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José García Domínguez

La 'Diada' del 47%

Urge aprovechar que son el movimiento más sumiso del que hay noticia del mundo conocido.

Urge aprovechar que son el movimiento más sumiso del que hay noticia del mundo conocido.
Manifestación de la Diada | EFE

Son el 47% y han vuelto a hacerlo. Personalmente, yo solo conozco un lugar en el mundo donde las autoridades puedan ordenar a la mitad de la población que desfile por la calle a una hora determinada embutida en una ridícula camiseta rosa con la esperanza cierta de ser obedecidas. Eso únicamente ocurre en el sitio donde resido desde el día que cumplí tres años de edad, por más señas una demarcación llamada Cataluña. En ninguna otra parte de Europa resultaría posible contemplar semejante espectáculo coral de sometimiento lanar al mando. Poco se ha escrito, y menos aún pensado, acerca de la asombrosa dimensión gregaria del nacionalismo catalán. Porque grandes movimientos de masas los ha habido –y hay– en muchos otros rincones de Occidente, pero un fenómeno tan definitivamente jerárquico, disciplinadamente obediente y en extremo pastueño como el que, año tras año, escenifica en las principales arterias de Barcelona el catalanismo difícilmente se podría repetir fuera de aquí. ¿O dónde, si no, a los participantes en una manifestación callejera que se presenta como popular y festiva se les indica durante semanas antes, y a través de la televisión oficial, el lugar exacto de la trama urbana en el que deben colocarse? Sépase que a todos los romeros de la Diada se les asigna un número de serie y una muy precisa cuadrícula de terreno en la que han de ubicarse de modo imperativo a fin de cumplir con la partitura coreográfica ideada por los escenógrafos oficiales del evento. ¡A todos! ¡Y acceden sin rechistar!

Una rendida sumisión sin fisuras, unánime, de los dirigidos hacia los dirigentes, ese rasgo psicológico tan peculiar y propio del nacionalismo local, cuyas raíces acaso habría que buscarlas en las formas de socialización infantil y juvenil que tanto han cuidado los catalanistas desde el origen mismo de su movimiento, hace ya más de un siglo. Experiencias muy iniciales de sometimiento al grupo en el que los caus (madrigueras), las colonias escolares y el excursionismo, tres variantes de esparcimiento pautado de honda tradición entre las capas medias autóctonas, irían dando forma desde la más tierna infancia a ese insólito carácter colectivo tan dado al acatamiento de las directrices de los líderes. Sin reparar en ese sesgo tan acusado hacia la obediencia que les caracteriza no resulta posible comprender, por ejemplo, la súbita conversión al independentismo visceral de la totalidad del electorado de la antigua CiU, el antiguo exponente de los sectores más paniaguados, medrosos y tímidos de las capas conservadoras de la sociedad catalana. De un día para otro, les ordenaron que había que tirarse por un balcón… y se tiraron sin rechistar. Son así. Y conviene saberlo. Conviene mucho saberlo porque el día en que quienes ellos consideran sus líderes naturales les ordenen lo contrario también lo harán. E igualmente sin rechistar. Porque son dócilmente obedientes para todo, tanto para lo malo como para lo bueno. Y si se les ordena que se rindan, se rendirán.

Urge aprovechar que son el movimiento más sumiso del que hay noticia del mundo conocido. Como urge tener presente que los presos, empezando por Junqueras y siguiendo por los pedecatos Rull y Turull, ya lanzan señales inequívocas de que quieren rendirse. Porque si en la calle hace mucho frío, en la cárcel hace muchísimo más aún. Basta con leer entre líneas cuanto escriben los que están entre rejas para darse cuenta de que la familiaridad con los barrotes les ha mejorado el riego cerebral a todos. Si la condena judicial es dura y se terminan de convencer de que no habrá indulto, se derrumbarán. Repárese en que son eternos adolescentes, cincuentones a los que todo les ha salido gratis en la vida, tipos y tipas que no conocían el significado del verbo pagar. Por eso la sentencia tiene que ser muy dura. Porque entonces se vendrán abajo. Y cuando eso ocurra cursarán la orden a los mandados de las camisetas rosas de que todo se ha acabado. Y los mandados harán lo que mejor saben hacer: obedecer.

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