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Cristina Losada

Siembra populismo, cosecha Pablo Iglesias

El poscomunismo ha desembocado en Evita y el engrudo bolivariano. Pero no son tontos. Un producto similar lo vende con éxito Beppe Grillo en Italia,

La aversión a los políticos es tan antigua como la política, y la demagogia es tan antigua como la democracia. Siempre han aparecido, en instantes críticos, outsiders que claman contra la política y quieren salvarla de sí misma. En la república romana, llamaron para esa tarea a Cincinato, un patricio que había renunciado a los honores, y que araba la tierra cuando le encomendaron la misión. En la España que marchó del Desastre del 98 al desastre de Annual, debilitados los partidos que sostenían la Restauración, llamaron al general Primo de Rivera, que dio un golpe de estado para "liberarla (a España) de los profesionales de la política", los cuales, decía en su manifiesto, "nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso".

Cámbiense los hitos que marcan la decadencia, póngase una prosa menos patriota y florida, sustitúyase "la tupida red de la política de concupiscencia" de Primo por términos comprensibles para las víctimas de la logse, luego amplifíquese el mensaje en los medios de de masas, y estaremos en el presente estado de cosas. Es decir, entenderemos de forma aproximada la sorpresa de que en nuestra crisis de ahora, la cosecha de tanta siembra contra la política no la esté recogiendo el regeneracionismo de la vieja escuela, ni tampoco el agricultor que se sienta en el Congreso, de nombre Cayo Lara. La está recogiendo un profesor de Ciencias Políticas llamado Pablo Iglesias, sin otra experiencia pública que la de tertuliano en la tele.

El populismo no se quiere reconocer ni de derechas ni de izquierdas, en eso como la Falange, y en toda su retórica insiste en que está con los de "abajo" y contra los de "arriba". Igual el eurodiputado Iglesias, quien dice que la línea divisoria no se ubica entre izquierda y derecha, que desdeña por antigualla, sino entre "la gente" y "la oligarquía", que es una antigualla de tomo y lomo, aunque parezca novedosa cuando se la denomina "casta". Adiós al discurso de clase: el poscomunismo ha desembocado en Evita Perón y el engrudo bolivariano. Pero no son tontos. Un producto similar lo vende con éxito Beppe Grillo en Italia, y en teoría tiene un enorme potencial: no sólo puede atraer a votantes de izquierda y de derechas, es un destino perfecto para el apolítico que se ha hecho antipolítico.

He ahí, pues, una encuesta que le da a Podemos casi sesenta escaños en unas generales. Aun descontando el efecto arrastre de las recientes europeas, se vislumbra el perjuicio para los partidos que era de esperar fuesen los beneficiarios de la desafección hacia los grandes: IU en la izquierda, y en el centro, UPyD y Ciudadanos. Tanto la izquierda paleolítica como el reformismo de nuevo cuño pierden ante el populismo real. Si el asunto fundamental es hacer la purga de los políticos, quitarles "privilegios", reducirles sueldo y que por nada del mundo vayan en primera clase, lógico es que el de la coleta se lleve la merienda.

En España

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