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Carmelo Jordá

Si han votado a Puigdemont, pueden votar a Illa

Si en algún sitio se puede esperar que Illa suponga un revulsivo electoral y no la rémora insalvable que sería en cualquier sociedad civilizada es en Cataluña.

Si en algún sitio se puede esperar que Illa suponga un revulsivo electoral y no la rémora insalvable que sería en cualquier sociedad civilizada es en Cataluña.
Salvador Illa. | EFE

Que el peor ministro de Sanidad de la historia de Occidente deje su cargo no puede ser más que una buena noticia, si bien les reconozco que queda empañada por que su sustituta vaya a ser Carolina Darias, cuya incapacidad como gestora ha quedado sobradamente acreditada; y también porque Fernando Simón sigue haciendo de las suyas en el cargo para el que lleva un año demostrando que no está capacitado.

Otro motivo para la tristeza es que, en lugar de irse a su casa –o a un centro penitenciario a esperar juicio–, resulta que se va a una campaña electoral y quién sabe si a conseguir un buen resultado para su partido en Cataluña.

A este respecto, a mí siempre me ha parecido que Illa era otro de los blufs que el PSOE nos sirve de vez en cuando: deciden promocionar a alguien, sueltan la consigna, se desata la propaganda y de repente parece que tengamos entre manos a una mezcla de Adenauer y Tarradellas.

Pero no tengo nada claro que esta vez cuele: primero, porque hay 90.000 muertos señalándole a él y a su patética gestión, y eso son muchos muertos. Segundo, porque las últimas semanas han sido durísimas, entre el follón de la fecha de las elecciones, el retraso en la dimisión, la intensidad de la tercera oleada y, sobre todo, la constatación por segunda vez en un año de que el Gobierno y el propio Illa están dispuestos a dejar morir a los españoles que haga falta para cumplir sus objetivos políticos: del 8-M al 14-F, la miseria moral sigue siendo la misma en Moncloa.

Además, la historia también nos da alguna pista al respecto: el pasado verano Illa fue la gran estrella de unas elecciones gallegas en las que obviamente no se presentaba, pero en cuya campaña tuvo un papel destacadísimo. El resultado fue penoso: no es que el PSOE no se acercase Feijóo, sino que quedó incluso por debajo del BNG.

Y si miramos a otros candidatos socialistas con ese perfil sosegado y "de Estado" que tanto quieren ver en el ya exministro de Sanidad, sus resultados tampoco han sido para tirar cohetes: ahí tienen por ejemplo a Gabilondo, al que ya se le ha puesto una inconfundible cara de opositor eterno, y eso que no tiene decenas de miles de muertes sobre su conciencia.

Sin embargo, les confieso que no las tengo todas conmigo: si en algún sitio se puede esperar que Illa suponga un revulsivo electoral y no la rémora insalvable que sería en cualquier sociedad civilizada es en Cataluña. No en vano, estamos hablando de la región en la que, entre dos delincuentes, premia más al que se fuga a vivir como un pachá en Bélgica que al que asume con (cierta) dignidad su condena y pasa por la cárcel cual Mandela, eso sí, muy de baratillo.

En resumen: que si han votado por un ser tan inmoral y desvergonzado como Puigdemont, tampoco sería tan raro que ahora votasen por un personaje capaz de dejar que se celebre una manifestación o unas elecciones en plena pandemia porque a él le conviene. Iba a decir que cosas peores se han visto, pero la verdad es que no demasiadas.

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