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Javier Somalo

Ser o no ser alcaldesa

Ciudadanos quiere tocar poder y el PP se resiste a cederlo pese a reconocer que el precio de la capital de España puede llegar a ser muy alto.

Los nombres y los sillones no son lo importante, dicen y repiten, pero vaya si lo son. Lo son todo, por lo que se ve. Y en este momento la culpa de esos caprichos nominales recae en Ciudadanos –o en una parte del partido, para ser más justos– porque no le es legítimo aspirar al título sin credenciales y eso es lo que parece que traman tratando de colocar a Begoña Villacís de alcaldesa en Madrid. Nadie discutirá su derecho a estar representados al máximo nivel, cogobernando junto al PP y con el necesario apoyo de Vox para poner en marcha una política que se supone muy parecida, pero llevar el zoco de los regates a esos extremos no es responsable.

El problema de compartir tantos puntos del programa es que, al final, sólo se discute la silla, el oropel y el membrete, un nombre con erratas en los anales wikipédicos por efímero o instrumental que pueda llegar a ser. Parece como si todos quisieran ser el político más joven y menos votado en llegar a tal o cual puesto. Y, en el caso de Madrid, parece como si Begoña Villacís soñara con asomarse a aquel balcón de Villar del Río: "Y yo como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar" (Pepe Isbert y Manolo Morán). Por mal que lo haya pasado en la campaña electoral, con el acoso impune de hordas profesionales como las que la asaltaron en la pradera de San Isidro, Villacís debe comprender que la política no es una final de la Champions donde sí cabe luchar sin tregua por ese título concreto en ese preciso instante considerando todo lo demás una derrota. No creo que con 41 años tenga que enfrentarse a un "ahora o nunca" cuando su carrera no ha hecho más que empezar. Pero lo cierto es que, en este momento, es uno de los principales escollos en la negociación global y parece que el empeño fuera suyo.

El partido más votado de los que se supone que quieren frenar a la izquierda en Madrid es el PP: José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso deberían ser alcalde y presidenta según el más común de los sentidos. A juzgar por la crónica de Miriam Muro y Mariano Alonso, en la comunidad de Madrid la cita ha sido un remanso de paz, casi un espejismo donde hasta Vox tiene derecho a respirar. Eso puede significar dos cosas: que el contagio de sentido común se esté reservando para el último minuto o que, a cambio de la comunidad, la batalla por el ayuntamiento va a ser a muerte política.

También hay quienes dan por hecho que el entendimiento entre PP y Ciudadanos en Madrid pasa por Murcia, donde los naranjas suman mayoría exacta con el PSOE, y por Castilla y León, donde Ciudadanos reclama apartar a alcaldes populares como los de Burgos y Palencia amén de a presidentes de diputaciones . En ambos casos, el PP tiene más del doble de votos que Ciudadanos. En ambos casos, el partido de Rivera podría dar mayorías al PSOE incumpliendo su promesa electoral y quedándose igualmente sin una presidencia regional pero sirviendo la amenaza al PP. Así es como anda hoy la cuenta de pérdidas y ganancias en el bloque que debería iniciar, plaza a plaza, la remontada contra Pedro Sánchez. Ciudadanos quiere tocar poder y el PP se resiste a cederlo pese a reconocer que el precio de la capital de España puede llegar a ser muy alto. Pero la responsabilidad política y hasta el cálculo electoral marcan claramente que, esta vez, la resignación debería tiene color naranja.

Dentro de lo malo, empiezan a atisbarse gestos positivos –como bloque y por separado– en los tres partidos que hoy son oposición a la izquierda y el separatismo, dos ejes que ya han engranado por decisión propia por más que el PSOE culpe a la derecha.

Cabe, pues, albergar cierta esperanza en esta alternancia de luces y sombras que, desde el 28 de abril y con asombrosa facilidad, se reparten los partidos del centro derecha. El PP de Casado aparece sin duda como la formación que reserva los cordones sanitarios a quien los merece centrándose en no perder la oportunidad de revertir poco a poco el desastre que se avecina en La Moncloa. Si alguien está mediando con responsabilidad entre Vox y Ciudadanos por un interés común es el PP. No ahorraría en críticas si no fuera así. También podrían estar fraguándose ajustes internos que pongan coto al histerismo nostálgico de algunos dirigentes populares como el de Alfonso Alonso que, según cuentan, exhibe rabietas de adolescente a la vista de no pocos. Si quiere un partido con identidad propia en el País Vasco con no sé qué singularidades cuasi-peneuvistas para dar un codazo a Casado por encargo o melancolía, lo mejor será que lo singularicen a él cuanto antes y comiencen a reconstruir el partido en una región de donde procedía buena parte de sus valores. Casado necesitaba tiempo y empieza a tenerlo.

Vox también ha arrancado a hacer política rebajando la efervescencia estéril que tanto azuza Ciudadanos y buena prueba de ello es el cambio de actitud en sus exigencias de sillón. Con el PP ya han llegado a un pacto para gobernar en 35 ayuntamientos y los sismógrafos no han detectado por el momento señales de alarma que obliguen al desalojo de la población. No se ha movido ni un jarrón. Estridencias aparte, el partido de Abascal reclama lógicamente su legitimidad como actor imprescindible en las negociaciones y, si no hay espejismo o engaño de por medio, Ignacio Aguado podría hacérselo entender al resto de su partido, que pierde fuelle y valor en su guerrilla con Vox.

Y ahora resulta que buena parte de las claves de la remontada han ido a estancarse a los pies de Begoña Villacís, una política que habrá aparecido en la margarita deshojada de muchos votantes madrileños y que, probablemente, no sería mala regidora de Madrid. Pero le queda mucho que demostrar antes de pagar explicaciones debidas al pueblo desde un balcón, cual Pepe Isbert. Sin ser alcaldesa, podría estar ante una gran oportunidad gobernando junto a José Luis Martínez Almeida. Si Madrid es tan importante, Madrid debe ser ejemplo.

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