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Cristina Losada

El miedo del PP al fantasma de Irak

¿Y qué nos importa esto? Esa es la cuestión. No nos importa nada, cuando debiera importarnos.

¿Y qué nos importa esto? Esa es la cuestión. No nos importa nada, cuando debiera importarnos.

Hasta hace unos años, en España, el 11-S remitía, como en cualquier otro lugar del mundo, a los atentados de Nueva York. Desde hace unos años, el 11-S remite en España a Barcelona. Absorbidos por el asunto catalán en tal fecha, como en otras, tal vez se olvida que el proceso abierto por los ataques islamistas contra Estados Unidos, en 2001, continúa. Continúa hasta el punto de que el presidente Obama, que quiso cerrarlo retirándose del tablero de conflictos, eligió la víspera del aniversario para anunciar una pequeña retirada de su retirada. Él no quería, pero los acontecimientos obligan. Estados Unidos intervendrá en Siria y en Irak para acabar con la milicia terrorista del Estado Islámico (EI), aunque no hará nada en la línea de Bush hijo: el envío de tropas de combate está descartado.

¿Y qué nos importa esto? Esa es la cuestión. No nos importa nada, cuando debiera importarnos. España no figura entre los nueve países de la OTAN que apoyarán la intervención de Obama. Mientras no haya consenso internacional, mientras no haya consenso nacional, no estaremos. Eso dijo el ministro de Exteriores. Es como decir no a secas, pero en diplomático. A la coalición se han apuntado, en cambio, Alemania y Francia, que declinaron o rechazaron, con alguna teatralidad, asociarse a la invasión de Irak en 2003.

La intervención contra el EI se hará mediante ataques aéreos estadounidenses. El papel de los aliados tendrá más bien carácter simbólico, de apoyo moral. Entonces, ¿por qué no está España? Pues justo por lo simbólico. Aquí Irak resucita fantasmas que el Gobierno no quiere que asomen. Aún menos con elecciones en lontananza. Su cautela y su espantada hay que vincularlas al coste político que tuvo para el PP la foto aquella de las Azores. Una foto, por cierto, de la que el anfitrión, el entonces primer ministro portugués Durao Barroso, tuvo la habilidad de escaquearse. Y una foto, la de Aznar, que la izquierda transformó en cartel de criminal buscado tras la masacre de Atocha.

Con su respaldo a Bush entonces, Aznar no sólo nadó contra la corriente del noalaguerra que arrastró a la opinión pública en aquel momento. También fue a contracorriente de una tendencia nuestra al aislacionismo que cuenta con varios siglos de historia. Ese rasgo se manifiesta hoy en la voluntad de aislarse de los conflictos, como si se pudiera. Por supuesto, cuanto implique el uso de la fuerza es tabú. Y a tal extremo que únicamente un 16 por ciento de españoles estamos dispuestos a cooperar voluntariamente en la defensa de nuestro país. Igual lo nuestro son las guerras civiles.

El miedo del Gobierno a los fantasmas de Irak tiene lamentables consecuencias. Una no menor es que alimenta la quimera de que es posible mantenerse al margen de todos los conflictos. Que en nada nos afectarán el caos y la guerra en Oriente Próximo o en Ucrania. El problema es que sí repercutirán, estemos o no en tal o cual coalición. Y el problema es que nadie en el Gobierno, y mucho menos en la oposición, está por contarlo.

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