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José García Domínguez

La izquierda con Sanders. Los obreros con Trump

Los que antes moraban en el medio pero cada día que pasa ven su posición más amenazada están con el republicano.

Los que antes moraban en el medio pero cada día que pasa ven su posición más amenazada están con el republicano.
Donald Trump | EFE

Prueba de que Estados Unidos todavía no se ha dejado arrastrar por nuestra paidocracia casi patológica, Bernie Sanders, que al igual que Donald Trump podría ser el abuelo biológico de todos los líderes y lideresas de los partidos españoles de ámbito nacional con representación en las Cortes, se perfila ya como el gran favorito en las primarias del Partido Demócrata. Toda una extravagancia dentro del marco mental norteamericano, esa de que un socialdemócrata confeso tenga posibilidades reales de alzarse con la nominación de uno de los dos grandes partidos, que se combina con una paradoja no menos extravagante a ojos de un europeo marcado por la cosmovisión política de este lado del Atlántico. Y es que al (tibio) izquierdista Sanders, ahora como hace cuatro años, lo apoyan fundamentalmente los universitarios jóvenes y blancos de clase media, esos ahogados financieramente por los créditos docentes que no pueden pagar y con dificultades crecientes para reproducir el nivel de vida de sus padres.

Porque los obreros, los obreros industriales de verdad, los de mono azul y casco de plástico, teórica base sociológica del socialismo democrático y también del no democrático, resulta que, e igual ahora que hace cuatro años, se inclinan por el candidato de la derecha más dura en el país de la derecha dura, o sea, por Trump. He ahí el dato demoscópico desolador para cualquier izquierdista de libro, ya sea norteamericano o europeo, que se precie: el 55% de los electores que se manifiestan partidarios de Trump en las encuestas resultan ser miembros de la clase obrera local. De forma mucho más evidente y clara que en Europa, allí, en Estados Unidos, el nuevo realineamiento político provocado por los dos fenómenos sociales críticos del siglo XXI, las migraciones intercontinentales masivas e incontroladas de mano de obra poco o nada cualificada aunadas con la feroz competencia económica asiática, ha roto ya de modo definitivo los viejos esquemas sociológicos que servían para asignar lealtades a izquierda y derecha. El flujo de la inmigración interminable y China lo han cambiado todo.

Así, los del casco y el mono manchado de grasa no quieren saber nada de viejos y entrañables intelectuales progresistas con el pelo blanco y cargados de buenas intenciones. Prefieren en su lugar a un multimillonario zafio, ignorante y hortera, pero decidido enemigo del libre comercio y de la apertura de fronteras a los trabajadores extranjeros. Y de ahí que los viejos esquemas hayan saltado por los aires. En Estados Unidos, como también de modo paulatino en Europa, la novísima divisoria política reúne en un mismo bloque de intereses a los dos extremos de la pirámide social, a los de muy arriba y a los de muy abajo, los inmigrantes interesados en la libre circulación a través de las fronteras nacionales y los sectores empresariales más internacionalizados e integrados en las cadenas globales de valor. No es casual que Wall Street, la cumbre del dinero, y la mayoría de los inmigrantes hispanos, la cumbre de la miseria, se inclinasen por los demócratas en los comicios de hace cuatro años. Frente a ellos, los que antes moraban en el medio pero cada día que pasa ven su posición más amenazada están con Trump. Sanders es el candidato de la izquierda, sí, pero el de los trabajadores se apellida Trump.

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