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José García Domínguez

Ciudadanos y los enemigos del capitalismo

El capitalismo solo tiene un adversario que, llegado el momento, podría destruirlo: el libre mercado.

Un orden social tan versátil, ecléctico, dúctil, duradero y poderoso como el capitalismo, que ha derrotado sin solución de continuidad a todos sus enemigos conocidos, empezando por el anarquismo decimonónico y continuando por el socialismo revolucionario, el comunismo y los fascismos varios, solo tiene un adversario que, llegado el momento, podría destruirlo: el libre mercado. Parece una paradoja, pero es que la Historia se escribe con paradojas. Asentir de grado a aquella célebre necedad que tanto repitió Margaret Thatcher en su día –"La sociedad no existe"– encierra un peligro cierto para nuestro sistema socioeconómico mil veces superior al que representaron Marx, Engels y Bakunin juntos. Porque el marco moral colectivo al que llamamos sociedad no solo existe, sino que es previo a cualquier sistema económico conocido o por conocer.

La contradicción fundamental de esa utopía tan recurrente en el pensamiento de la derecha, tanto de la nueva como de la vieja, el libre mercado, es que debilita las instituciones sociales tradicionales, como la familia, sin las cuales el propio capitalismo se torna inviable, salvo en sus mutaciones extremas, inciviles y asilvestradas. Así las cosas, el intervencionismo legislativo para forzar el sometimiento de las fuerzas ciegas de la economía a imperativos colectivos que las trascienden, como el de favorecer la maternidad que ahora acaba de proponer Ciudadanos, se antoja imprescindible a ese respecto. Absolutamente imprescindible. No hace falta ser católico ni tampoco especialmente conservador para reparar en ese crónico flanco débil del capitalismo. Basta con una mínima capacidad para ver un poco más allá del miope reduccionismo economicista que marca el pensamiento dominante en la élite tecnocrática.

De hecho, el propio thatcherismo fue una prueba de la contradicción profunda que los doctrinarios de la derecha nunca han sabido afrontar. A fin de cuentas, nadie más que Thatcher fue quien acabó para siempre con la Inglaterra conservadora. Apenas nada restaría en pie del viejo mundo asociado a los valores victorianos que tanto admiraba la Dama de Hierro tras su personal paso por el poder. Ironías de Clío, su éxito fue su fracaso. Era el precio nunca previsto de tratar de llevar a la práctica aquella quimera suya del retorno al mundo del laissez faire del XIX. En fin, mientras el PP sigue mirando hacia atrás, Albert Rivera ha fijado la vista en el Norte, en Noruega, Suecia y Dinamarca, donde todas esas políticas de defensa efectiva y real, que no retórica, de la familia y la paternidad forman parte de la rutina cotidiana. Alegrémonos: un candidato no está contra el sistema.

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