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DESDE GEORGETOWN

Nuevos conservadores

John Kerry votó en su día a favor de la guerra en Irak y ahora la considera un error, aunque también se postula como comandante en jefe para ganarla. Que un hombre como este pueda ser presidente de los Estados Unidos es inquietante. También es inquietante que haya llegado a ser un candidato verosímil para la sociedad americana. Los terroristas saben reconocer mejor que nadie esta debilidad. La huelen a miles de kilómetros. No dejarán de aprovecharla.

Los norteamericanos que creen de buena fe que pueden aplacar al monstruo lo están alimentando. Algunos lo están alimentando a propósito, con plena conciencia de lo que hacen. Y hay otros que tan sólo intentan aprovecharse de las buenas intenciones de la gente. Es posible que Kerry esté entre estos últimos.
 
Los primeros responsables de este desastre son los propios demócratas. ¿No tendrán también alguna responsabilidad los republicanos? Parece exagerado atribuirles, además de su propios errores, los del contrario. Sí que se les puede reprochar no haber sabido construir una plataforma suficientemente coherente y atractiva para movilizar un sector un poco mayor de la población.
 
Se suele escuchar que el voto que respalda a Bush lo hace a favor de su política, mientras que el voto que respalda a Kerry es en buena medida un voto en contra de su rival. Sospecho que una parte del voto favorable a Bush también es un voto contra Kerry, un voto de precaución, si se quiere, pero en cualquier caso no del todo identificado con Bush.
 
Bush ha establecido un equilibrio precario entre líneas y tradiciones muy diversas de la vida norteamericana. Su conservadurismo compasivo lo ha llevado a un incremento del presupuesto y del déficit alejado de la austeridad presupuestaria que ha sido tradicional entre muchos conservadores. Educación y sanidad han sido objeto de atención prioritaria en estos cuatro años. El resultado no es muy brillante. Los progresistas hubieran querido más, y bastantes conservadores menos. El caso es que Bush se ha quedado a medio camino, con un incremento serio del presupuesto pero con dificultades para argumentar esta expansión.
 
Si se acopla esta querencia intervencionista con la firmeza en el frente cultural –el intento de enmienda constitucional contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, la reticencia a la investigación con células madre, el papel de la religión o la cuestión del aborto- la impresión que deja la acción de la administración Bush es la de una política agresiva en su voluntad de imponer determinados valores. Pienso que la impresión no corresponde a la realidad. La acción de Bush revela más bien, en mi opinión, un fenómeno más profundo relacionado con el restablecimiento de valores morales en el centro de la vida pública. El caso es que la administración Bush no ha afinado este argumento y resulta difícil articularlo frente a quienes consideran arcaica, además de intransigente, la actitud de la actual administración.
 
En el caso de la política exterior y en particular la intervención y la liberación de Irak, los fallos de la administración Bush han sido gigantescos. No me refiero a los errores de gestión o de previsión que han ocurrido después del derrocamiento de Sadam Hussein. Son graves pero no irremediables. Hablo de la incapacidad para elaborar una doctrina consistente con lo que se ha hecho. La administración Bush sacó muy rápidamente las lecciones del 11 S en cuanto a la nueva estrategia de seguridad. Ha revolucionado todas las tradiciones políticas americanas, y ha ido mucho más lejos que nadie hasta ahora en la afirmación de Estados Unidos como bastión de la democracia y la libertad. Las elecciones en Afganistán, por ejemplo, han sido un éxito colosal. Y sin embargo la administración Bush se ha sido capaz de organizar un mensaje que convenza de ello a un sector suficiente de la población. Se posee la convicción, pero no la capacidad de convencer.
 
Quizás sea un reproche injusto a una administración que supo esquivar una grave crisis económica y que se ha enfrentado al terrorismo y le ha dado a esta lucha su auténtica dimensión. Resultará interesante comprobar si se cumplen la doble previsión que los republicanos están haciendo. Una, que la gran maquinaria partidista que ha puesto en marcha el Partido Republicano con Bush resistirá el envite de los demócratas. Dos, que Bush está rompiendo las lealtades de las minorías y consiguiendo que vote republicano una parte importante de sectores –negros, judíos, hispanos, determinadas mujeres- tradicionalmente leales a los demócratas. Si Bush gana las elecciones gracias a una gran plataforma partidista y a los votos de los minorías, estará desbrozado el terreno para articular lo que hasta ahora está sin pulir.
 
Probablemente nos encontramos en mitad de un proceso largo y complejo de redefinición del espacio político. Que los conservadores no hayan sabido explicarlo con claridad no será del todo responsabilidad suya, pero puede salir muy caro.
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