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José T. Raga

Coincidencia de los que pasaban por allí

¿Vale la pena ser presidente en condiciones tan onerosas?

O, lo que es lo mismo, de cómo la insensatez de unos pocos genera en los muchos problemas de consecuencias difícilmente previsibles. Pero los pocos, erre que erre, insisten en su insensatez, haciendo oídos sordos.

La vida es una sabia institutriz que, con pedagogía eficaz, enseña a quienes quieren aprender cómo vivir, qué hacer según cada circunstancia y cómo elegir entre diferentes alternativas.

Una enseñanza esencial, que sólo se comprueba en edades avanzadas, tanto más cuanto más se avanza, es que no hay que pedir a la vida cosas que ésta no te pueda dar y, más aún, que es máxima necedad enfadarte cuando no te las da.

Por ello, sólo se debe pedir opinión, incluso consejo, a aquellos que, en primer lugar, tienen conocimiento bastante y, en segundo, que están libres de cualquier condicionante para emitirlos con recto juicio.

Así, quedan excluidos del grupo de los consejeros/opinantes los que puedan tener intereses concretos, personales o de grupo, en que la decisión última del que solicita la opinión o el consejo sea de un tipo o de otro.

Por ello, no parece prudente, señor presidente, acudir a los socios de gobierno para conocer qué opinan sobre posibles decisiones a tomar, ya que sus mezquinos intereses pueden estar en contradicción con la voluntad de gobernar la nación justa y eficazmente.

Tomada una decisión errónea, ellos, los que le aconsejaron, verán la oportunidad para sustituirle, ya que la responsabilidad recaerá sobre usted, que tomó la decisión, destrozando nombre y fama de por vida, hasta con afrenta para sus descendientes.

¿No le resulta chocante, señor Sánchez –señor presidente del Gobierno–, que tres instituciones –la Comisión Europea, el FMI y la OCDE– que no esperaban nada de usted –ni favores, ni empleo ni comisiones...– coincidieran en lo caótico y erróneo de sus decisiones y de sus ideas político-económicas? Ellos sólo pasaban por allí.

Salario mínimo, déficit y deuda públicos, reforma laboral y de pensiones, nuevos impuestos, liberalización de los mercados de bienes y de recursos, etc. Todos estaban presentes en sus informes, rechazando de plano sus ideas y proyectos en todos los casos.

Supongo que ha sentido en sus carnes, ante tales juicios, no poder atribuir a las exigencias de éste o de aquel, de partidos o partiditos, de uno u otro sindicato, etc., la responsabilidad de la decisión, pues usted no puede mostrar que hipoteca el bien de la nación a los intereses espurios de clase, casta o partido.

¿Por qué no desprenderse de semejantes cargas, para corregir cuando le muestren que ha errado, si es que pretende el bien de los españoles? ¿Vale la pena ser presidente en condiciones tan onerosas?

En España

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