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José García Domínguez

No habrá escisión del PSOE

Las pretendidas discrepancias doctrinales no son nada más que una cortina de humo tras la que se oculta la simple disputa por el poder.

La sangre no llegará al río. El Partido Socialista no va a sufrir ninguna escisión pese a la honda fractura que han puesto de manifiesto las primarias. Pedro, Susana, Patxi y el resto seguirán odiándose al fraternal modo, o sea a muerte, pero sin que por ello nadie rompa la baraja. Y es que en la calle, como dijo una vez el Guerra en memorable sentencia, hace mucho frío. Demasiado. Pierdan toda esperanza, pues, los enterradores mediáticos del PSOE que a estas horas son legión. Cuando le toque, el Partido Socialista fallecerá de muerte natural, pero no de ningún otro modo. Procede descartar de plano esa hipótesis, la de la escisión, por tres razones de peso. La primera tiene que ver con los muy peculiares rasgos del sistema electoral español. Un sistema en teoría proporcional pero que, de facto, adopta todas las características propias del modelo mayoritario en gran parte de las circunscripciones del interior, las que agrupan a las provincias más despobladas, agrarias y envejecidas del sur y el oeste de la Península, justo los territorios donde PSOE y PP aún conservan su principal granero de apoyos. Como ha demostrado el fracaso reiterado tanto de Ciudadanos como de Podemos en esos genuinos burgos podridos del añejo bipartidismo oriundo de la Transición, un tercer partido tiene muy escasas posibilidades de supervivencia electoral viéndose obligado a lidiar en escenarios tan difíciles.

De hecho, esa misma es la genuina razón que explica que los laboristas británicos, organización donde conviven desde un neoconservador tan a la derecha como Blair hasta un izquierdista de libro como Corbyn, tampoco terminen de divorciarse nunca. Y otro tanto cabe decir de los demócratas norteamericanos, que agrupan bajo un mismo paraguas electoral a un socialista confeso, Sanders, con los Clinton, matrimonio que encarna el paradigma de la política al servicio de los lobis. Pero es que con un sistema de circunscripciones que favorecen los duopolios, escisión y suicidio tienden a resultar expresiones sinónimas. Un segundo argumento que invita a descartar la conjetura del divorcio es el que remite a la clamorosa ausencia de una verdadera confrontación ideológica entre las distintas facciones que se han enfrentado por el control del PSOE. A imagen de lo que también ocurre con los clanes locales y regionales que compiten por parcelas de influencia y dominio dentro del Partido Popular, las pretendidas discrepancias doctrinales no son nada más que una cortina de humo tras la que se oculta la simple disputa por el poder. El Partido Socialista de Francia ha terminado estallando en mil pedazos porque cosmovisiones tan radicalmente antitéticas como las de Mélenchon, Valls y Macron nada tenían que ver entre sí. Bien al contrario, tanto Sánchez como Díaz comparten un mismo vacío ideológico más allá de los pronunciamientos de ocasión fruto del mero tacticismo de circunstancias.

Ni el uno resulta ser el temible rojo que se inventaron los medios hostiles a su causa, ni la otra tiene mucho más de neoliberal que de esquimal. Pero es que aún hay un tercer argumento, acaso el definitivo, para terminar de descartar la conjetura de una eventual disidencia orgánica que llevase a la ruptura del partido. Y es que se ha dado alegremente por sentado que, en última instancia, solo dependería de la voluntad de Pedro Sánchez una hipotética entente entre sus propias fuerzas y las de Podemos. El famoso modelo portugués. Como si Podemos nada tuviese que decir en ese asunto. Tiende a obviarse que, a diferencia de lo que aquí ocurre, el Bloque de la Izquierda, grupo que junto a los comunistas sostiene al Ejecutivo de Costa en Lisboa, no está en disposición de luchar con los socialistas lusos de igual a igual por la hegemonía. En Portugal, al Partido Socialista nadie la hace verdadera sombra en el espacio de la izquierda. Nada que ver con lo que ocurre en España. Con apenas el 10% de los votos, el Bloque de la Izquierda ni tan siquiera puede permitirse soñar con la quimera de desplazar a los socialistas de su posición dominante. Iglesias, en cambio, tiene esa posibilidad al alcance de su mano. Podemos, el Podemos de Iglesias, no está ahí para gestionar la normalidad como un partido más del sistema. Su propósito indisimulado es acabar cuanto antes con el PSOE y fagocitar su espacio electoral todo. Dada esa premisa mayor, ¿qué sentido estratégico tendría aupar a los socialistas a la Moncloa con el suplicio añadido de tener que avalar desde el Parlamento el consabido aceite de ricino de la austeridad que sigue recetando Bruselas? Olvídenlo, nunca habrá un pacto a la portuguesa. Y mucho menos una escisión.

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