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Francisco Pérez Abellán

Debo preservar la buena fama de los locos

Un amigo psiquiatra me dice que la locura es algo difuso, difícil de diagnosticar y de tratar.

Un amigo psiquiatra me dice que la locura es algo difuso, difícil de diagnosticar y de tratar. Hace menos de cincuenta años, algunos científicos que creían curar la locura sometían a los pacientes a electroshocks que terminaban con olor a carne quemada. No sé si de pronto se dejó de tratar a los pacientes de alferecía con electro debido a que cayeron en la barbaridad de lo que llevaban a cabo.

La doctora Noelia de Mingo se ocupaba de Reumatología en la Fundación Jiménez Díaz como médico residente. El 3 de abril de 2003, antes de empezar a matar de forma furibunda, compró un cuchillo de cocina de amplia hoja en una tienda de todo a cien. Practicó un ingenioso agujerito en un bolsillo de su bata blanca y dejó el arma colgando de la empuñadura, con la hoja mirando hacia abajo.

Cuando rompió a pinchar y degollar, herir y matar, convirtiendo pasillos y habitaciones en un festival de sangre, dicen que sufrió un brote psicótico. Esto literalmente la habría apartado de la realidad, empujándola al hoyo de los sueños, donde no sabría bien interpretar los sonidos ni los golpes y sería muy difícil que lograra equilibrar un mandoble, repetir un pinchazo o acertar con un cuerpo. De modo que, en ese instante al menos, la doctora sabía qué acuchillaba, atravesaba, cortaba y sajaba.

Primero se echó sobre su compañera doctora Leilah El Ouamaari, que era linda como un trozo de pan recién hecho, y lista y punzante como una lanza mora. Le dio lo suyo sin dejarla escapar. No hubo el tradicional vacile del loco que duda, se asusta, da un golpe al azar. Todos los golpes fueron de muerte.

Yo diría que, aunque se trata de cosa juzgada y no hay más que añadir, es posible pensar que sabía a quién mataba, y no es posible hacerlo sin saber el porqué. De los otros fallecidos, una era una señora madura, ingresada, que tal vez la habría molestado con sus quejas o su misma presencia, dado lo sensibles que son los paranoides. Y el tercero era alguien que pasaba por allí. Un asesino de masas que no quiere que se descubra la razón de su crimen la sepulta bajo nuevas víctimas, sin que quiera decirse que sea el caso de Noelia de Mingo.

La doctora de Mingo, por profesión, debía saberse de memoria los síntomas del loco, y podría imitarlos de haber querido. Incluso es posible que su timidez manifiesta y su introspección habitual la hubieran empujado a preparar el terreno con el disfraz del cambio de un día de furia por un día de locos. Noelia hirió a otras siete personas y entregó el cuchillo cuando la amenazaron con una barra que es el árbol para sostener el gotero.

Tendemos a horrorizarnos cuando vemos una tragedia de este estilo, y a tacharla de locura. Pero los criminales son muy complicados y piensan diferente. Para ellos dar una cuchillada o rebanar el pescuezo puede ser un acto de pura grandeza, un ajuste de cuentas con un destino torturador.

Noelia es delgada, menuda, con pinta de monjita francesa. Viste con modestia, colores discretos y gafas de aro. La melena muy recortada. A los cuatro años de estar interna ya sale con permiso de Navidad, en 2007, y tiene otros veinte días de vacaciones. En este año del Señor de 2012 junta hasta treinta jornadas de descanso.

Es natural porque propiamente Noelia no es una homicida múltiple, sino una enferma que ha sido declarada no culpable.

Según el diagnóstico médico, Noelia esta curada o en proceso de curación. No presenta síntomas, se toma las medicinas y aparenta ser una persona relajada y hogareña.

Sale de la prisión y vuelve sin ayuda. Parece que sabe distinguir entre montarse en un medio de transporte y arrojarse a él. Le fue concedida la eximente completa de enajenación mental. Con eso está ya todo dicho. ¿Cómo se comporta en la prisión alicantina de Fontcalent?

Esto es bastante fácil: pasa el tiempo tal y como lo haría una que quiere que la consideren organizada, participativa, nada peligrosa y sentimental. Sobre su cabeza bascula una medida de seguridad, que permanezca encerrada 25 años en internamiento psiquiátrico. Todo parece ir bien, pero cualquiera sabe. Mañana, un desliz, la boca de un perro, un aullido y vuelta al pasillo sin retorno. La locura es lo que tiene: es túnel de ida y vuelta.

Los locos no suelen matar como Noelia de Mingo, sirva esto de beneficio para cuantos locos en el mundo han sido. Hay uno entre un millón que puede matar a golpes certeros, sin fallar una cuchillada y entregar el arma cuando se le amenaza con romperle el cráneo. El loco tiende a confundir la barra con una palma y la amenaza con una broma, hasta entregarse con la cabeza a pájaros. Noelia ha tenido suerte; esa tan extraña de sufrir una enfermedad incurable, y curarse; además en un tiempo récord: solo cuatro años de encierro por tres asesinatos y siete agresiones que pudieron ser mortales. Ya es uno más de nosotros que con nosotros puede cualquier día tropezarse.

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