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José García Domínguez

El neomercantilismo de Trump

La notable rebaja fiscal que acaba de aprobar el Congreso norteamericano nos afectará, y para mal, de modo muy particular a los españoles.

La notable rebaja fiscal que acaba de aprobar el Congreso norteamericano nos afectará, y para mal, de modo muy particular a los españoles.
Donald Trump | Cordon Press

Acaso el mayor peligro que a día de hoy acecha a la economía española es que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, termine cumpliendo el programa con que se presentó a las elecciones. Y resulta que ya ha empezado a hacerlo. La notable rebaja fiscal que acaba de aprobar el Congreso norteamericano es cualquier cosa menos un asunto interno de ese país. Bien al contrario, nos afectará, y para mal, a los europeos en general y de modo muy particular a los españoles. Así, cada vez que Trump baje un nuevo impuesto a sus empresas o ciudadanos, los españoles, e igual los que pagan muchos tributos que los que no soportan casi ninguno, verán empeorar su horizonte económico inmediato.

El mercantilismo, que fue la ideología económica del Antiguo Régimen, era una doctrina cuyas plasmaciones prácticas se fundamentaban todas ellas en el principio de empobrecer al vecino. Para los ministros encargados del comercio en las monarquías absolutas del siglo XVIII, la economía internacional era, por principio, un juego de suma cero: la riqueza del Reino de Francia se expandía a costa de la España e Inglaterra, y viceversa.

La irrupción en escena del pensamiento económico ilustrado, con su celebrada metáfora de la mano invisible y su defensa del librecambio en el comercio exterior, pareció haber enviado al cementerio de la Historia a toda aquella añeja herrumbre intelectual. Pero, nada menos que tres siglos después, el colapso sistémico provocado por la Gran Recesión de 2008 nos la ha traído de vuelta. A fin de cuentas, la política de superávits comerciales que practica Alemania con sus socios de la Unión Europea no deja de ser una variante contemporánea del mercantilismo. Y otro tanto cabe decir del plan económico de Trump.

El nuevo presidente, es sabido, se propone aplicar una drástica reducción de todas las figuras impositivas al tiempo que planea acometer un incremento paralelo del gasto mediante cuantiosas inversiones en infraestructuras públicas. Y eso solo se puede hacer de una manera: aumentando la deuda y el déficit. Fue lo que hizo Reagan en su día, aumentar de modo exponencial tanto la deuda como el déficit, pese a lo que predicaba el enunciado de la famosa curva del famoso Laffer. Lo hizo Reagan y lo tendrá que hacer Trump si en verdad desea materializar su compromiso con los votantes. Y parece que sí quiere hacerlo.

Bien, ¿pero en qué nos puede afectar todo eso a los españoles del otro lado del Atlántico? Pues en mucho. Y por una razón simple, a saber, porque bajar los impuestos, disparar al tiempo el gasto público y conseguir que crezca el consumo privado, todo ello a la vez, el propósito que anima a Trump, únicamente puede hacerse si acude el dinero del extranjero para financiar la diferencia entre los ingresos y gastos estatales. Pero el dinero foráneo no migrará a Estados Unidos sin que Trump le ofrezca un buen argumento para que lo haga. Y ese argumento solo puede ser una subida de los tipos de interés. Por cierto, lo mismo que también hiciera Reagan en su momento.

La cuadratura del círculo que ha prometido Trump, arrastrar los impuestos por los suelos y elevar el gasto público por las nubes, única y exclusivamente se revelará viable si el capital golondrina de todo el planeta decide encaminarse hacia Estados Unidos. Circunstancia, por lo demás, que no debería preocupar a los españoles si no fuese por el pequeño detalle de que somos una de las naciones más endeudadas del mundo. Y si los tipos de interés en Europa se ven forzados a subir empujados por la presión de los de Estados Unidos, las primeras víctimas seremos nosotros. Las primeras.

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