de defunción.

La última anticipación que hice, hace poco, es que la pandemia se iría disolviendo por sí misma, poco a poco, antes de que estuviera vacunada toda la población adulta. Espero que no sea un wishful thinking, un contagio de mis deseos.

Las ignorancias sobre el particular se explican porque no se determinan bien los factores intervinientes en la extensión de los contagios y de las muertes. La prueba es que nadie ha sabido interpretar las erráticas variaciones territoriales de la incidencia de la peste. O tampoco, las no menos caprichosas oscilaciones temporales. Es un error suponer que tales alteraciones se deben a las decisiones de las autoridades para contener la plaga. La demostración es que, en todas partes, se han tomado, más o menos, las mismas medidas de precaución o profilaxis. En cambio, los resultados varían, enormemente, según el tiempo y el territorio. No se han explorado (que yo sepa) otras posibles concomitancias, como, por ejemplo, el clima. No me parece casual que el invierno de 2019-20 haya sido, en Europa, particularmente, húmedo. Curiosamente, la misma circunstancia se produjo en 1918, con la llamada “gripe española”. Puede ser una simple casualidad. 
 

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