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Carmelo Jordá

Impuestos solidarios y otros animales fantásticos

Esa dicotomía entre no pagar nada y la rapiña fiscal a la que nos vemos sometidos es una falacia.

Esa dicotomía entre no pagar nada y la rapiña fiscal a la que nos vemos sometidos es una falacia.
Pedro Sánchez | EFE

El Gobierno que más ingresos fiscales ha logrado en toda la historia de España se ha inventado el término "impuesto de solidaridad" para denominar al nuevo sablazo fiscal que va a imponer a "los ricos", esos seres malévolos que son los que de verdad sostienen con sus nóminas esquilmadas eso que algunos llaman, con optimismo injustificado, "estado del bienestar".

Creo que así a lo bruto, juntando las dos palabras, no lo habíamos visto nunca, pero hay que reconocer que la vinculación entre el dinero que el Gobierno nos expropia por la fuerza todos los días de todos los meses y una supuesta solidaridad viene de lejos: como los argumentos de utilidad son cada día menos creíbles, la izquierda lleva años tratando de convencernos de que pagar impuestos por obligación y en cantidades masivas es un acto fraternal y de cariño a nuestros semejantes.

A estas alturas del artículo algunos de ustedes me rebatirán diciendo que los impuestos son más un deber cívico que una obligación, pero no nos engañemos: la cruda realidad es que si ese dinero no fuese sustraído de nuestras cuentas corrientes por la fuerza y bajo amenaza de terribles sanciones –¡incluso penales!– aquí no pagaría impuestos ni el Tato.

Es más: ni siquiera esos millonarios hipócritas que afirman en tuits campanudos que ellos están muy felices de pagar más impuestos tienen el gesto de ir a la delegación de la Agencia Tributaria cada cierto tiempo a aportar, voluntariamente, algo más de lo que la Ley les exige, que eso sí sería solidaridad.

Con todo esto no quiero decir que no deba haber impuestos, esa dicotomía entre no pagar nada y la rapiña fiscal a la que nos vemos sometidos es una falacia: por supuesto que cosas como la defensa, la seguridad, la educación o la Justicia deben costearse entre todos e incluso es lícito discutir si otras partidas deben sumarse a esas, lo que no es justo ni decente, y además es contraproducente, es que cualquier ciudadano de clase media o incluso de clase media baja tenga que entregar la mitad de sus ingresos a un Estado voraz y elefantiásico que dedica una cantidad desproporcionada de ese dinero a su propio bienestar y no al nuestro.

Y lo que ya es acojonante es que a eso se le llame solidaridad: no, miren, me están ustedes quitando lo que es mío, en contra de mi voluntad y para gastárselo en lo que a ustedes les da la gana, por ejemplo en subirse el sueldo, so sinvergüenzas.

Si el Gobierno nos hablase de yeguadas de unicornios, colonias de aves fénix o manadas de dragones pensaríamos que se habían vuelto locos o, más probablemente, que nos estaban tomando el pelo. Cuando nos hablan de impuestos solidarios no cabe la menor duda: es lo segundo.

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