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José García Domínguez

El referéndum es la solución

La soberanía nacional es como los Reyes Magos: no existe. Ya no.

Planteamiento. Aquí y ahora, la soberanía nacional es como los Reyes Magos: no existe. Ya no. Ni existe ni nunca más volverá a existir, por cierto. Es algo que conviene saber. Porque el estancamiento crónico de la querella catalana remite en última instancia a esa evidencia que casi nadie, ni todos los secesionistas ni muchos constitucionalistas, parece resignado a admitir. Diría que ni los unos ni los otros se han enterado todavía de que, a estas alturas, el Reino de España es muy poco más que una comunidad autónoma subordinada en lo sustantivo a los designios inapelables de un Leviatán supraestatal que lo trasciende. Así las cosas, ni el recurso irrestricto a la fuerza desnuda por parte del poder central sería tolerado hoy desde esa autoridad exterior ni una hipotética desafección insurreccional promovida desde la Generalitat tendría posibilidad alguna de éxito sin su asentimiento expreso. Despierten de una vez los castizos: tanto la fantasía de la cabra de la Legión desfilando marcial por la Diagonal como su machada gemela, la de un nuevo Companys algo más obeso que el original proclamando el Estado catalán desde el balcón de la Plaza de San Jaime, no constituyen a estas alturas otra cosa más que quiméricos ensueños pueriles de imposible acomodo en el mundo de lo real.

Nudo. Como Jordi Pujol, Artur Mas tampoco era un estadista. Bien al contrario, ambos fueron eso que tanto se valora en España: pillos. Pillos siempre prestos al regate corto, el ardid ingenioso y el chalaneo por debajo de la mesa, los trucos propios de los peritos en el vuelo gallináceo. La última treta de Mas, intentar reconvertir ahora el definitivo fracaso de Junts pel Sí en otro plebiscito, este sobre su propia persona, ilustra a las claras la alicorta pequeñez de su figura. Pero, sea como fuere, con Mas o sin Mas en la sala de máquinas del independentismo, el avance electoral confirmará la definitiva imposibilidad de articular una mayoría reforzada que incline el fiel de la balanza identitaria en una u otra dirección. Ellos son demasiado débiles. Y nosotros también. Nadie se llame a engaño, pese al óptimo resultado de Ciudadanos en la autonómicas últimas, el españolismo catalán siempre se revelará impotente a fin de lograr imponerse en las urnas. Ni tan siquiera consumando el prodigio de galvanizar a esa masa amorfa que habita en las periferias metropolitanas, la integrada por los abstencionistas crónicos, llegaría a conseguirlo. Pero es que otro tanto les ocurre a los separatistas: los caladeros de nuevos conversos al independentismo, todos, ya se han agotado. Han obrado el la hazaña, sí, de embarcar a la mitad del censo en su excursión a Ítaca. Una proeza notable, sin duda, pero no suficiente para la empresa de partir en dos el espinazo del Estado.

Desenlace. No tienen la mayoría suficiente, cierto, pero sí la preeminencia en el discurso político. Nos guste o no, en Cataluña se articuló en su momento un consenso transversal en torno a una falacia: el ilusorio derecho a decidir. Nos guste o no, la hiperlegitimación democrática de los separatistas existe y se sustenta sobre esa premisa mayor, el derecho a decidir. Que su consigna-talismán encierre una grosera manipulación de la naturaleza genuina del método democrático es lo de menos. Refutarla con enunciados racionales se ha revelado empeño estéril en la práctica. "No nos dejan votar", el mantra repetido mil millones de veces desde los medios de comunicación adictos a la causa, posee una fuerza de convicción intuitiva ante la que todo razonamiento argumentado que pretenda oponérsele deviene inútil. ¿Qué hacer entonces si la única vía plausible para desarmar ideológicamente al separatismo pasa por convocar un referéndum? Hay una respuesta sencilla a esa pregunta: convocarlo. La reforma de la Constitución por la vía reforzada prevista en la propia Carta Magna obliga a un referéndum. Vayamos a ello, pues. Y sin miedo. Será la forma de que los catalanes -y el resto de los españoles, huelga decirlo- tengan la oportunidad legal y legítima de volver a dar su consentimiento personal al marco jurídico-político por el que todos nos regimos. ¿Quieren votar? Votemos. ¿Cuál es el problema?     

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