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José García Domínguez

Cuidado con Errejón

La idea es reinventar Podemos. El Podemos de los cinco millones de votos. Mucho cuidado, pues.

La idea es reinventar Podemos. El Podemos de los cinco millones de votos. Mucho cuidado, pues.
Íñigo Errejón | EFE

La gran diferencia, la sustancial, entre Errejón e Iglesias es que el primero acertó en su día al diseñar una estrategia deliberadamente alejada de las señas de identidad convencionales de la izquierda radical con la traslación a Europa de los principios teóricos del populismo posmarxista de Laclau, y el otro la arruinó. Un acierto, el de Errejón, que obró el milagro de que una referencia partidaria surgida de la nada fuese capaz de disputarle el espacio político al mismísimo PSOE. Porque Iglesias utiliza el populismo únicamente con fines agitativos y propagandísticos, pero no es un verdadero populista. Todo lo contrario que el otro. Y es que aquellos cinco millones de votos que alcanzó Podemos en su muy efímero instante de gloria resultaron ser en gran medida consecuencia de la lucidez de saber orillar el eje clásico de confrontación, ese que enfrenta por rutinaria inercia a derecha e izquierda, trascendiéndolo con una retórica alternativa que contrapusiese a las élites con la gente, novísimo sinónimo de la voz pueblo.

Errejón alumbró un diseño político que metió el miedo en el cuerpo, y esa vez de verdad, al establishment. El mismo que después demolería Iglesias del modo más torpe tras reposicionar a Podemos en el rincón siempre perdedor de la izquierda de la izquierda, el clásico del Partido Comunista de toda la vida. Porque el detonante último de la lenta decadencia de la izquierda alternativa en España no ha sido el chaletón hortera de Galapagar sino la miope renuncia de Iglesias a mantener y profundizar la línea inicial del partido. El populismo fue la gran carta ganadora de Podemos. Y virar hacia la izquierda explícita y sin disimulos cosméticos, el gran error que los ha llevado a esa progresiva irrelevancia donde ahora merodean aturdidos. Por eso, y más allá de que al PSOE y a sus terminales mediáticas les convenga apadrinar la escisión con el propósito obvio de dañar a Iglesias de cara al 10 de noviembre, la irrupción del errejonismo tiene sentido político. Lo tiene, entre otras consideraciones locales, porque en toda Europa se está configurando un nuevo espacio alternativo al de la socialdemocracia, hoy amortizada intelectualmente.

Espacio en el que las cuestiones relacionadas con la economía y la distribución de la renta ya no priman sobre aspectos como la ecología u otros afanes posmaterialistas. Es el de lo que alguien bautizó como los burgueses bohemios, ese que, por ejemplo, ocupa el Partido Verde en Alemania, una fuerza que acaba de sobrepasar en votos al SPD en las elecciones europeas. Así como Ciudadanos, y pese a las reiteradas torpezas de su líder, agrupa de forma estable a un segmento de electorado joven, urbano y formado que no se identifica para nada con el viejo partido de la derecha española, el PP, el nicho que Errejón anda tratando de ocupar entre el PSOE y Podemos también posee una personalidad colectiva tan propia como alejada de la huera socialdemocracia convencional que encarna Sánchez. A cortísimo plazo, sí, la cosa va de sacar cinco o seis diputados para desbloquear de una vez la investidura. Pero a largo va de reinventar Podemos. El Podemos de los cinco millones de votos. Cuidado con Errejón.

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