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Cayetano González

Los caminos del PP

Con Rajoy siempre hay que ponerse en lo peor, es decir, en que elija lo más cómodo, lo que exija el menor esfuerzo político.

A pesar de haber perdido el pasado 25 de mayo 2.600.000 votos respecto a las anteriores elecciones europeas, la reacción en el PP ante esa debacle ha sido prácticamente inexistente. Sacar dos escaños más que el PSOE sirve a los dirigentes populares para tapar sus vergüenzas. Rajoy sigue centrando gran parte de su discurso en la economía, convencido por los Arriola's Boys de que esa es la única cuestión que preocupa a los ciudadanos y lo que le hará ganar de nuevo las elecciones generales en el otoño del próximo año, si de aquí a entonces la situación económica mejora y, sobre todo, si así es percibido por los españoles.

Rajoy de momento sigue sin querer hablar de política, aunque ya se ve que las encuestas deben de ser tan nefastas para los populares que la semana pasada hizo un amago de anuncio de dos medidas regenadoras: la reducción del número de aforados y que el alcalde sea el candidato de la lista más votada. La primera de ellas es un clamor popular ante el escándalo que supone que en nuestro país haya más de 10.000 aforados. La segunda desprende un tufillo muy partidista: una reforma de ese calado en el sistema de elección de alcaldes no debe hacerse sin pactarla con el PSOE ni a ocho meses vista de las municipales. En esta cuestión, a los populares se les ha visto en exceso el plumero. El miedo a perder ayuntamientos tan importantes los de Madrid, Valencia, Sevilla, Oviedo y Vitoria está en el fondo de este anuncio, rechazado de plano por el resto de partidos.

El PP sólo tiene dos caminos ante sí: el que ha transitado hasta la fecha después de recibir en noviembre de 2011 una holgada mayoría absoluta, y que le ha llevado a perder en este tiempo gran parte de ese apoyo, por renunciar a hacer política, por mostrar grandes complejos ante el nacionalismo separatista catalán y vasco, por no atreverse a legislar sobre lo que llevaba en su programa electoral en materias como el derecho a la vida del no nacido, por machacar a las clases medias, por no defender a las víctimas del terrorismo como estas se merecen y propiciar sin embargo la libertad de asesinos como Bolinaga; y el de recuperar ese proyecto ideológico de centroderecha que refundó Aznar en Sevilla en 1990, donde la defensa de la unidad de la Nación, de la libertad, de la igualdad de los españoles ante la ley vivan donde vivan, de una justicia despolitizada, de la derrota no sólo policial sino política de los terroristas sean los ejes centrales.

Es posible que el PP haga de la necesidad virtud y que, ante la debacle electoral que hoy le predicen las encuestas para las municipales y autonómicas del próximo año, alguien en Génova o en Moncloa se dé cuenta de que seguir como hasta la fecha es suicidarse. Antes de esas elecciones el Gobierno del PP tendrá que hacer frente con hechos y no sólo con palabras al desafío soberanista de Artur Mas y su referéndum ilegal, anunciado para el 9 de noviembre.

Decía antes que el PP tiene sólo dos caminos. Rectifico. Hay un tercero, que consistiría en presentarse ante los electores como la única opción política seria y sensata, ante el miedo de éstos a ser gobernados por un frente popular integrado por los Iglesias y Garzones y lo que quede del PSOE tras el giro a la izquierda al que va a ser sometido por su nuevo secretario general, sea este Madina, Sánchez o Pérez Tapias. Esa apuesta tiene un nivel de riesgo altísimo, porque el partido de las generales se jugaría tras unas previsibles elecciones plebiscitarias en Cataluña, de donde el PP saldría muy mal parado, y unas municipales y autonómicas en las que ese frente popular integrado por el PSOE, IU, Podemos, Compromís, etc. podría empezar a funcionar. Demasiada ventaja para el contrario. Pero con Rajoy siempre hay que ponerse en lo peor, es decir, en que elija lo más cómodo, lo que exija el menor esfuerzo político.

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