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José García Domínguez

¿Qué mejoraron las primarias en el PP?

¿Qué plus de calidad democrática superior aportó todo aquel enredo al método clásico de elección del líder? Ninguno, es evidente.

¿Qué plus de calidad democrática superior aportó todo aquel enredo al método clásico de elección del líder? Ninguno, es evidente.
Pablo Casado, tras resultar victorioso en el proceso de 'primarias' del PP de 2018. | Cordon Press

Ese muy rendido papanatismo alelado con el que en España se admira cualquier cosa que proceda de Estados Unidos, desde la comida basura a la última idiotez canónica de su particular catecismo de la corrección política, llevó a que nuestros partidos políticos, primero los de izquierdas y luego el resto, se entregaran a imitar también el sistema yanki de elección interna de dirigentes y candidatos. A nadie se le ocurrió pensar que lo que funciona más o menos bien en un país de 330 millones de habitantes y una poderosa sociedad civil acaso no funcionase tan bien en otro de apenas 42 millones de nacionales y nula tradición asociativa.

De ahí, sin ir más lejos, el precedente poco ejemplar del proceso que condujo a la designación oficial del todavía presidente del Partido Popular. Unas primarias, las de hace tres años, que, lejos de servir para legitimar al máximo líder orgánico, únicamente se revelarían útiles en la práctica a fin de refutar aquella vieja leyenda urbana según la cual el Partido Popular tendría nada menos que 800.000 afiliados. Así, llegada la hora de la verdad, resultó que los miembros reales eran 67.083 raspados. Cuatro gatos, pues, encima la mitad de ellos cargos públicos o responsables internos. Luego, una vez escrutados los votos de los cuatro gatos, resultó ganadora de las primarias de la Señorita Pepis una abogada del Estado que no se llamaba Pablo Casado.

Pero, puesto que el PP había adoptado la variante Tanxugueiras del invento norteamericano, el posterior sufragio corrector de los delegados controlados por los respectivos poderes regionales del partido, el de los apparátchiki de toda la vida, llevó a que los barones proclives a otra abogada del Estado que tampoco se llamaba Pablo Casado, con Feijóo a la cabeza, propiciasen el inopinado triunfo final de un tercero en liza que pasaba por allí y que, ese sí, respondía por Pablo Casado. ¿Qué plus de calidad democrática superior aportó todo aquel enredo al método clásico de elección del líder? Ninguno, es evidente. Primarias ¿para qué?

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