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Antonio Robles

Las raíces tóxicas del catalanismo actual

Los independentistas viven convencidos de estar sufriendo un trato vejatorio por parte del Estado.

Escuchando a Quin Torra de Junts per Catalunya hoy en el pleno del parlamento de la república catalana en construcción, por un momento llegué a pensar si estaba describiendo al régimen nazi en su peor versión totalitaria y genocida. Pero no, en realidad se refería a las cargas de la Guardia Civil del 1 de octubre, a las virtudes de la DUI aplastadas por la bota militar del Gobierno, a la perversidad del poder judicial español, a los presos políticos y a la falta de libertad de expresión y de democracia en España. ¡Qué insoportable victimismo! ¡Qué empalagoso y falso humanismo! ¡Cuanto llorón de pega!

Me fascina ver a diario en nuestros medios, ahora que el mal está hecho, proponer soluciones al problema de Cataluña, cuando no supieron o no quisieron combatirlo antes. Llegan tarde y se vuelven a equivocar ahora. Se habla de la aplicación del 155 de ésta o la otra manera, de acabar con el adoctrinamiento escolar, cerrar TV3 o depurar el cuerpo de los Mozos de Escuadra. Todo eso y más es imprescindible. Pero si no se tiene en cuenta a qué grado de degradación ha llegado la mente de millones de personas, todo será en vano. ¿Por qué?

Porque el independentismo no tiene sentido del mal, porque sus seguidores carecen de mala conciencia ante el golpe institucional que han llevado a cabo, porque viven convencidos de estar sufriendo un trato vejatorio por parte del Estado. Menos los cínicos que han pergeñado el delirio, y muchos que viven conscientemente de él, el resto están convencidos de padecer una inmensa injusticia. Se sienten guardianes épicos de la democracia, de la libertad, de la no violencia frente a un Estado opresor, sordo y cruel que los ha estado maltratando a lo largo de la historia. Tan interiorizada tienen esa interesada hegemonía moral, que cualquier hecho, razonamiento o apelación a la ley lo toman como agravio. Los jueces están a las órdenes del poder político, los políticos están al servicio de un Estado tirano, los medios son cavernas españolistas que les quieren eliminar de la faz de la Tierra. Es tal el delirio, que la superstición cognitiva ha suplantado por completo el pensamiento racional, empírico, ponderado. Tal evidencia no es nueva para quienes hemos vivido en fricción con ellos desde los ochenta, pero el discurso del pujolista Quin Torra es una oportunidad pedagógica para que el resto de los españoles tomen conciencia de ello.

Importa ahora poco cómo hemos llegado a esto. No es objeto de este artículo, me he pasado advirtiéndolo durante muchos años. Importa, y mucho, centrarse en cómo ponerles ante el espejo y lograr que se vean como lo que son, unos vulgares dogmáticos que solo respetan la democracia cuando sirve a sus fines. Y no como demócratas, como engoladamente se creen.

Sin esa labor pedagógica previa e imprescindible, todas las demás medidas serán ineficaces, aunque la aplicación de la ley dé la sensación, momentáneamente, de que el Estado es invencible y corrector. Pura superstición constitucional. Por ejemplo, si se implantara ahora la casilla en las hojas de inscripción escolar para garantizar la libertad lingüística y acabar con la inmersión, se recuperase la Inspección del Estado o se revisasen los libros de texto, nos sentiríamos muy reconfortados, pero la hegemonía moral del 80% del profesorado y su supremacismo épico haría imposible su aplicación. Denlo por seguro. Ese será el escollo de fondo cuando el resto se haya rectificado.

Lo mismo pasaría con los funcionarios de TV3, Cataluña Radio y demás periodistas de empresas de comunicación públicas. Y en general con la mayoría de funcionarios de las demás instituciones públicas de Cataluña.

Tabarnia ya ha empezado esa labor pedagógica. El domingo 25, la concentración de la Coordinadora por Tabarnia como desagravio al Jefe del Estado fue un ejemplo. El próximo domingo, 4 de marzo, Plataforma por Tabarnia y docenas de entidades han convocado la primera manifestación multitudinaria para reflejar en el espejo del nacionalismo sus contradicciones. ¡Ño faltes!

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