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Cristina Losada

Diálogo con una mitad de Cataluña

A los catalanes no supremacistas y que no quieren romper España no los ha llamado a dialogar Sánchez. Mucho me temo que tampoco los va a representar.

A los catalanes no supremacistas y que no quieren romper España no los ha llamado a dialogar Sánchez. Mucho me temo que tampoco los va a representar.
Pedro Sánchez | EFE

"Hablando se entiende la gente". La frase que pronunció el rey Juan Carlos cuando recibió en la Zarzuela, en diciembre de 2003, al presidente del Parlamento catalán, Ernest Benach, de Esquerra Republicana, es el emblema de la política del nuevo Gobierno hacia el separatismo catalán. Cree el Gabinete socialista que el diálogo abre círculos virtuosos de entendimiento y cree o finge creer que, al menos, aplacará a los dirigentes independentistas. Con esa mano de santo instalada en la Moncloa se prepara la primera cumbre que tendrán el presidente Sánchez y el "Le Pen español", que fue como el líder socialista apodó a Quim Torra.

Todo es optimismo en los aledaños gubernamentales porque deben de creer que en efecto "hablando se entiende la gente", que el hecho de hablar ya conduce a acercar posiciones, a limar asperezas o a tener mejor rollo con alguien. Creerán, en cualquier caso, que no hablando no hay quien se entienda. Es llamativo que se atribuyan esas virtudes al hecho de hablar cuando la experiencia corriente, la que puede tener cualquiera en distintas facetas de su vida, arroja tantas veces el resultado contrario. Hablar puede provocar malentendidos y disputas. Hablando puede empezar una amistad y hablando se puede acabar con ella. Hablar no garantiza nada.

Ya se ha acordado que el diálogo será sin cortapisas. Van a hablar de todo, hasta del tiempo. Torra podrá decir lo que quiera. Mira qué bien. Hay que ver lo dialogantes que somos. Pero lo que significa ese "diálogo sin cortapisas" es, para empezar, el voto de ERC a la nueva dirección de RTVE, que así está el nivel del intercambio de cromos. Para el Gobierno es tan importante poner a los suyos –y a los de Podemos– en la cúpula de la tele pública que para conseguirlo ha amoldado la entrevista con Torra a las exigencias separatistas. Es decir, a las exigencias de los que dieron un golpe de Estado y no han abandonado ni la intención ni el lenguaje golpistas.

Hay preguntas a las que el fervor dialogante de Sánchez tendría que responder. Preguntas sobre la oportunidad de dialogar con golpistas, más cuando no han bajado del monte. Preguntas sobre la conveniencia de dialogar con quien ha expuesto repetidamente ideas supremacistas y racistas. Preguntas sobre la calidad democrática de un diálogo con aquellos que han demostrado sin ambages su voluntad de pasar por encima de la mitad de la población catalana que no quiere separarse de España. ¿A qué rincón de la inexistencia destina Sánchez a esos ciudadanos de Cataluña que no están de acuerdo con el separatismo? Pues sí, en ese rincón oscuro los coloca nada menos que el presidente del Gobierno cuando decide que su interlocutor sobre el problema catalán es exclusivamente el racista Torra y todo lo que representa.

A la mitad de Cataluña, la que rompió el silencio después del golpe de octubre, la que mostró su hartazgo ante la imposición separatista, su egoísmo, su narcisismo, su obsesión identitaria y su desprecio clasista y supremacista, a esa mitad le está diciendo Sánchez que vuelva a callarse y que regrese al estado de inexistencia política en la que quería tenerla el nacionalismo. Una vez más, un Gobierno de España dará carta de naturaleza a la gran mentira política del nacionalismo, la de que es el único representante de Cataluña, la de que es Cataluña. Lo hará Sánchez al hablar del problema catalán sólo con el presidente de los separatistas, con el que de forma explícita es presidente de parte. Cierto, es el presidente investido por la mayoría de la Cámara, es el presidente de la Generalidad, y como tal tiene que recibirlo. Pero negociar, que es de lo que están hablando cuando hablan de diálogo, negociar sólo con él, eso no lo tiene que hacer. Ni está obligado a hacerlo ni lo debe hacer.

¿Diálogo sin cortapisas? La cortapisa de este diálogo del Gobierno, su limitación más absurda y dañina, es que excluye a los catalanes que no son golpistas ni antidemócratas ni supremacistas ni antiespañoles. No los ha llamado a dialogar Sánchez. Mucho me temo que tampoco los va a representar.

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