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Guillermo Dupuy

Los hijos de la tribu

Restablecer esquemas tribales, en los que todo es de todos –incluso los hijos–, no es original de Gabriel ni del comunismo moderno.

La diputada de la CUP Anna Gabriel –doblemente colectivista a fuer de nacionalista y comunista– ha dejado en evidencia su muy progresista querencia por la tribu al decir que le gustaría

formar parte de un grupo que decidiera tener hijos e hijas en común, en colectivo, como en muchas otras culturas que hay en este mundo, donde la figura de la paternidad o la maternidad no está tan individualizada, no se centra en un núcleo tan pequeño como el de la familia nuclear.

Yo tenía noticia de que esta ideóloga de la CUP era tan partidaria de la independencia de los Països Catalans, como detractora del patriarcado, de los tampones y de la familia tradicional. Pero no sabía hasta qué punto esta representante de la extrema izquierda nacionalista consideraba "muy pobre" a la familia tradicional y "tendente a convertir a las personas que tienen niños y niñas en muy conservadoras".

Argumenta Gabriel que, "como quieres lo mejor para los tuyos y los tuyos son muy pocos, uno, dos o tres, se entra en una lógica perversa". Para evitarlo, nada mejor que la comuna, la tribu, la secta o el clan. Gabriel utiliza el término tribu para mostrar sus preferencias:

Quien educa es la tribu, y por tanto no hay ese sentimiento de pertenencia del hijo que has tenido a nivel biológico, sino que son tan hijos tuyos los que has tenido tú como el resto.

Pocas instituciones han contribuido tanto al verdadero progreso de la humanidad, mediante la ruptura de los empobrecedores y reaccionarios esquemas tribales que disuelven al individuo en el colectivo, que la propiedad privada y la familia nuclear. De ahí la aversión que hacia ambas instituciones han sentido siempre los colectivistas de todos los colores y tiempos, enemigos de la libertad individual y de las sociedades abiertas. Restablecer dichos esquemas tribales, en los que todo es de todos –incluido los hijos–, no es, por tanto, original de Gabriel, ni siquiera del comunismo moderno. Ya Platón, a quien con razón Popper calificaba de enemigo de la sociedad abierta, proponía en su República algo enormemente parecido a lo que ahora propone la ideóloga de la CUP:

Las mujeres de nuestros guardianes serán comunes todas y para todos; ninguna de ellas cohabitará en particular con ninguno de ellos; los hijos, a su vez, serán comunes y ni el padre conocerá a su hijo, ni el hijo a su padre (...) Los hijos, a medida que nazcan, serán entregados a un comité nombrado para este fin, que puede componerse de hombres o de mujeres o de ambos sexos a la vez, pues las funciones públicas deben ser comunes a los hombres y a las mujeres. Conducirán al hogar a las madres que estén con los pechos henchidos, poniendo el máximo ingenio para que ninguna de ellas pueda reconocer a su hijo (...) Cuando las mujeres y los hombres hayan pasado la edad de dar hijos a la patria, dejaremos a los hombres la libertad de tener relaciones con quien quieran, excepto con su hija y su madre (...) Las mujeres tendrán la misma libertad con respecto a los hombres. Pero cuando un guerrero se haya unido a una mujer, tendrá en igual consideración a toda criatura que nazca en el décimo mes o en el séptimo después, la llamará hijo si es varón e hija si es hembra.

Así las cosas, a Anna Gabriel, y a su pretensión de que, teniendo hijos en colectivo, se querrá a todos por igual, le podríamos responder lo mismo que Aristóteles le vino a objetar a Platón, a saber, que el resultado no será que las personas pasarán a querer a todos los hijos como si todos fueran propios, sino que pasarán a sentir hacia sus propios y desconocidos hijos el mismo desdén que hacia los que no lo son.

En fin. Lo único que me sigo preguntando es de dónde diablos habrá surgido la muy progresista y no menos espartana aversión que Anna Gabriel siente hacia los tampones.

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