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Siempre hay un violador al acecho en una ciudad de miles de habitantes. Lo aprendimos con el Estrangulador de Boston. No obstante, el desprecio por la previsión es tal en nuestro país que siempre nos sorprende. En Lugo anda suelto un violador descubierto y se aconseja que las mujeres no salgan de noche. Si la autoridad no puede protegerlas, lo adecuado es que se queden en casa, dice la receta del siglo pasado.

Un aviso de cuando el estrangulador, porque no se ha avanzado nada. En Barcelona, a Tomás Pardo, violador y homicida frustrado, que cumple condena de veinte años, se le concede un permiso de tres días después de otros 18 de menor duración –que viene recibiendo desde 2015– en los que no fue capaz de desarrollar ningún plan delictivo. Necesitaba el tercer día. La Junta de Tratamiento de la cárcel sugiere que "empatiza" tanto con las víctimas que casi puede considerarse que su primera violación, con cuchilladas en el cuello, fue un acto aislado, único y superado. Por eso le concede el tiempo que necesita. La "actitud empática" hacia las víctimas se transforma entonces en violencia.

Estoy en Puertomarte sin Hillary. Me he ido tan lejos para observar el panorama de forma global que me tiene perplejo. Resulta que el violador de Lugo comete sus fechorías en un mismo edificio, una miniciudad poco iluminada, sin cámaras de vigilancia y con entradas solitarias. A lo peor es que tiene preferencia por el territorio que domina, o que le viene bien, porque es una de sus zonas de confort. Por su parte, el reincidente al que la Junta de Tratamiento considera prácticamente curado aprovechó su permiso para asaltar a otra mujer y repetir, punto por punto, su primer delito: secuestro, tortura sexual e intento de homicidio. La mujer se recupera en la UCI. El violador se confirma como un especialista con modus operandi.

El caso es que a Pardo el juez de vigilancia penitenciaria, que entiende de presos, le denegó 13 veces el permiso que le ha valido para reiterar su condición. Se ignora por qué en ocasiones se establece una competencia entre el juez de vigilancia penitenciaria y la junta de tratamiento encargada de evaluar. ¿Trata la junta de mejorar el diagnóstico? Pues no lo ha logrado, y ahora que se ha producido la desgracia es el momento de remodelar la junta con alguien que sepa. En España, la criminología que se enseña es muchas veces simplemente un adorno o historia de los criminólogos, poco práctica, porque en realidad la política no ha aceptado la figura del criminólogo, el único científico que sabe de crímenes. Ojo, que no es lo mismo un funcionario con diploma de Criminología que un criminólogo, aunque así lo crean los mandos del dedazo.

En España hay una creencia falsa que viene de la progresía: todo delincuente es reinsertable. Esto los norteamericanos, por ejemplo, que tanto saben de delincuentes, no se lo tragan: sus principales criminales siguen en la cárcel después de 40 años, como Charles Manson o el asesino de Lennon. En la cárcel han muerto sin salir nunca violadores como el secuestrador del lápiz de labios, que en los últimos tiempos seguía entre rejas en silla de ruedas.

Es legítimo pensar que el asesino de Lennon, que nunca ha salido de prisión, aquí habría obtenido permisos y estaría ya en libertad. Como Charles Manson, el nazi del valle de la muerte. La evaluación española es más suave y sin miedo a equivocarse cuando se juzga a un enemigo público como el violador Pardo: total, aquí nadie responde de nada si se produce una nueva víctima. Pardo, con permiso, raptó a una mujer en Igualada, la violó y le asestó media docena de puñaladas en el cuello. También le robó la cartera. La suerte de la víctima es que no acierta nunca con el puñal y deja a las mujeres semienterradas porque las cree muertas. Hasta la próxima.

En España

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