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José García Domínguez

El referéndum, presidente, es lo de menos

Despierte, presidente: el referéndum lo está perdiendo cada día que pasa.

Despierte, presidente: el referéndum lo está perdiendo cada día que pasa.

Que no habrá ningún referéndum secesionista mientras él sea presidente acaba de proclamar Rajoy en un discurso, por lo demás, impecable. Lástima, sin embargo, que eso, el referéndum, sea lo de menos. Y ello porque el objetivo inmediato de los nacionalistas no es tanto la secesión efectiva como desplazar la masa crítica de la opinión dominante en Cataluña hacia el independentismo. Un propósito que han visto consumado y con creces. A día de hoy, el separatismo, una corriente marginal hace apenas un lustro, ha devenido expresión canónica de la corrección política dentro de la sociedad catalana; que era, al fin y al cabo, de lo que se trataba. A esos efectos, poco importará que el referéndum no se acabe materializando en la práctica; de hecho, ya lo han ganado.

Aquello tan célebre de Renan, que la nación constituye un plebiscito cotidiano, resulta que era verdad. Algo que no ha logrado entender nunca esa gente de la derecha española, siempre tan confiada en las virtudes balsámicas del sentido común. Ni Rajoy ni el resto entienden que el genuino plebiscito catalán no es el que andan anunciando a bombo y platillo para el próximo 9 de noviembre. El genuino plebiscito catalán se celebra durante los 365 días del año. Y ése es el que está perdiendo España cada veinticuatro horas mientras él, Rajoy, sigue siendo presidente. En el fondo, la gran paradoja hispana es que el auténtico nacionalismo romántico no resulta ser el que anima a los secesionistas periféricos, sino lo que da forma a la mentalidad de las elites del centro. Al cabo, Artur Mas se conduce como un tipo cartesianamente prosaico, alguien que sabe que la única manera de construir una nación es sacando la chequera del bolsillo y pagando.

Mas no ignora que las naciones, todas, han sido creaciones del nacionalismo, no viceversa. Y que para alumbrarlas se requiere de un instrumento llamado estado. Frente a esa fría lucidez contable, los gobernantes españoles se comportan como encandilados nacionalistas decimonónicos. Rasgo común a todo nacionalista es creer que las naciones constituyen realidades tan naturales como eternas. Pues todo buen nacionalista está íntimamente persuadido de que las naciones forman parte del reino de la naturaleza, como las montañas, los ríos o los valles. De ahí la temeraria complacencia de Rajoy, ese suponer que la Nación española se va a mantener en pie solo con bonitos discursos y piadosas apelaciones al buen criterio. Despierte, presidente: el referéndum lo está perdiendo cada día que pasa.

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