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Cristina Losada

Vacunas: ¿hay alguien al mando?

La compra centralizada de vacunas por la Comisión Europea era una buena idea sobre el papel, pero en la práctica ha sido un buen desastre. 

La compra centralizada de vacunas por la Comisión Europea era una buena idea sobre el papel, pero en la práctica ha sido un buen desastre. 
Pedro Sánchez. | Europa Press

Fue prácticamente ayer cuando el presidente del Gobierno reprochó con dureza a la  Comunidad de Madrid que hubiera sondeado la adquisición de la vacuna rusa Sputnik V. En su regañina, Sánchez se acogió al argumento de la obediencia a Europa, que en nuestro país se entiende que ha de ser completa e incondicional, sin dudas ni reservas, y volvió a citar y a elogiar la gran idea de la compra centralizada de vacunas por la Comisión Europea. Menuda deslealtad, vino a decir, que una autonomía, y concretamente aquella, se saltara los preceptos asentados y la jerarquía indiscutible.

En el instante en el que Sánchez hacía el canto de la compra centralizada, la actitud europea hacia la vacuna rusa ya era un rompecabezas. Hungría la usaba, y Chequia y Eslovaquia tenían acuerdos para adquirirla. Austria estaba en fase avanzada de negociación. Varias regiones italianas querían hacerse con la Sputnik, y una de ellas, la Campania, gobernada por el Partido Democrático, de centroizquierda, había anunciado un acuerdo de compra, a pesar de que, según las normas del país, las regiones no podían adquirir vacunas por su cuenta. Unos cuantos Länder alemanes tenían intención de comprarla y, al igual que las regiones italianas, sólo esperaban la luz verde de la Agencia Europea del Medicamento. 

No ha tardado mucho en complicarse más el mapa. Tras anunciar Baviera un preacuerdo para comprar la rusa, el ministro de Sanidad alemán dijo que, en vista de que la UE no iba a incluirla en la compra centralizada, Berlín entablaba conversaciones bilaterales con Moscú. Sin entrar en más detalles por ahora, constatemos la evidencia: la compra centralizada de vacunas por la Comisión Europea era una buena idea sobre el papel, pero en la práctica ha sido un buen desastre. 

El movimiento alemán hacia la vacuna rusa guarda posible relación con otro bonito fiasco: el que amenaza o liquida ya, de facto, la vacuna europea por excelencia, la de AstraZeneca. Aquí el rompecabezas se vuelve un caos. Cada país ha ido restringiendo o suspendiendo el uso de esa vacuna de diferente forma, a raíz de los casos de graves efectos secundarios. Cada uno ha tomado sus propias decisiones porque tiene la potestad para hacerlo, pero el efecto general es la confusión. Y ello tanto antes como después del informe de la Agencia Europea del Medicamento, informe que confirma la vinculación entre la vacuna y los trombos, pero no modifica su recomendación de usarla.

La Agencia, en su rueda de prensa, dijo que no había podido establecer que la edad y el sexo fueran factores de riesgo claros. Sin embargo, varios Estados miembros han decidido que la edad sí es factor de riesgo y han limitado el uso de AstraZeneca, unos a los mayores de 55 años y otros a los mayores de 60. En España, a la hora de estas líneas, no hay manera de saber con certeza si sólo se usará en mayores de 60, entre los 60 y los 65 o entre los 65 y los 69. Por lo demás, hay países que mantienen en suspenso su uso, en general. Esta es la panorámica, ciñéndonos a la UE, y dejando fuera al Reino Unido, que ha tomado medidas distintas. ¿Afectarán estas restricciones de la AstraZeneca al objetivo de vacunación establecido? El Gobierno de España dice que no. Mientras tanto, Alemania explora la adquisición de la Sputnik.

La crisis de deuda europea quedó retratada por aquello que dijo la directora del FMI, Christine Lagarde, tras meses de arduas negociaciones con Grecia, de que hacía falta que hubiera “adultos en la sala”. El retrato de esta otra crisis europea, la de la pandemia y la de las vacunas, podría ser una simple pregunta: ¿hay alguien al mando?

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