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Carmelo Jordá

Los liberales no somos menos corruptos; el liberalismo, sí

Lo que favorece la corrupción es un sistema que deja en manos de seres humanos decisiones arbitrarias de las que dependen mucho dinero y muchos negocios.

Ser o decirte liberal no te hace inmune contra la corrupción, como ser centrista o socialdemócrata tampoco te otorga el carnet de corrupto ni, menos aún, el de alma pura e incorruptible.

La corrupción no depende de la ideología de cada individuo, como mucho puede estar relacionada con otro tipo de convicciones, con la ética o la moral, con lo que cada uno quiera pensar de sí mismo al apagar la luz por la noche, con lo que tus padres te hayan enseñado sobre el paso por este valle de lágrimas…

Hay, en suma, corruptos con una ideología, corruptos con otra y, sobre todo, corruptos sin ninguna: casi tantos tipos y modos como seres humanos, porque si algo es la corrupción es, ay, una flaqueza humana.

Sí, hay que perseguirla, es una vergüenza y a la cárcel con ellos, pero aquel que pueda estar seguro al cien por cien de que apartaría con delicado desdén la maleta llena de billetes y, sobre todo, aquel que en su día a día nunca haya sisado un IVA a Hacienda o jamás se haya callado cuando por error le han devuelto más de lo debido al pagar algo, ese y sólo ese probo ciudadano que tire la primera piedra.

Sin embargo, sí hay una certeza que los liberales podemos esgrimir con ventaja en relación con la corrupción: cuanto menor sea la intervención del Estado, menores serán las posibilidades de corromperse; cuantas menos cosas dependan de la voluntad o el capricho de un alcalde o un concejal de urbanismo, menos interés habrá en influir en esa voluntad con un maletín o una cuenta en Suiza.

Lo que favorece la corrupción, en suma, es un sistema que deja en manos de seres humanos -capaces a veces de ser grandes, sí, pero casi siempre débiles y míseros- decisiones arbitrarias de las que dependen mucho dinero y muchos negocios; un sistema que reparte miles de millones en subvenciones o contratos en procesos controlados por hombres y mujeres que son como usted y yo: buenos, malos, regulares, necesitados…

Los liberales no somos mejores o peores que otros, pero la única forma que tiene usted, ciudadano, de que le roben menos dinero es mantener ese dinero en su bolsillo en lugar de ponerlo en manos de un político, que puede que sea un santo pero, probablemente, sólo será un humano más, ay, tan débil.

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