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Iván Vélez

Notas sobre Raúl Morodo

Procede esbozar un apresurado bosquejo de un personaje que adquirió cierta relevancia en el encauzamiento socialdemócrata y europeísta de la sociedad española.

Procede esbozar un apresurado bosquejo de un personaje que adquirió cierta relevancia en el encauzamiento socialdemócrata y europeísta de la sociedad española.
Raúl Morodo | EFE

Durante la presente semana, el nombre de Raúl Morodo (El Ferrol, 1935) ha vuelto a la actualidad. La encargada de devolver a los escenarios mediáticos a don Raúl ha sido la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal, esa UDEF por la que, con tanta extrañeza como suficiencia, se preguntaba el arborescente Jordi Pujol. En efecto, una operación dedicada a la investigación de un posible caso de blanqueo de capitales ha dejado un rastro de cuatro detenciones, entre ellas las de un hijo –Alejo– del que fuera embajador español en Caracas durante el primer Gobierno de ese José Luis Rodríguez Zapatero tan integrado en la turbia atmósfera venezolana. Según se ha sabido, el caso gravita sobre una supuesta trama relacionada con Petróleos de Venezuela (PDVSA) en la que el papel desempeñado por los Morodo habría consistido en, entre otras cosas, confeccionar informes de escuálido contenido.

Procede, pues, esbozar un apresurado bosquejo de un personaje que adquirió cierta relevancia en el encauzamiento socialdemócrata y europeísta de la sociedad española.

Nacido en el seno de una familia perteneciente a la pequeña burguesía ferrolana, el joven Raúl, educado por los Padres Mercedarios, se trasladó a Santiago en 1952 para estudiar Derecho. De la ciudad gallega pasó a Salamanca, lugar en el que entró en contacto con Enrique Tierno Galván. A la sombra del Viejo Profesor, apodo que él mismo le tributó cuando el madrileño que se quería soriano contaba 36 años, la figura de Morodo creció dentro de un movimiento pretendidamente desideologizado llamado funcionalismo. El traslado a Madrid del joven era tan obligado como su contacto con algunos de los más importantes representantes de la oposición al franquismo, entre los que destacaba el camisa vieja Ridruejo, involucrado en los disturbios universitarios de 1956 que también dieron con los huesos de don Raúl en la prisión de Carabanchel durante algo más de un mes. Todo ello no impidió que con tan sólo 24 años fuera nombrado profesor encargado de la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Madrid.

Los movimientos políticos citados no pasaron inadvertidos para los Estados Unidos, que pronto trataron de embridar a un colectivo marcadamente anticomunista, por más que alguno de sus integrantes coqueteara con grupos afines a Moscú. La estructura empleada para tal efecto fue el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), que pronto contactó, por diferentes vías, con Ridruejo, pero también con Laín, Marías, Aranguren o José Luis Sampedro. Establecidos los contactos, las corrientes antisoviéticas alternativas al franquismo se dieron cita en 1962 en el célebre Contubernio, tras el cual se estableció un comité español del CLC, que trató de ampliar su radio de influencia. El grupo de Tierno, que ya había formado parte, junto a Satrústegui y Miralles, de la donjuanista Unión Española, se ajustaba a los objetivos trazados desde la sede parisina que vigilaba las cosas de España.

En diciembre de 1962, el secretario de Comité español del CLC, Pablo Martí Zaro, escribió a Pierre Emmanuel para informarle de un fortuito encuentro callejero con Morodo. Durante la breve conversación, el gallego mostró el interés de Tierno por ser admitido en el Comité. De ser rechazado, Tierno, ya bien relacionado con la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico, barajaba la posibilidad de articular una organización propia. Superados los primeros recelos, el Viejo Profesor fue admitido en la citada estructura, y con él llegó su estrecho colaborador. La generosidad norteamericana (2.000 francos franceses) permitió a Raúl Morodo publicar el libro Estado liberal y Estado Social de Derecho, integrado en el sistema de bolsas de viaje y de libros desplegado. De este modo entró en contacto nuestro protagonista con dineros americanos canalizados por la Fundación Ford y entregados por el Banco Urquijo, dato que se conoció públicamente en 1967, pero que el colectivo beneficiado, según confesión hecha por Morodo a quien firma este artículo en el curso de una entrevista concedida el 30 de septiembre de 2013, ya sospechaba. Según sus propias palabras, el origen de aquellos viáticos "tampoco interesaba mucho…".

Superada la crisis con un cambio de nombre de aquellas instituciones, Morodo se integró en Seminarios y Ediciones, sociedad anónima que debía dar continuidad a una serie de actividades que ideológicamente contribuyeron a la concepción de una España autonómica y federalista. De hecho, el ferrolano, que a mediados de esa década comenzó a visitar las universidades americanas, participó en Madrid en una reunión dedicada a las "comunidades diferenciadas", rótulo acuñado por Tierno. Durante los días 6 al 8 de junio de 1969 comparecieron, por parte catalana, Benet, Ernest Lluch, Marià Manent, Jordi Maragall, Jordi Pujol, Mauricio Serrahima; por el País Vasco, José María Lasarte y Carlos Santamaría; por Galicia, García Sabell y Ramón Piñeiro; por Valencia, Vicente Ventura; y por Madrid, Pedro Altares, José María de Areilza, Carlos María Brú, Eduardo Cierco, Paulino Garagorri, Pedro Laín, Julián Marías, Antonio Menchaca, Raúl Morodo, Prados Arrarte, Enrique Ruiz García y Dionisio Ridruejo.

A finales de la década comenzó a recuperarse el viejo proyecto iberista, coartada perfecta para la implantación de un modelo federal en el que España se ajustaría, de algún modo, a Castilla, liberando los Países Catalanes, Vascongadas y Galicia, que podrían constituirse en partes formales de una tal federación. Junto a esta dimensión ibérica se siguió cultivando el europeísmo, hasta el punto de barajarse la constitución de un Comité Español para las Relaciones Culturales Europeas, que presidiría Fernando Chueca Goitia, y al cual fueron invitados a sumarse personalidades como Ruiz-Giménez, el jurista José María Villaseca Marcet, el miembro de Acción Democrática Jaime García Añoveros, Ramón Piñeiro, Domingo García Sabell, Paulino Garagorri, Eduardo Chillida y… Raúl Morodo.

Sirvan estos trazos biográficos para completar el retrato de quien, ya integrado en el nuevo socialismo hispano, trocó el proyecto gringo por otro de perfiles tropicales, cuyas ramificaciones acaso conozcamos en un futuro, si el contexto geopolítico así lo quiere.

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