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Federico Jiménez Losantos

El destino de Rivera y el futuro de Ciudadanos

Lo trágico para la ambición personal y política de Rivera es que la aritmética parlamentaria le obliga a elegir entre su discurso y sus actos.

Lo trágico para la ambición personal y política de Rivera es que la aritmética parlamentaria le obliga a elegir entre su discurso y sus actos.
Albert Rivera en Zarzuela esta semana | EFE

A un partido político debería juzgársele por sus hechos y por sus dichos. Al principio, por sus dichos; cuando se acerca o llega al Poder, por sus hechos. Los dichos, es decir, las ideas que se exponen a la opinión pública como denuncia de abusos y carencias en una comunidad política tienen infinitamente más valor del que se les concede. Y no sólo porque luego se contrastan con lo que se hace, sino porque las ideas tienen consecuencias casi de inmediato a través de las encuestas, que valoran el aprecio que tienen en el cuerpo político de toda la nación, o de una región, clase social, sexo, lengua, tendencia política o religión. Por eso son adoptadas a su modo por los demás partidos, o bien combatidas, si se cree ganar más votos contra ellas que con ellas.

Evidentemente, en las últimas cuatro elecciones en tres semanas, calculado disparate de Sánchez, las propuestas que se han debatido, asumido o combatido han sido las de Vox. Y en ese sentido, el movimiento cívico o patriótico de Abascal -no partido, como decía él mismo y con razón, aunque sus palmeros no lo vean- ha sido el vencedor moral de unas elecciones que ha perdido. Relativamente, claro, porque pasar de la nada a 24 escaños, ya lo hubiera querido Rosa Díez, cuyo patriotismo de izquierda mereció mejor suerte y cuyo hundimiento hizo emerger el patriotismo centrista de Ciudadanos y Rivera. Que hasta ahora han sido lo mismo, como UPyD y Rosa Díez, pero que pueden correr la misma suerte según las decisiones que tome su líder.

La Moncloa o el Gobierno

No quisiera ser injusto ni ventajista en ese análisis de un partido y de un líder que han hecho cosas extraordinarias por España y por la Libertad. Más que nunca, y aunque la política es cualquier cosa menos justa, no cabe olvidar la tarea contra el separatismo cultural y mediático -que son casi lo mismo- en Cataluña, Valencia y Baleares. Tampoco la lucha por recuperar ciertas competencias de las Comunidades Autónomas -Educación, Sanidad- que nunca debió transferir el Estado y que, si se mira con atención, empieza con UPyD, se desarrolla con Cs y llega a su culminación con Vox.

Pero aquel joven guapito con mucha labia y alumno de Carreras que Arcadi Espada y Albert Boadella pusieron al frente del neonato Ciutadans tenía ambiciones propias. La primera, sobrevivir al cerco mediático y a las divisiones internas –Domingo y Robles, dos de los tres primeros diputados, acabaron dejando el partido–. Para ello, no dudó en aliarse con el partido ultraderechista Libertas, propiedad de un irlandés eurófobo, que dicen que pagó la campaña y así se salvaron los tres escaños del Parlamento catalán. Aquella alianza decidida personalmente por Albert Rivera y tan contraria al europeísmo centrista que hoy exhibe su partido, es lo que finalmente salvó a la formación naranja de su desaparición, y el germen de un caudillismo indiscutido e indiscutible. Desde ahí, surfeando los errores de Rosa Díez, se hizo con el electorado de centro-izquierda. Y empezó a acariciar la idea de llegar al Poder. Primero, con otro: el PSOE; después a costa de otro: el PP. Pero la idea básica era y es la misma: llegar a la Moncloa. Y el problema esencial sigue siendo idéntico: si puede llegar en solitario o en compañía.

En todo caso, la decisión es personal e intransferible. Aunque está claro que el núcleo esencial de Cs se ha trasladado de Barcelona a Madrid, no hay nadie que pueda discutirle, hoy por hoy, el liderazgo a Rivera. Y da la impresión de que la única que podría hacerlo, Inés Arrimadas, no tiene prisa y espera a ver qué le depara el destino a Albert, que apostó por ella cuando nadie lo hacía y al que, en justa correspondencia, respalda ahora, comparta o no sus cambios de estrategia, a veces arriesgadas volteretas.

¿Acaudillar la Derecha y satanizar a Vox?

Rivera ha ido arriesgando en su apuesta o acelerando su cita con el destino, según pasaban los años y veía acercarse la posibilidad de llegar a Moncloa, más que la más sencilla de que su partido lograra Poder, poco a poco, como ahora. Si hace cinco años se negó a asumir responsabilidades de Gobierno fue para conservar intactas sus expectativas de victoria. Y si hace unos meses decidió intentar hacerse con el liderazgo de la Derecha fue porque el desastre dejado por Rajoy y heredado por Casado le brindaba a él como líder y a Ciudadanos como partido una ocasión pintiparada. Lo que ha pasado en las últimas citas electorales le ha hecho perder esa apuesta. Y ahora debe elegir si mantiene su "no" a Sánchez o pacta Gobierno con él.

Lo más irritante –y contraproducente– que Cs ha hecho después de las elecciones es echar lejía por donde pasa Vox, metáfora tomada por Rocío Monasterio de la realidad de los escraches catanazis a Arrimadas en Cataluña. Y ello por dos razones: 1/ al negar su relación con una de las partes del centro-derecha debilita su posición ante al PSOE; 2/ al tener que pactar con alguno de los que rechaza, PSOE y Vox, quedará fatal ante la derecha o la izquierda. El doble veto disminuye doblemente su capacidad.

Lo trágico para la ambición personal y política de Rivera, mucho más legítima que la de Sánchez, porque no es socio del separatismo, es que la aritmética parlamentaria le obliga a elegir entre su discurso y sus actos. Esta semana, al explicar que nunca pactará con Sánchez y que Navarra no debe ser objeto de un "cambio de cromos" (faltaba la voltereta de Villacís) caía en una contradicción flagrante: no es lógico decir que no se abstiene ante Sánchez porque se apoya a golpistas, comunistas e hijos de la ETA, y, a la vez, decirle a Sánchez que forme gobierno con los separatistas, razón por la que no lo apoya.

Absurdo personal y absurdos colectivos

¿En qué quedamos? ¿Cuál es el problema: Sánchez o el separatismo? Si el problema es el separatismo, contra el que nació y lucha Ciudadanos, lo razonable es abstenerse y que Sánchez gobierne en solitario y dependa en última instancia de Ciudadanos, no de Iglesias, Junqueras y Cocomocho. Eso reza también para el PP, que podría acompañar a Cs en la abstención. O, al menos, Rivera podría pedírselo a Casado. Salvo Abascal, que tendría difícil -no imposible- explicarlo a su electorado, los votantes de PP y Cs entenderían perfectamente esa abstención por razones de puro patriotismo.

El problema de Cs es que al estar ideológicamente más cerca del PSOE que el PP, tiene más difícil explicar las escandalosas contradicciones de coquetear con el PSOE en todas partes… salvo la que le afecta a Rivera. Diríase que de nuevo se quiere conservar virgen para la Moncloa mientras las otras once mil postulantes a la virtud, la pignoran en el lecho del pacto. No es lógico que Igea prefiera al PSOE para acabar con el régimen del PP en Castilla y León, al que equipara en Andalucía, cuando la nueva Junta de PP y Cs, apoyada por Vox, está haciendo una gran labor desmontando un régimen de clientelismo feroz, ineficiencia absoluta y corrupción oceánica que ni de lejos alcanza ninguno de los logros de la autonomía del PP y Cs.

Y tampoco es lógico ni tiene venta posible que en Madrid quieran obviar los resultados de las urnas, como si la vicepresidencia y la mitad de las consejerías de la Comunidad para Aguado o que Villacís sea teniente de alcalde y consejera de Urbanismo, con el Plan Chamartín por delante, no fueran escenarios suficientes para lucirse y tener una proyección que permitiría a Cs aspirar razonablemente a ganar las elecciones siguientes.

El fantasma de UPyD acecha

Pero lo peor es que todos estos absurdos provienen de un absurdo mayor: que Rivera quiera ser el sucesor de Sánchez después de que arruine y rompa España, cuando podría ser su vicepresidente y heredarlo tras salvar a la nación y al régimen constitucional de su peor enemigo. Ni lo primero se olvidará ni lo segundo se perdonará. Rosa Díez se ofuscó y perdió su partido y su oportunidad, cuando junto a Rivera podría estar en la Moncloa. Ojalá Rivera no se pierda y eche a perder su partido, que es más importante que él o debería serlo. Ojalá no destruya algo que vale más que su legítima ambición, porque malograría su ambición y haría un terrible daño a España.

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