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Carmelo Jordá

¿Por qué votar al PP?

Tras sólo ocho meses en el gobierno, uno mira a Rajoy y sus adláteres y se pregunta qué motivos nos quedan para votarlos. Y no los encuentra.

Durante muchos años el Partido Popular ha sido la opción política natural para una buena parte de los españoles. Pese a sus defectos, tan timorato como ha sido siempre, con esa crónica y se diría que casi patológica incapacidad para entusiasmar... Pero, por encima de todo eso y del tradicional abandono casi absoluto en el que dejaba a los suyos, muchos acudíamos a las urnas con una papeleta popular dentro del sobre.

Al fin y al cabo, era un partido que ofrecía ciertas garantías en lo relacionado con la capacidad de gestión; era el único en el que uno podría encontrarse alguna idea remotamente liberal, aunque estuviera camuflada y un poco avergonzada; incluso en algunos campos era una referencia válida de la que uno podía sentirse hasta orgulloso: especialmente en la lucha contra el terror, en la que tantos populares han dado su vida o la han arruinado por defender la verdad y la justicia.

Pero, sobre todo, la gran virtud del PP era... no ser el PSOE. Quizá les parezca poco; sin embargo, para los que crecimos y empezamos a interesarnos por la política en la segunda mitad de los 80 y los primeros 90 el psocialismo era un piélago de corrupción, ocupación de las instituciones a la Gordillo, prácticas dictatoriales y, para rematar, crimen de estado; así que los populares eran, y de hecho fueron, la única alternativa.

Y luego, ya en el siglo XXI, volvió el PSOE, y en muchas cosas fue todavía peor que en los 80. Y de nuevo el PP era, con todavía más defectos que antes, la única alternativa real. O al menos parecía serlo.

Sin embargo, tras sólo ocho meses en el gobierno, uno mira a Rajoy y sus adláteres y se pregunta qué motivos nos quedan para votarlos. Y no los encuentra.

Ya hace algún tiempo Gallardón o Camps nos habían demostrado que el PP también puede despilfarrar como si no hubiera un mañana; y algunos casos nos enseñaron que, sin llegar a las colosales dimensiones de los ERE, la corrupción no era exclusiva del PSOE.

Ahora, Rajoy gobierna cada día aplicando a rajatabla lo que podría ser una política perfectamente aceptable para un partido socialdemócrata, multiplicando la carga impositiva, expandiendo el estado, negándose a cualquier liberalización y, en suma, castigando a las empresas y a los contribuyentes.

Finalmente, Rajoy nos ha defraudado incluso en lo que era el tótem del ideario popular, en lo que procuraba orgullo a los que votábamos al partido de Aznar o nos sentíamos cercanos a él: la lucha contra el terror, la firmeza ante los asesinos.

El partido que, con nuestra comprensión y nuestro apoyo, no aceptó el chantaje por Ortega Lara o por Miguel Ángel Blanco... ha aceptado ahora el de Bolinaga. En esto también ha hecho, como en el ámbito de la economía, cosas que habría suscrito Zetapé.

Mira uno al PP y, al ver cómo se ha perdido todo lo que justificaba ese voto tiempo atrás, se pregunta qué razones le queda para seguir votándolos. Y no encuentra otra que la arrolladora personalidad de Rajoy o, en el País Vasco, Basagoiti.

Es decir, la nada.

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