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CUBA

¿Inversionistas y trabajadores superfluos en el paraíso castrista?

Dos noticias recientes relacionadas con Cuba han recibido algo de atención en la prensa internacional. No se trata esta vez de la muy llevada, traída y comentada posible muerte de Fidel Castro, sino de otros asuntos que, bajo la presidencia de Raúl Castro, el general-hermano-presidente, impactan en lo que algunos insisten en identificar como la última etapa del castrismo.

Dos noticias recientes relacionadas con Cuba han recibido algo de atención en la prensa internacional. No se trata esta vez de la muy llevada, traída y comentada posible muerte de Fidel Castro, sino de otros asuntos que, bajo la presidencia de Raúl Castro, el general-hermano-presidente, impactan en lo que algunos insisten en identificar como la última etapa del castrismo.
Raúl Castro.
Una de esas noticias fue la visita de una delegación de la Cámara del Comercio de Madrid a La Habana para pedir "seguridad jurídica". Como explicó Salvador Santos, presidente de la CCM a la agencia EFE, esos empresarios demandaron que se cumplan los contratos suscritos entre compañías madrileñas y compañías cubanas, que el régimen castrista abone los pagos que debe a los españoles y que deje de retener fondos en las cuentas bancarias de los inversionistas españoles, cosa que viene haciendo desde el año pasado debido a la falta de liquidez y a la crisis económica que padece la isla.

Se trata, es claro, de asuntos del mayor interés para los hombres de negocios españoles, pero seguro que los cubanos encuentran mucho más interesante, y preocupante, la segunda noticia, relacionada ésta con unas declaraciones de Raúl Castro ante el Congreso de la Juventud Comunista. "Cientos de miles de trabajos no son necesarios, y algunos analistas calculan en un millón el número de trabajadores superfluos", dijo el general. Es decir, que uno de cada cuatro trabajadores cubanos puede quedarse sin sustento... al tiempo que el régimen persigue y encarcela a quien osa buscarse la vida por su cuenta, en violación de los decretos económicos oficiales.

Raúl Castro culpó al "enemigo del norte" y arremetió contra la prensa extranjera por su "guerra mediática" contra la revolución; pero los cubanos saben que no son los norteamericanos ni los periodistas los que requisan sus productos: una gallina, un poco de arroz, unas libras de carne de cerdo, cuando viajan en un ómnibus interprovincial.

Todos en la isla reconocen la eficiencia del régimen a la hora de movilizar a las masas para los consabidos mítines de condena del imperialismo: temprano por la mañana del día señalado, los cubanos tienen que presentarse en sus sitios de trabajo para recoger consignas y pancartas y ser transportados al lugar de la concentración. Algo parecido han de hacer los estudiantes, desde los más chicos hasta los universitarios, así como las amas de casa.

Reinaldo Arenas, cuya vida se llevo al cine con la cinta Antes que anochezca, lo expresó nítidamente al llegar al exilio, años antes de suicidarse:
Debemos ir a la Plaza de la Revolución para aprobar y aplaudir aquellas leyes que nos condenan a trabajos forzados. Todo el mundo tiene que fingir porque todos dependemos del Estado: el Estado nos puede llevar a la cárcel, mandarnos a la universidad o conseguirnos un acenso en el trabajo.
Los cubanos con edad suficiente recuerdan que hubo un día en que la revolución proclamó el empleo para todos; aquellos que no estaban dispuestos a trabajar en el puesto que se les asignaba eran recogidos en camiones militares, acusados de "vagancia" y transportados sin ningún miramiento a las provincias a cortar caña de azúcar.

Por cierto, la industria del azúcar, motor de desarrollo y progreso de la isla por más de doscientos años, ya no existe. Después del fracaso de su grandiosa Zafra de los Diez Millones (1970), Fidel, que quería romper todos los récords de producción y había empeñado su "palabra de cubano" en el éxito de la campaña, dedicó su famosa energía a otros proyectos. El de la Zafra de los Diez Millones ha sido uno de los escasos fracasos del castrismo reconocidos por Fidel; éste, al aceptar su responsabilidad, explicó que la escasez de muchos productos de primera necesidad se debía al cierre de numerosas fábricas, cuyos obreros fueron liberados para que pudieran dedicarse a cortar caña.

Durante el primer año de la revolución: 1959, Cuba, entonces la azucarera del mundo, produjo, con sus seis millones de habitantes, seis millones de toneladas de azúcar. Este año puede que la cosecha no haya alcanzado el millón de toneladas. Hoy, la población cubana es de 12 millones de personas. Hoy, Cuba se mueve en unos niveles de producción similares a los que mostraba hace más de cien años, cuando el gobierno de Madrid insistía en que gastaría el último hombre y la última peseta en la defensa de su colonia antillana. El récord azucarero de los Castro es doble: la más pequeña producción de azúcar en un siglo, la peor zafra per cápita de la historia del país.

En años recientes La Habana se ha visto obligada a importar azúcar de Brasil y de Colombia. Mientras la industria azucarera cubana ha desaparecido, Brasil y otros países han aumentado su producción del oro blanco, un elemento importante en la producción de etanol, no lo olvidemos. ¡Qué final tan triste para una industria con una carga simbólica tal en la isla, que el pueblo cubano solía decir: "Sin azúcar no hay país"!

A Fidel y a Raúl no les falta imaginación. En lugar de tomar medidas para evitar el colapso de la primera industria nacional, han optado por explotar una alternativa. Como no pueden culpar al desde hace medio siglo inexistente sector privado, han anunciado que los ingenios serán convertidos en museos y sus trabajadores, adiestrados para que puedan desempeñar otros empleos; ¿ese millón de empleos superfluos de que hablaba Raúl?

Caña de azúcar.Antes de llegar al poder, Fidel denunció "la existencia miserable" de los campesinos cubanos, la situación de los temporeros una vez se acababa la temporada del azúcar; hoy, ni siquiera ese empleo de unos meses existe, y la economía marxista no ha hecho otra cosa que empeorar la situación. A diferencia de lo que ocurría en los días pre-revolucionarios, los trabajadores no pueden sembrar y vender productos sin permiso del gobierno. Si tratan de vender gallinas o cerdos directamente al consumidor, el gobierno les confisca los animales y ellos acaban en la cárcel por perpetrar "delitos económicos". Un ganadero que sacrifica su propio ganado sin obtener el muy difícil de obtener permiso del gobierno, comete un delito grave que le puede costar varios años de cárcel.

El absurdo de la economía castrista se hizo evidente en 1967, cuando Fidel Castro, luego de confiscar bancos, fabricas, granjas y otras fuentes generadoras de riqueza, proclamó una "ofensiva revolucionaria" para confiscar igualmente puestos de fruta, peluquerías, barberías y demás restos de la burguesía isleña.

Han tenido que pasar varias décadas para que el régimen castrista comience a restaurar el derecho de las personas a comerciar con libertad. En la década de los noventa se empezaron a emitir licencias para poder ser cuentapropista (autoempleo), lo que permitió a algunos cubanos ser dueños de restaurantes en casa –los famosos paladares, que no pueden tener más de doce asientos–, o ganarse un dinero haciendo flores de papel o con otras actividades modestas. No fue sino hasta este año que Raúl dio otro tímido paso: ahora los cubanos pueden tener sus propias barberías y peluquerías; aunque los insumos necesarios para dotar esos establecimientos no pueden encontrarse en la isla... Por eso se ven obligados a obtenerlos en el mercado negro, o bien los roban en las empresas estatales.

Por varios años el régimen ha exportado a miles de trabajadores, los ha arrendando a firmas extranjeras de todo el mundo. En el dique seco cubano de Curaçao, los cubanos trabajan, bajo la observante mirada de guardias, por 15 dólares mensuales, pero los hermanos Castro reciben varios miles de dólares al año por cada uno de ellos...

Tres obreros cubanos lograron escapar de Curaçao y llegar a Florida, donde llevaron sus respectivos casos a los tribunales, que les dieron la razón; pero no recibieron el dinero que demandaban porque el gobierno de Curaçao compró la empresa con el fin de impedir el cumplimiento de la decisión de la justicia norteamericana.

Hay casos similares al de esos tres obreros que implican a doctores cubanos que trabajan en Venezuela y Portugal: en este último país, los médicos cubanos ganan 500 euros mensuales, cuando el suelo de los galenos locales es de 2.500 euros. La Habana también provee de trabajadores cubanos a compañías de cruceros que operan en el Caribe.

La cuestión ha llegado a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con sede en Ginebra. "Es hora de que la OIT tome cartas en el asunto", comentó Jack Otero, ex vicepresidente de AFL-CIO, la central sindical norteamericana. Otero ha denunciado prácticas como el uso de mano de obra infantil, "en violación de los acuerdos laborales de los que la República de Cuba es signataria".

Los verdaderamente superfluos en la Cuba de hoy no son los trabajadores, sino los Castro.

Mientras la Cámara del Comercio de Madrid pide al régimen que permita a los inversionistas españoles retirar sus dineros de los bancos cubanos, los trabajadores de la isla encaran una situación que sin lugar a dudas es mucho más dramática y perentoria que la de los empresarios madrileños que fueron allá a invertir sus dineros para aprovecharse de la falta de libertad sindical y de la obediencia de los trabajadores al Estado patrón y sus socios extranjeros.


FRANK CALZÓN, director ejecutivo del Centro para una Cuba Libre.

Frank.calzon@cubacenter.org
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