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Javier Somalo

Ébola, Teresa, protocolo

De nada sirve un protocolo escrito si no hay mecanismos para su cumplimiento. Si pasa con la Constitución, cómo no con un protocolo coyuntural.

Los imponderables ponen a prueba a gobiernos e instituciones precisamente porque se saltan los protocolos de la política ordinaria. No aparecen en las agendas ni en los endemoniados "argumentarios" que maquillan la falta de argumento y la ausencia de principios.

Ébola, Teresa y protocolos han sustituido esta semana a crisis, corrupción y Cataluña. Y claro, no parece haber cintura política en España capaz de recortar tal embestida. Como siempre, hemos de lamentar el efecto porque se quiso ignorar la causa.

No cabe duda de que en la era de internet, la transparencia se exige a cada segundo. El vacío informativo lo llena el rumor, el rumor genera alarma y la alarma lleva al caos.

El colapso informativo del Gobierno, que tiene una Secretaría de Estado de Comunicación –rango equivalente a viceministro– ocupada por una periodista a la que no se le conoce una sola comparecencia de riesgo, ha sido de sonrojo. Dijo Rajoy que dio orden –pero nunca ejemplo– de trasparencia informativa y poco después empezaron a surgir todo tipo de bulos, partes médicos oficiosos y fuentes cercanas sobre el estado de salud de la enfermera infectada.

Cinco días después del inicio de la crisis, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría también será presidenta del comité especial y trasversal, vista la vaciedad de la ministra Ana Mato. Ese cambio parece exigir una destitución previa.

Pero hay más candidatos. El consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, aportó de su "propia cosecha" la peor añada. Fue de mal en peor y alcanzó el clímax cuando trató de espantar a los periodistas –a todos los ciudadanos– advirtiendo del riesgo de infección si acercaban el micrófono a la boca de un médico. No es hipérbole, estas fueron sus palabras:

"Lo que me preocupa es que a un médico que acaba de salir de tratar a un enfermo con ébola todo el mundo se ponga a su lado, le toquen y le ponga los micrófonos en la boca sin saber si se ha hecho todo bien, porque puede haber un riesgo"

¿Pero no era la enfermera Teresa la única culpable, la que sin apenas voz ofreció al consejero –según su particular "cosecha"– la confesión? ¿También los médicos que la tratan serán negligentes con los guantes? ¿No decía el consejero que para ponerse un traje de seguridad "no hace falta un master"? No, ahora le preocupa que el médico salga al mundo de los sanos "sin saber si se ha hecho todo bien". No es cosa pues, sólo de Teresa sino de inapropiados protocolos o falta de garantías en su ejecución. Como en todo, hay que cumplir y hacer cumplir. A la enfermera, al médico o al que se quiera colar para hacer una foto. No fue Teresa la que confesó. Lo ha hecho, entre otros, el consejero y es como para deducir testimonio.

Un protocolo –plan escrito y detallado de un experimento científico, un ensayo clínico o una actuación médica– no puede fiar su eficacia a la infalibilidad de un eslabón débil, en este caso la enfermera Teresa Romero. El error habrá sido suyo –y ella lo ha pagado en primer término– pero el fallo del sistema no es su responsabilidad.

Si se hacen demasiadas cosas mal es porque la posibilidad existe. Si un periodista puede subir a pasear a la zona cero es porque no ha encontrado trabas. De nada sirve un protocolo escrito si no hay mecanismos estrictos para su cumplimiento. Si pasa con la Constitución, cómo no va a suceder con un protocolo coyuntural.

Dicen que el médico misionero Manuel García Viejo quería volver a España. Yo creo que si hoy levantara la cabeza después de tantos años salvando vidas con la suya como quebradizo escudo no le agradaría verse convertido en el problema por culpa de un gobierno vanidoso que, en el mejor de los casos, sigue empedrando el infierno con sus intenciones.

Ébola, Teresa y los protocolos han descolocado al partido de los tiempos marcados, de la agenda, del argumentario, de la información servida con gotero. Mientras buscaban salidas a la corrupción, la crisis y Cataluña se les ha colado un virus letal. Puede que desde la barrera sea más fácil criticar. Pero son ellos los que han elegido estar en la arena aunque algunos, como el consejero, presuman de llegar "comidos" de casa. Pues que se vuelvan, les aproveche y vengan otros con hambre pero de servicio público. De casa, basta con traer algo de vergüenza.

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