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Javier Somalo

Cuando lleguen los lazos vascos

Si llegan los lazos vascos es porque las pistolas hicieron su labor. Así en Cataluña como en el País Vasco.

Aprovechemos el éxito del libro de Federico –Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos para extraer una lección que sirve ante cualquier totalitarismo, y el nacionalismo lo es: la ceguera voluntaria. Además del carácter colaboracionista que concede el adjetivo –no surge por obligación– la ceguera voluntaria es el mejor vehículo para extender la mentira haciéndola pasar por nueva.

Cuando se luchaba contra el nacionalismo vasco –se llegó a hacer de veras y la muerte se cruzó mil veces en el empeño– se quiso perder de vista el catalán. Ahora los separatistas vascos pretenden distinguirse del "problema" catalán como hacían los catalanes cuando el "conflicto" era el vasco. Pero el drama es de ida y vuelta, el mismo de siempre, y nadie puede hacerse el nuevo. Unos eran violentos mientras los otros tenían seny y, de pronto, unos son rebeldes golpistas y los otros, moderados.

Que a nadie sorprendan las consignas en las pizarras de las ikastolas, las pastorales de parroquia en parroquia, el Eusko Gudariak o las nubes y claros en "Euskal Herria". Siempre han estado ahí, como las escolas, las urnas en los altares, Els Segadors y los chubascos en los "Països catalans". Que nadie olvide que ambos separatismos pactaron o recibieron a Franco bajo palio. Qué pocas novedades y cuánta amnesia también voluntaria.

Puede que se repita todo, sí. Sin embargo, en el País Vasco el miedo sigue vigente: una factura extraoficial en el buzón, una diana en un muro, tu nombre en una lista. Avisos que presagiaban un temblor de cristales a primera hora de la mañana, un encuentro mortal al doblar la esquina o una vida rota al pisar el freno del coche. En las calles del País Vasco no resulta ajeno el olor a sangre y pólvora, tampoco el del incienso que no ardía en memoria del muerto. El miedo está amortizado y permite presentar en sociedad vías supuestamente nuevas. Si se torcieran, siempre habrá una pintada, un cajero o un autobús que sirvan de ayudamemoria.

Leer hoy las anotaciones manuscritas de Joseba Pagazaurtundúa es tan sobrecogedor como indignante. Siendo policía sabía que acabarían con él y que, como él, lo sabían muchos. Sucedió, lo mataron. Y todos lo lamentaron pero pocos se extrañaron. Ahora ya no hacen falta escoltas y entonces se puede hablar de naciones, de derechos nuevos y distintos –privilegios–, de consultas y de esa democracia que instala urnas funerarias.

No harán falta Traperos en la Ertzaintza ni consignas en la ETB o acoso a guardias civiles. No será preciso distinguir entre marxistas republicanos y católicos de derechas, ni entre mezclas al estilo Tardá, que no las inauguró. Nunca fueron cosas distintas los nacionalismos. Para mayor burla, el separatismo vasco y el catalán se vieron en Perpiñán para pactar los cotos de caza. Contra el olvido, recuérdese que el impunemente evaporado Carod Rovira no habló sólo con la ETA porque, desde Estella, el PNV unió sus fuerzas a la banda contra el ahora maltrecho Espíritu de Érmua.

Algunos jóvenes –los veteranos ya fueron apartados– reclaman una reacción que ni siquiera requiere el esfuerzo de lo inédito, sólo volver a la época en la que los principios contra el separatismo unían a los dos principales partidos que hoy se miran el desagüe en las encuestas. Pero no habrá herriko-tabarnias. Sólo se repetirá lo malo.

Cuando se aparta la vista es por dos razones que suelen ir juntas: cobardía y colaboración. Ninguna de las dos es actitud propia de una inevitable ceguera funcional. No hubo desconocimiento en el policía que avisó a un terrorista de que la Policía iba a por él. No es ceguera, sino algo peor, sacar pecho por la prisión permanente revisable habiendo excarcelado a etarras, no sólo al pobre Bolinaga que tanto peso había perdido según el presidente del Gobierno. Es ceguera –y muy voluntaria– saber dónde se encuentra el terrorista De Juana Chaos y silbar mirando al techo. Por acción y por omisión o por los presupuestos generales del Estado aunque sea libre y asociado, mancomunado o desarticulado, nada de lo que vaya a suceder es nuevo. No cabe sorpresa y necesariamente habrá que dudar de quien se asombre. Si llegan los lazos vascos es porque las pistolas hicieron su labor. Así en Cataluña como en el País Vasco.

Todo esto ya había pasado y, como en la Memoria del comunismo, lamentablemente sigue pasando.

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