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Cristina Losada

Expresa tu rabia: quema a un poli

La violencia ha de tener causas profundas, y causas socioeconómicas, porque si no, ¿cómo se justifica? Ahí estamos, en justificarla.

La violencia ha de tener causas profundas, y causas socioeconómicas, porque si no, ¿cómo se justifica? Ahí estamos, en justificarla.
EFE

Hace unas décadas, el tópico que se aplicaba automáticamente a la violencia terrorista era que detrás de las pistolas y las bombas había un pueblo oprimido. Cuando el 11-S, el tópico subió de escala, y aseguró que tras los atentados que echaron abajo las Torres Gemelas, la oprimida y humillada era toda una civilización: la islámica. Estos días, bajando a las calles de Barcelona, incendiadas y saqueadas durante días por grupos de jóvenes, el tópico ha querido que la causa de fondo sea la frustración de una generación. Nada menos que de una generación. O incluso de dos.

El tópico necesita que detrás de la violencia haya gente desesperada. Nunca considera que detrás de la violencia hay gente a la que le gusta la violencia, se mueve en grupos que están a favor de la violencia política, profesa odio a las fuerzas de seguridad y tiene querencia por atacar a agentes de policía. Nada de esto, tan obvio, se tiene en cuenta. En el marco mental del tópico, la violencia ha de tener causas profundas, y causas socioeconómicas, porque si no, ¿cómo se justifica? Ahí estamos, en justificarla. El recurso a las causas hace un servicio. Permite tomar la mínima distancia de los violentos y a la vez arroparlos con la calidez de la comprensión. Lo inexplicable es que, con esta actitud, no proliferen mucho más los disturbios. 

Los fabricantes de relato, y los muy agradecidos receptores de sus productos, están transformando el vandalismo de bandas juveniles en expresión consecuente del malestar de una generación. Les están concediendo a unos pocos miles de violentos, la representación de toda una generación, de millones de jóvenes españoles. Hablan del malestar por la falta de expectativas laborales, como si lo que más quisieran los vándalos es un puesto de trabajo. De rabia por el futuro incierto o sombrío que afrontan, como si estuvieran pensando en su futuro cuando deciden echarse a la calle a armarla. De ira por el hecho de que van a vivir peor que sus padres, como si eso no hubiera ocurrido nunca antes. Y hablan, sobre todo, de la expresión.

Porque la expresión del malestar es sagrada. Si uno está frustrado, si siente rabia, si su futuro es incierto, que lo exprese. Saquear, incendiar o intentar quemar a un agente de la Guardia Urbana no son más que maneras de expresarse. Como escribió Saul Bellow, con agudeza y anticipación, “la ira tiene un prestigio resplandeciente”.

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