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Antonio Robles

Dos sublevaciones

Por fin el Estado ha reaccionado. De la mejor manera.

Por fin el Estado ha reaccionado. De la mejor manera. Suspensión de la declaración secesionista. ¡Qué menos! Y, sobre todo, advertencia a sus 21 responsables primeros de que podrían ser procesados por causas penales. La inhabilitación de entrada.

Eso obligará a toparse con el principio de realidad a muchos, y a reflexionar a todos. En la intemperie, fuera del cobijo de la masa, el individuo aislado se suele palpar las partes. Y volverse sensato. ¡Es tan exigente la responsabilidad individual!

Así pues, la primera de las sublevaciones, la material, contrarrestada. Que no solucionada. Pero además de la sublevación material, es decir, la del golpe institucional formalizado en el Parlamento, existe la sublevación mental. Es más, el problema de ésta es más grave. O de más difícil solución. Combatir la primera sin contrarrestar la mental es como hacer surcos en el agua.

Con sublevación mental me refiero a la autosuficiencia moral de los amotinados frente a la Constitución que quieren romper. En el transcurso de la insurrección, la ley ha ido perdiendo su fuerza intimidatoria, a la vez que aumentando la soberbia de los amotinados. Despojada de legitimidad, el único poder que le resta a toda norma jurídica es el temor que inspira. Pero hasta éste ha desaparecido por incomparecencia del Estado. Ahora esa sublevación mental, envalentonada por la prepotencia del número y la legitimación del egoísmo colectivo que les garantiza la inmunidad moral, tomarán cualquier condena como una agresión. Ya es una cuestión de orden no legal sino psicológico. Desatada la furia contra lo sagrado, el populacho se cree con derecho a todo. La irreverencia ante el tabú, como la pérdida de la inocencia, ya no se vuelve a recuperar una vez desacralizadas. Al menos por las buenas. Cientos de miles de personas toman la legalidad constitucional (ellos prefieren decir legalidad española) a chirigota en Cataluña. Sin respeto ni temor alguno a las consecuencias de su incumplimiento.

Esta autosuficiencia supremacista no es genética ni ha surgido por casualidad. Lo hemos escrito mil veces: ha sido construida. Con el dinero de todos, con la escuela de todos, con los medios de todos, con las instituciones de todos… Si no reconvertimos esa sublevación mental, falsamente liberadora, las medidas impuestas por el TC no servirán para nada. Detrás de una suspensión, una multa, una inhabilitación, incluso, detrás de una condena de cárcel, surgirán mil sectarios más a inmolarse. ¿Por qué? Porque están persuadidos de que el Estado no se atreve con ellos, porque el Estado, en definitiva, no podrá con la fuerza moral de su rebelión del somriure. Se sienten a resguardo, atrapados en un relato épico inspirado en las campañas de desobediencia civil llevadas a cabo por Gandhi en la India. Recuerden esa escena escalofriante de la película de su vida, donde 2.500 satyagrahis, en reducidos grupos, avanzan hacia las salinas de Darshana para caer, uno tras otro, bajo los palos implacables de los policías que la custodian. Dar pena, vivir del victimismo es moral en Gandhi y su lucha; resulta patético en estos gestores del egoísmo territorial y la mentira.

Por eso, no se extrañen que, culminadas las primeras inhabilitaciones, les sustituirán otros sin ánimo de enmienda. Evitar esa teatralización de coste cero es prioritario.

Aparentemente Rajoy ha salido airoso de esta situación con la pasividad y la ilusión del gradualismo, sin reparar en que ha sido precisamente ese talante permisivo el responsable de la sublevación mental. Para atajarla no le queda otra que el artículo 155, no para hacerlos entrar en razón (no es posible), sino para desmantelar todo el entramado mediático, escolar, institucional, legal e internacional que ha permitido y está construyendo la hegemonía moral en que se sustenta tal sublevación. Sin ese desmantelamiento, todo seguirá igual. O sea, cada vez peor.

P. D. Hoy la CUP no ha votado a Artur Mas, pero mañana votará a Junts pel Sí. Son antitodo, menos antinacionalistas. Art.155. Hay que sacarlos de la sugestión colectiva y coste cero.

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