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Cayetano González

Navarra: por todas partes me roen

Navarra es una pieza clave del proyecto nacionalista, de esa Euskadi pastoril inventada por ese visionario que fue Sabino Arana.

Navarra es una pieza clave del proyecto nacionalista, de esa Euskadi pastoril inventada por ese visionario que fue Sabino Arana.

Resultaría ciertamente enternecedora, si no estuvieran en juego cosas tan importantes como el futuro de Navarra, la petición hecha por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, secundada por su leal Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, a Alfredo Pérez Rubalcaba para que aclare y pare el pacto del Partido Socialista de Navarra con la marca política de ETA, EH-Bildu, al objeto de desalojar de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad Foral a la dirigente de Unión del Pueblo Navarro Yolanda Barcina. Pedirle eso a Rubalcaba es como solicitar a un pirómano que apague el fuego que él mismo ha provocado.

Igual de enternecedor resulta saber que, una vez conocidas las intenciones de los socialistas navarros de presentar la citada moción de censura, que necesariamente necesita el apoyo de EH-Bildu para prosperar, Rajoy llamó a Barcina –según relato de la propia presidenta navarra–, no solo para darle ánimos y pedirle que resista, sino para hacerle la pregunta clave: "Yolanda, ¿que está pasando en Navarra?". Rajoy en estado puro, adoptando esa actitud tan suya de hacerse el despistado o de aparentar que el problema no va con él.

Estoy convencido que la vicetodo tiene que saber –si no, que pregunte al CNI o a la Guardia Civil– que Rubalcaba fue el autor intelectual del proceso de negociación política con ETA que el PSOE llevó a cabo durante los años de gobierno de Zapatero. Este era el que daba la cara; Eguiguren el que acudía a las reuniones, bien el Loyola o en Oslo; pero el que estaba detrás de todo era Rubalcaba. Y Soraya tiene que saber que en esas numerosas e interminables reuniones del PSE con Batasuna y el PNV en Loyola o con la cúpula de ETA en la capital noruega el futuro de Navarra fue una cuestión que siempre estuvo encima de la mesa.

Soraya tiene que saber– y si no que se lo pregunte a sus amigos del PNV, con los que se reúne en Bilbao a espaldas de la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga– que Navarra es una pieza clave del proyecto nacionalista, de esa Euskadi pastoril inventada por ese visionario que fue Sabino Arana. Una pieza que también ansía cobrarse ETA y que en estos momentos, debido a la posición del PSOE de Rubalcaba, está más cerca de conseguir que nunca.

Soraya debería saber que el PSOE tiene como objetivo prioritario echar a la derecha de todos aquellos lugares donde gobierna, aunque eso suponga aliarse con los "amigos de los terroristas" de EH-Bildu, como los ha definido este pasado fin de semana la secretaria general del PP. Por cierto, si la señora de Cospedal piensa eso, y piensa bien, ¿no sería conveniente que el Gobierno del PP hiciera lo que fuera necesario para volver a ilegalizarlos y echarlos de las instituciones? Porque si no lo hace, ¿no cree la número dos del PP que están dando pie a que el pensamiento, cada vez más extendido, de que este Gobierno está siguiendo la hoja de ruta pactada por Zapatero con ETA se convierta en un clamor?

Soraya debería saber que si el experimento de Navarra funciona, el próximo capítulo será una alianza de EH-Bildu con el PSE para gobernar juntos en el País Vasco, con la pequeña salvedad de que, dada la gran diferencia de escaños a favor de Bildu que previsiblemente va a haber entre esos dos partidos en las elecciones vascas de 2016, el próximo lehendakari será Arnaldo Otegui. ¿Qué le parece, señora vicepresidenta? ¿Cree usted que todo esto no es un proceso diseñado por el PSOE de Rubalcaba, pactado en su momento por Zapatero con ETA, y que ustedes están siguiendo a pies juntillas?

Para ayudar a la vicepresidenta a que comprenda cómo se ha llegado hasta aquí, también sería conveniente que le preguntara a su jefe político, Mariano Rajoy, si a lo mejor no está con las manos atadas, si no está hipotecado por un pacto que pudo hacer en su día con el anterior presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, más exactamente en la reunión que mantuvieron en el Palacio de La Moncloa el 23 de julio de 2008 y de la que Rajoy salió diciendo que había acuerdo con el Gobierno socialista en esta materia, sin que nunca se llegara a conocer, si es que existió, el texto del mismo.

A la luz de esa reunión en La Moncloa; a la luz de la inaudita declaración que hizo Rajoy el 20 de octubre de 2011, al conocerse el alto el fuego definitivo de ETA, cuando manifestó que ese anuncio se había realizado "sin ningún tipo de concesión política a cambio"; a la luz de que, cuando sólo había pasado un mes desde su llegada a la Presidencia del Gobierno, pidió a su ministro del Interior que recibiera al ya expresidente Zapatero en la sede del ministerio (¿para qué?, ¿para que le explicara a Fernández Díaz los compromisos que había que cumplir con ETA y que él había asumido?); a la luz de esa promesa incumplida de Rajoy de que cuando llegara a la Presidencia impulsaría la derogación de la disposición transitoria cuarta de la Constitución –la que regula el procedimiento de incorporación de Navarra al País Vasco–, no parece arriesgado pensar que si que el actual presidente del Gobierno está con las manos atadas, está hipotecado con el PSOE en la lucha contra ETA. Si todo apunta en esa dirección, al menos que Rajoy no aparente no saber nada y, si no es mucho pedir, evite esa pregunta necia: "Yolanda, ¿qué está pasando en Navarra?".

En el siglo XV, el príncipe Carlos de Viana tenía en su escudo de armas dos perros royendo un hueso con el siguiente lema: Utrimque roditur, "por todas partes me roen". Eso es exactamente lo que están sufriendo Navarra y los navarros en la actualidad. Que la intenten roer ETA y los nacionalistas vascos no supone ninguna novedad; que los socialistas colaboren en esa tarea es algo que también está en el guión. Pero que el PP, con una mayoría absoluta en el Gobierno de España, no haga nada por evitarlo supone una gravísima irresponsabilidad de unas consecuencias políticas incalculables y una traición a tantos navarros, a tantos españoles, que han dado su vida por defender, entre otras cosas, que Navarra siga siendo una parte irrenunciable de España.

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