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EDITORIAL

Columnas sobre Madrid en la muerte de Suárez

La ultraizquierda que se manifestó el sábado en Madrid está convencida de que la violencia es un arma legítima en la lucha por el poder.

Por sólo unas horas la marcha de la extrema izquierda que recorrió el centro de Madrid –y que terminó con gravísimos incidentes– no coincidió con la muerte de Suárez; tan sólo dos días la han separado de las exequias que se están celebrando en honor del expresidente.

Es una sólo una coincidencia, pero tiene un fuerte carácter simbólico: aquellos que llevan años apostando por destruir el régimen que construyó Suárez ocupan el centro de la capital cuando el primer presidente de la democracia fallecía. Su desaparición física y el asalto a su obra política, separados por horas.

Si bien la manifestación del sábado fue en su mayor parte pacífica y la inmensa mayoría de los que participaron lo hicieron con ánimo pacífico, no es menos cierto que un gran porcentaje justifica, cuando no alienta, esa violencia. Ni los más presentables representantes de Izquierda Unida han condenado a los salvajes que iniciaron los enfrentamientos, pero es que algunos líderes de izquierdas, como el sindicalista Cañamero, se han despachado con unas declaraciones contra el Gobierno, la Policía y en general el orden constitucional que en no pocos países serían consideradas sediciosas.

Y es que la ultraizquierda que se manifestó el sábado en Madrid entre banderas rojas y republicanas está convencida de que la violencia es –siempre que la usen ellos– un arma legítima en la lucha por el poder. Una izquierda cuyo programa político pasa por laminar a más de la mitad de la sociedad: a los ricos, a los católicos y a la Iglesia, a los de derechas, a los que no crean en el aborto como un derecho… a todos, en suma, los que no compartan su credo totalitario.

Es un hecho constatable: la vieja izquierda que apostó por la reconciliación entre españoles cuando Suárez era presidente es sólo un recuerdo. De comunistas con cierta altura de miras como Carrillo –pese a su sangrienta biografía– o sindicalistas como Marcelino Camacho hemos pasado a líderes enfermos del peor sectarismo; de los que quisieron olvidar el horror de la Guerra Civil a los que quieren ganarla a sangre y fuego siete décadas después; de los que renunciaron a su programa de máximos por España a los que están dispuestos a renunciar a España por imponer su programa de máximos.

Y lo mismo puede decirse, por cierto, de los nacionalistas. En este sentido, ha sido muy llamativo, y lamentable, que en su obscena intervención Mas citase a Tarradellas, su exacto opuesto en casi todo, empezando por la lealtad al orden constitucional.

Mas reivindica la figura de Suárez mientras intenta destruir la soberanía nacional y la Constitución, que fueron los ejes de la acción política del abulense. Y encima destaca la "valentía" de Suárez como un ejemplo de que es posible saltarse la ley, cuando el otro gran mérito del de UCD fue, precisamente, desmontar una dictadura sin salirse un milímetro de la legalidad.

Suárez ha sido traicionado una vez más por el nacionalismo y lo peor de la izquierda. Al menos ha tenido la suerte de no contemplar cómo algunos quieren destruir su obra y devolver España a 1934.

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