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EL ESTATUT Y LOS CATÓLICOS

La derrota de los católicos nacionalistas

Después de haber viajado a Roma para asegurar a las autoridades vaticanas que el Estatut quedaría limpio de resabios laicistas y de agresiones a los valores fundamentales que defiende la tradición cristiana, el democristiano Durán i Lleida se ausentó de la Comisión mientras se votaban los artículos sobre nuevos derechos de ciudadanía (Zapatero está haciendo historia), relativos al aborto, la eutanasia y la definición del matrimonio. Naturalmente los artículos salieron aprobados con leves retoques que apenas disimulan las intenciones de la ley, que por lo demás nunca fueron ocultadas por sus promotores.

Después de haber viajado a Roma para asegurar a las autoridades vaticanas que el Estatut quedaría limpio de resabios laicistas y de agresiones a los valores fundamentales que defiende la tradición cristiana, el democristiano Durán i Lleida se ausentó de la Comisión mientras se votaban los artículos sobre nuevos derechos de ciudadanía (Zapatero está haciendo historia), relativos al aborto, la eutanasia y la definición del matrimonio. Naturalmente los artículos salieron aprobados con leves retoques que apenas disimulan las intenciones de la ley, que por lo demás nunca fueron ocultadas por sus promotores.
Durán i Lleida, nacionalista antes que cristiano
La masa crítica del bloque radical-laicista que conforman PSOE-PSC, ERC e ICV es demasiado clara al respecto como para dejar sombra de duda, y o mucho me equivoco o CiU no está para gastar mucha pólvora en esta batalla. Eso sí, la gente de Unió nos venderá la pírrica victoria de haber introducido unos matices en el articulado que equivalen a hacerle cosquillas a la bestia.
 
En el fondo lo que ha ocurrido es una parábola del drama de los católicos nacionalistas tanto en el País Vasco como en Cataluña. No juzgo las intenciones, que puedo suponer excelsas en muchos casos, pero a la hora de la verdad, el proyecto político que triunfa en estas comunidades tiene como ingrediente esencial una cultura radical sesentayochista que encarna como nadie la Esquerra de Carod y Puigcercós, y que seguramente será también el banderín de una "Batasuna normalizada" en las próximas calendas. Supuestamente, tanto el PNV como una parte sustancial de CiU, nacieron para defender las raíces culturales y espirituales del País Vasco y Cataluña, dos regiones de profunda tradición católica que impregnaba todas sus manifestaciones sociales.
 
Ambos partidos han gozado de omnipresencia en el escenario político de sus respectivas comunidades, más aún, han acaparado durante años el poder, controlando los resortes educativos y mediáticos. Pues bien, el resultado de todo este predominio lo tenemos a la vista. Al final, estos territorios se convierten en punta de lanza de un proceso secularizador empujado desde las instancias políticas, porque la intención "conservadora" de las tradiciones, que encarnaban PNV y CiU, se ha vuelto necesariamente subsidiaria de un proyecto nacionalista global que los ha deglutido. El capítulo de Derechos y Deberes del Estatuto que se acaba de votar en Comisión es la mejor expresión de este fracaso de los católicos nacionalistas, por más que Unió haya forzado unos remiendos.
 
Esta evidencia puede tener un aspecto saludable para la Iglesia que vive en estas comunidades, y para ese pequeño resto de católicos que trata sinceramente de configurar su acción política con la Doctrina Social de la Iglesia. La clave nacionalista que ha marcado todo el discurrir histórico de estos años ha propiciado la victoria cultural del secularismo radical, sin paliativos. Por tanto, la reconstrucción de un tejido social que haga viva la presencia de la identidad católica en Cataluña y el País Vasco tiene, como primera medida, que desembarazarse de la hipoteca nacionalista. Claro que hacer eso en las actuales circunstancias, requiere una lucidez y un coraje prácticamente heroicos.
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