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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Irak. División de opiniones

A los tres años justos de la invasión de Irak, en Estados Unidos se multiplican los balances de aquella decisión. Los hay para todos los gustos, obviamente. Y lo más interesante es comprobar algunos de los cambios que se han producido desde entonces.

A los tres años justos de la invasión de Irak, en Estados Unidos se multiplican los balances de aquella decisión. Los hay para todos los gustos, obviamente. Y lo más interesante es comprobar algunos de los cambios que se han producido desde entonces.
Los más importantes, en contra de lo que tal vez muchos creen, han intervenido en el campo de la oposición a Bush. La decisión de derribar a Sadam Husein fue apoyada en su momento por la mayoría de la clase política norteamericana, tanto republicana como demócrata. De hecho, la autorización del Congreso a la intervención en Irak fue aprobada cuando los demócratas tenían una mayoría –muy ajustada, es verdad, pero mayoría– en el Senado. La victoria sobre Sadam les llevó a sumarse a la euforia, a la espera de poder presentar batalla en el frente interno, en vista de que todo parecía ir bien para Bush en el exterior.
 
La ofensiva terrorista cambió la situación. Buena parte de los demócratas no resistieron la tentación de cambiar de opinión. Nunca han sido capaces, sin embargo, de definir una alternativa clara. Las dudas existenciales de John Kerry, exhibidas una y otra vez durante la campaña electoral de 2004, resumen la nebulosa en que se siguen moviendo, atrapados entre la condena a una guerra que apoyaron en su momento y la dificultad para definir una posición alternativa a la política de reconstrucción de las instituciones que haga verosímil la salida de las tropas norteamericanas de Irak.
 
En la derecha las cosas se han movido menos, aunque significativamente. Mucho antes del 11-S, Francis Fukuyama propugnaba la invasión de Irak por Estados Unidos. En 1998 firmó la carta abierta dirigida a Clinton por el Project for the New American Century a favor de la invasión de Irak. Su gran prestigio intelectual pesó con fuerza en favor de una decisión complicada de explicar ante la opinión pública. Ahora ha sacado un libro en el que expone su nueva posición, muy distinta de la que sostuvo entonces.
 
Francis Fukuyama.Según ha explicado Brett Stephen en una reseña del ensayo, Fukuyama argumenta que la Administración no previó que la invasión reavivaría el antiamericanismo. Había que haber puesto el acento en la integración de los musulmanes en Occidente y no en la situación de Oriente Medio, dado que la yihad es, según él, más un producto de la modernización y la globalización que del tradicionalismo fundamentalista.
 
Finalmente, Fukuyama piensa ahora que la Administración norteamericana demostró una confianza injustificada en un experimento de ingeniería social tan gigantesco como el de un cambio de régimen, sin tener en cuenta –esto no deja de tener su ironía– las advertencias de los neocon acerca de los efectos no previstos, y nefastos, que suele tener el intervencionismo gubernamental, por muy bien intencionado que esté, como sin duda lo estuvo éste.
 
Menos sofisticados –y menos retorcidos– que los argumentos de Fukuyama son los que manejan otros intelectuales de derechas que, sin haber cambiado de opinión acerca de la invasión en sí, se distancian de la actual política norteamericana en Irak. W. James Antlee III, colaborador de The American Conservative, que apoyó con alguna reticencia la decisión de Bush, piensa ahora que la presencia de las tropas norteamericanas es el factor de unidad de la insurgencia. Conviene, por tanto, retirarse lo antes posible.
 
Varios otros conservadores que también apoyaron a Bush dan ahora por casi perdida la tarea de reconstrucción democrática tal como se planteó y, además de una retirada más o menos rápida, ofrecen como solución una organización política a modo de confederación más o menos débil o, más sencillamente, la división de la zona en tres países, chií, suní y kurdo. Los recientes movimientos de los dirigentes kurdos parecen insinuar que también entre ellos empieza a cundir esta idea.
 
Como es sabido, hay también quien, desde la derecha, se opuso radicalmente a la invasión de Irak. Pat Buchanan, por ejemplo, se considera ahora cargado de razón. Estos paleoconservadores preconizan hoy más que nunca una retirada inmediata. No lo presentan como una derrota ni como una humillación, sino como la recomposición de la perdida autoridad norteamericana, puesta en peligro por una política imperialista que no se corresponde ni con la identidad del país, una república sin ambiciones intervencionistas, ni con la auténtica tradición política estadounidense, aquella según la cual EEUU no debía verse envuelta en los conflictos entre los déspotas del Viejo Mundo, en este caso los de Oriente Medio.
 
Hay también muchos, que no pertenecen a este mundo conservador pero sí al liberal –o libertario, como dicen allí–, que piensan que Estados Unidos jamás debió embarcarse en una aventura exterior como esa y que lo mejor que puede hacer es retirarse del polvorín iraquí lo antes posible. Aunque sea al precio de una posible división de Irak y un más que verosímil baño de sangre. Hay quien no considera del todo negativa la perspectiva de que una república islámica (es decir una dictadura chií) se encargue de reprimir a suníes y salafistas. Al fin y al cabo, dice el periodista Tim Cavanaugh, que los enemigos de Estados Unidos se destruyan unos a otros no es lo peor que puede pasar.
 
Obviamente, la mayor parte de quienes en su momento apoyaron el derrocamiento de Sadam Husein siguen considerando que fue la decisión adecuada. Charles Murray, el influyente autor de The Bell Curve, dice que, sabiendo lo que se sabía entonces, un presidente que no hubiera tomado la decisión de invadir Irak habría sido un irresponsable. Estados Unidos, según él, tiene la obligación política y moral de permanecer en el país hasta que se solucione el problema del terrorismo.
 
Hay quien echa de menos una mayor implicación de otros países, pero incluso quienes mantienen esta posición piensan que Estados Unidos debe asumir la responsabilidad hasta el final. Glenn Reynolds, el creador del blog Instapundit, resume su posición de forma muy sencilla. ¿Qué tendría que hacer ahora Estados Unidos en Irak?, le ha preguntado la revista Reason. La respuesta cabe en una sola palabra: vencer.
 
Puede que el conjunto de la opinión pública no tenga las cosas tan claras. Pero, por muy graves que sean los problemas en Irak, por muy bajos que estén los índices de popularidad de Bush y por muy fuerte que sea el debate entre intelectuales y políticos, los pacifistas no han conseguido todavía movilizar a los norteamericanos.

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